– ?Como ha llegado a esa conclusion?

Munster sonrio.

– El y Moss han trepado. Bueno, Moss trepo y deBries levanto acta… probaron ocho canerias distintas entre el suelo y el tercer piso. En todas pudo realizarse el primer descenso sin problemas… solo tres aguantaron el cuarto intento…

– ?Cuanto pesa Moss? -pregunto Jung.

– Alrededor de noventa, diria yo -contesto Munster-. Parece que piensa en dejar el cuerpo, segun deBries, pero tanto los pacientes como los medicos han debido de pasar una tarde entretenida… Anda, mira bien los nombres y compara. ?A cuantos encuentras en los tres papeles?

Jung estudio los papeles un rato.

– Uno -dijo.

– Exactamente -dijo Munster-. Si es el, la teoria de la carta es cierta tambien. ?Nos vamos?

Jung miro el reloj.

– ?Adonde?

– A casa -dijo Munster-. Yo llamare a Van Veeteren manana por la manana.

– Oye, Munster -dijo Jung cuando bajaban en el ascensor-. ?Que es lo que hay detras de todo esto? El movil, quiero decir…

– No tengo ni puta idea -contesto Munster.

– Aqui Reinhart -dijo Reinhart.

– Pero ?que cojones…! -dijo Van Veeteren-. ?Sabes que hora es?

– Las cuatro y media -dijo Reinhart-. ?Dormias?

– Vete a la mierda. ?Que quieres?

– ?Te has enterado de lo de la mujer del parque Leisner?

– Si… algo oi. ?Que pasa con ella? ?Ha vuelto en si?

– Yo creo que hay una conexion.

– ?Una conexion?

– Si, una relacion.

– ?Con que?

– Con tu asesino, claro esta. ?No es el sagaz comisario Van Veeteren con quien tengo el gusto de hablar?

– No, estos son sus herederos -dijo Van Veeteren-. Explica que cono quieres decir porque si no habra otra investigacion.

– He interrogado a unas cuantas personas…

– Eso espero.

– Entre ellas a una amiga… Johanna Goertz se llama. Resulta que Liz Hennan le ha confiado ciertas cosas.

– ?Hennan? ?Es la victima?

– Si, Liz Hennan… el jueves le conto a Johanna Goertz que habia conocido a un tio. Que iba a volver a verle el sabado…, este sabado, y que tenia miedo. Hablo un poco de el tambien, no mucho, porque no sabia mucho. Ni siquiera como se llamaba. Se hacia llamar John, pero ella no creia que fuera su verdadero nombre… ?me sigues?

– Si -dijo Van Veeteren-. Al grano, Reinhart.

– De un momento a otro -dijo Reinhart-. Parece que el hombre le habia contado una cosa extrana a Liz Hennan, asi como de paso, es de suponer… le habia dicho que en una ocasion habia sorprendido al asistente social con una alumna.

– ?Como?

– Si. In fraganti, vaya. El asistente social con una alumna…, ?que crees tu que indica eso?

Van Veeteren permanecio en silencio unos segundos.

– Escuela -dijo luego.

– Lo mismo pienso yo -dijo Reinhart-. Pero ahora estoy un poco cansado… me parece que voy a ir a acostarme con el telefono desconectado. Puedes llamarme a eso de las nueve.

– Espera un momento -dijo Van Veeteren, pero fue demasiado tarde.

En la ultima pagina del cuaderno escribio el sexto nombre.

Contemplo la lista un rato. Tres mujeres y tres hombres. Habia un equilibrio aunque uno de los hombres solo era un nino.

Escribio tambien las fechas. Intento encontrar una especie de armonia tambien en ellas, pero resulto mas dificil… los tiempos estaban repartidos a lo largo de anos y de meses; la unica tendencia era que los intervalos se reducian… ocho anos… seis anos… seis anos de nuevo… siete semanas… diez dias…

Cerro el cuaderno y lo metio en el compartimento exterior. Miro el reloj. Las cinco y unos minutos. Fuera, la oscuridad seguia siendo total. Las maletas estaban ya hechas encima de la cama. No habia ninguna razon para esperar. Largarse y ya.

Dejar todo tras de si una vez mas.

El cansancio le punzaba como si fueran clavos y se prometio a si mismo no conducir demasiado rato. Doscientos o trescientos kilometros, quizas. Luego un motel y una cama.

Lo importante era alejarse de aqui. Irse.

Solo con poder dormir estaria en condiciones de asumir la vida manana mismo. Y esta vez desde el principio.

Sin lo viejo. Eso ya habia pasado. Supo que, por fin, estaba listo.

Manana. En un lugar nuevo.

39

– ?Que cono hacen ustedes aqui? -dijo Suurna.

– Vengo a hacer una visita a mi antiguo instituto -contesto Van Veeteren-. ?Desde cuando dicen palabrotas los directores?

– Hemos venido a detener a un asesino -dijo Reinhart.

Suurna abrio y cerro la boca varias veces, pero no produjo ninguna palabra. Siguio de pie junto al escritorio y Munster tuvo una vez mas la sensacion de que iba a desmayarse.

– Sientese, director -dijo-. Asi.

– Se trata de Carl Ferger -dijo Van Veeteren-. ?Sabe usted donde esta en este momento?

– ?El bedel? -dijo Suurna-. ?Estan verdaderamente seguros de que…?

– Completamente -dijo Reinhart-. ?Puede usted enterarse de donde esta?

– Si… desde luego -dijo Suurna-. Voy a decirle a la senorita Bellevue…

– Digale unicamente que venga -dijo Van Veeteren-. No queremos alertarle.

Medio minuto mas tarde aparecio la senorita Bellevue con los ojos como platos y pendientes bamboleantes.

– Estos senores vienen en busca de Ferger -dijo Suurna-. ?Sabes donde esta?

– No ha venido todavia -dijo la senorita Bellevue moviendo las orejas.

– ?Que no ha venido? -dijo Suurna-. ?Por que…?

– ?A que hora tenia que estar aqui? -interrumpio Van Veeteren.

– A las siete y media -dijo la senorita Bellevue-. Y no ha avisado de que este enfermo… No se que habra pasado. Mattisen ha preguntado por el varias veces, hoy tenian que trasladar el piano de cola…

– ?Que cabronada! -dijo Van Veeteren.

– ?Le ha telefoneado alguien? -pregunto Reinhart.

– Mattisen le llamo, pero no contesto nadie. A lo mejor se le ha estropeado el coche o algo por el estilo.

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