– ?Dos horas? -dijo Suurna-. ?No vive a unos minutos de aqui?

– ?Que cabronada! -volvio a decir Van Veeteren-. Denos su direccion, haga el favor… ?Vamos alla tu y yo, Munster! Reinhart…, ?ocupate del asistente social!

– Con mucho gusto -dijo Reinhart.

Llamo a la puerta y entro.

El asistente social tenia unos cuarenta anos. Llevaba barba, sandalias y un aro en la oreja.

– No, deja de… -empezo.

– Tengo poco tiempo -dijo Reinhart-. ?Puedo proponer que te ocupes de este muchacho luego?

El muchacho sentado en el sofa se levanto de mala gana.

– Espera fuera un ratito -dijo el asistente-. ?Que demonios pretende usted irrumpiendo aqui y…?

Reinhart espero hasta que el muchacho hubo cerrado la puerta.

– Francamente, tengo una prisa del carajo. Por eso voy a darte la oportunidad de que te libres.

– No se de que estas hablando. ?Quien eres tu, para empezar?

– Policia -dijo Reinhart-. Si confiesas en seguida, te prometo no llevar las cosas mas adelante… por esta vez. Si la lias…, pues no se como cono vas a conservar tu trabajo.

El asistente social guardo silencio. Se sento cuidadosamente en el borde del escritorio.

– ?Has tenido o no has tenido una relacion con una alumna durante el ultimo ano? Hasta has follado con ella aqui en el instituto…

No hubo respuesta. El asistente social trago saliva y se meso la barba.

– ?Que no se trata de ti, joder! -dijo Reinhart-. Se trata de un hijo de puta de mas calibre. Tienes diez segundos; si no, te llevo a rastras a la comisaria.

El asistente solto la barba y trato de mirar a Reinhart a los ojos.

– Si -dijo-. Es que…

– Bien -dijo Reinhart-. Con eso basta.

Salio y cerro la puerta con un portazo que resono en todo el pasillo.

– ?Echa la puerta abajo! -ordeno Van Veeteren.

– Tenemos gente que sabe manejar ganzuas -dijo Munster.

– No hay tiempo -dijo Van Veeteren.

– Suele haber un casero -intento Munster.

– ?He dicho que eches la puerta abajo! ?O tendre que hacerlo yo?

Munster cogio carrerilla. La situacion de la puerta era excelente, sin duda. En lo mas profundo, lejos de la escalera. La carrera seria de ocho metros lo menos. Van Veeteren se aparto…

– ?Venga! ?Dale!

Munster se precipito contra la puerta con la espalda por delante. Crujio con fuerza, la puerta y Munster, pero eso fue todo.

– ?Otra vez! -dijo Van Veeteren.

Munster ataco de nuevo con el mismo resultado.

– ?Vete a buscar al casero! -dijo Van Veeteren-. Yo espero aqui.

Al cabo de diez minutos regreso Munster con un senor delgado vestido con un mono y una gorra de visera.

– El senor Gobowsky -explico.

En torno a los pies de Van Veeteren se habia formado un anillo de escarbadientes masticados y el senor Gobowsky lo contemplo criticamente. Luego le dijo a Van Veeteren que le ensenase su documentacion.

Que habria ido al cine, cono.

El piso constaba de dos habitaciones pequenas y una cocina aun mas pequena y no tardaron mas de cinco segundos en constatar que el inquilino habia volado. Van Veeteren se hundio en una butaca de cuero sintetico.

– Se ha escapado. Hay que dar la alarma. Menudo cabron haciendo gastar dinero… Munster, tu te quedas aqui y registras todo. Te mando a alguien para que te ayude.

Munster asintio con la cabeza. El comisario se volvio al portero, que aguardaba lleno de curiosidad en el vestibulo.

– ?Tenia coche? -pregunto Van Veeteren.

– Un Fiat azul -dijo el senor Gobowsky-. Un 326, creo.

– ?Donde solia tenerlo?

– En el aparcamiento.

El senor Gobowsky senalo con la cabeza hacia el patio.

– ?Quiere usted acompanarme a ver si lo ha dejado alli? -dijo Van Veeteren-. El intendente se queda aqui.

– ?Espera! -grito Munster cuando salian-. ?Mira esto!

Tenia una pequena fotografia enmarcada. Van Veeteren la cogio y la miro atentamente.

– Es Eva Ringmar -dijo-. Unos anos mas joven, pero es ella sin duda.

– ?O sea que ya no hay la menor duda? -dijo Munster.

– ?He dudado yo alguna vez? -dijo Van Veeteren, y abandono a Munster a su suerte.

– Carl Ferger, pues -dijo Reinhart-. Llego probablemente en 1986 o un poco antes… ?y manda el fax ahora mismo! Diles que contesten inmediatamente, en cuanto le encuentren, que no jodan. Pon etiquetas rojas, urgente, Interpol, todo lo que tengamos… y encargate de avisarme a mi o a alguno de los demas… al instante, cuando llegue la respuesta. ?Has entendido?

Widmar Krause asintio.

– Uno a la oficina de inmigracion… y el otro al otro lado -repitio Reinhart-. A ver quien lo hace antes.

Krause desaparecio por la puerta. Reinhart miro el reloj. Las doce y cuarto. Miro a Van Veeteren, que estaba medio acostado en el escritorio.

Parece un animal a medio disecar y rellenar, penso Reinhart.

– ?Donde crees que estara? -dijo.

– Probablemente estara cagandose de miedo en algun motel -dijo Van Veeteren-. Que no es mala idea, por lo demas. ?Sabes que fue un cabron el que me desperto esta manana? ?Vamos a comer?

– Sin duda -dijo Reinhart-. Pero no en la cantina.

– Desde luego -dijo Van Veeteren-. Si vamos a tener que esperar, mejor algo mas moderno.

– Bien -dijo Reinhart-. Vamos a La Canaille y le dejamos el numero al que este de guardia… pero imaginate que es Klempje.

– No hay problema -dijo Van Veeteren-. Ese sigue en el exilio.

40

El cambio llego con las noticias de las doce.

Habia dormido tres horas en un aparcamiento. Se habia acurrucado bajo una manta en los asientos de atras y se desperto porque tenia frio. Antes de seguir conduciendo puso la radio, cayo en mitad de las noticias y se entero de que estaban buscandole.

Alarma general. Carl Ferger. Sospechoso de tres asesinatos. Viajaba en un Fiat 326 azul con matricula numero…

Apago la radio. Durante unos segundos el mundo y el tiempo se detuvieron. Solo la sangre le palpitaba con fuerza en las sienes. Solo sus manos apretaban el volante hasta blanquearle los nudillos.

Le habian descubierto. Le buscaban.

Era un perseguido.

Una pieza de caza.

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