– Sesenta y cuatro folios en total, no esta mal, ?eh? Estos son los ultimos cinco, entonces. Dos metros cuarenta de alto y uno setenta de ancho. Es grande, ?no? ?Verdad que es lista en la cabeza?

Carl se acerco otro par de metros mientras Rose, de rodillas y proyectando el trasero, pegaba las fotocopias de Assad en la esquina inferior.

Carl observo primero el trasero y despues la obra. La impresionante ampliacion tenia ventajas e inconvenientes, se veia enseguida. Las zonas donde el papel habia absorbido las letras estaban muy borrosas, mientras que otras zonas, con letras casi ilegibles y torcidas que los restauradores escoceses habian vuelto a marcar por encima, de repente cobraban sentido.

Resumiendo, que de pronto se podian leer por lo menos veinte letras mas.

Rose se volvio hacia el un segundo, no hizo caso de la mano que la saludaba y llevo una escalera hacia el centro del pasillo.

– Sube, Assad. Ya te dire yo donde poner los puntos, ?vale?

Aparto a Carl de un empujon y se coloco en el sitio exacto donde habia estado el.

– No escribas muy fuerte, Assad. Hay que poder borrarlos despues.

Assad asintio en silencio desde lo alto de la escalera con el lapiz preparado.

– Empieza debajo de «SOCORRO», antes de «l». Creo que veo un punto. ?Estas de acuerdo?

Assad y Carl observaron la mancha, que parecia una nube aborregada grisnegra junto a la letra escrita «l».

Assad asintio en silencio y marco un punto en la mancha.

Carl se hizo a un lado. Parecia bastante acertado. Debajo del nitido titular «SOCORRO» habia, en efecto, una mancha vaga antes de la siguiente letra. El salitre y la condensacion habian hecho su trabajo. La letra escrita con sangre hacia tiempo que se habia disuelto en el interior de la masa de papel. Ojala supieran cual era…

Observo un rato el espectaculo mientras Rose dirigia a Assad. Era un trabajo lento. Y a fin de cuentas, ?a que iba a conducir aquello? A interminables horas de conjeturas. ?Por que? Porque la botella podia tener decenas de anos. Ademas, seguia existiendo la posibilidad de que todo fuera una broma pesada. Las letras parecian escritas por un nino, de toscas que eran. Un par de boy scouts y un pequeno corte en el dedo. Eso era todo. Claro que…

– No se, Rose, la verdad… -empezo a decir con cautela-. Igual es mejor olvidarlo. Al fin y al cabo tenemos otras cosas que hacer.

Carl vio claramente el efecto de su sugerencia. El cuerpo de Rose echo a temblar. Fue como si su espalda se transformara en tremula gelatina. No conociendola, uno pensaria que le iba a dar un ataque de risa. Pero Carl conocia a Rose, y por eso se retiro, solo un paso, pero suficiente para que la explosiva parrafada de maldiciones que le escupio no lo alcanzara.

Asi que le parecia mal que Carl se inmiscuyera. No hacia falta ser un lince para captarlo.

Carl asintio con la cabeza. Lo dicho: tenian muchas otras cosas que hacer. El, al menos, sabia de un par de expedientes que, bien doblados, le cubririan a la perfeccion el rostro mientras compensaba la falta de sueno que casualmente lo aquejaba. Mientras tanto, los demas podian seguir con sus juegos de boy scouts.

Rose se dio cuenta de la cobarde retirada, asi que se volvio lentamente y se quedo mirandolo con las pupilas centelleando.

– Pero ha sido una buena idea, Rose. Muy buena idea -se apresuro a anadir Carl, aunque ella no trago el anzuelo.

– Te doy dos posibilidades, Carl -mascullo Rose, mientras Assad, en lo alto de la escalera, ponia los ojos en blanco-. O cierras el pico o me largo a casa. Asi puedo mandar de sustituta a mi hermana gemela, y ?sabes que?

Carl sacudio levemente la cabeza. Tampoco estaba seguro de querer saberlo.

– Si, que vendra con tres crios y cuatro gatos, cuatro inquilinos y un cabron de marido, era eso, ?no? Entonces si que va a estar rebosante tu despacho. ?Era esa la respuesta? -pregunto.

Rose cerro los punos y se puso en jarras, inclinandose hacia el.

– No se de donde has sacado esas historias. Yrsa vive conmigo y no tiene gatos ni inquilinos, joder.

Sus ojos pintados de negro parecian estar gritando «?imbecil!».

Carl adelanto las palmas de sus manos, a la defensiva.

La silla de su despacho lo llamaba con dulzura.

– ?Que cuento es ese de su hermana gemela, Assad? ?Ha amenazado alguna vez Rose con algo asi?

Assad subio, ligero, junto a el un par de peldanos de las escaleras de caracol, mientras Carl sentia ya las piernas de plomo.

– Venga, no lo tomes tan a pecho, Carl. Rose es como la arena sobre la espalda de un camello. A veces te pica el culo y a veces no. Depende del grosor de piel que tengas.

Se volvio hacia Carl y enseno dos columnatas de esmalte dental. Si el culo de alguien estaba encallecido con el paso del tiempo, era sin duda el suyo.

– Ya me ha hablado de su hermana. Se llama Yrsa, lo recuerdo porque es parecido a Irma. Me parece que no son muy buenas amigas juntas -anadio Assad.

?Yrsa? ?Todavia queda alguien que se llame asi?, penso Carl cuando llegaron al segundo piso y su corazon cabalgaba desbocado.

– Hola, chicos -sono una voz maravillosamente conocida del otro lado de la mesa. Asi que Lis habia vuelto al tajo. Lis, cuarenta anos de cuerpo bien conservado, igual que sus celulas cerebrales. Un autentico premio para los sentidos, al contrario de la senora Sorensen, que sonrio con dulzura a Assad y alzo la cabeza hacia Carl como una cobra irritada.

– Cuentale al senor Morck lo bien que lo habeis pasado Frank y tu en Estados Unidos, Lis -dijo la arpia con una sonrisa inquietante.

– Tendra que ser en otra ocasion -se apresuro a replicar Carl-. Marcus me espera.

Tiro en vano a Assad de la manga.

Que te lleve el diablo, Assad, penso Carl mientras los labios infrarrojos de Lis, radiantes de alegria, relataban la travesia de todo un mes por America con un marido medio mustio que de repente se inflamaba como un bisonte en celo sobre la cama doble de la autocaravana. Imagenes que Carl trataba de borrar con todas sus fuerzas, igual que los pensamientos relacionados con su involuntario celibato.

Maldita senora Sorensen, penso. Maldito Assad y maldito el hombre que pesco a Lis. Y mil veces maldita la ONG Medicos Sin Fronteras, que atrajo a Mona, epicentro de su deseo, hasta lo mas profundo de Africa.

– Esa psicologa, entonces, ?cuando va a volver, Carl? -pregunto Assad junto a la puerta de la sala de conferencias-. ?Como se llamaba, ademas de Mona?

Carl no hizo caso de la sonrisa burlona de Assad y abrio la puerta del despacho del inspector jefe de Homicidios. Alli estaba casi todo el Departamento A frotandose los ojos. Habian pasado unos dias duros en el cenagal de la sociedad, pero el descubrimiento de Assad los habia sacado de alli.

Marcus Jacobsen tardo diez minutos en informar a sus jefes de grupo, y tanto el como Lars Bjorn parecian bastante entusiasmados. Citaron a Assad varias veces, y varias veces su rostro feliz se topo con las miradas entornadas tras las cuales se extendia el asombro porque aquel negrata ayudante de limpieza se encontrara de pronto entre ellos.

Pero nadie se sentia con energia para hacer preguntas. Al fin y al cabo, Assad habia encontrado una relacion entre casos de incendio antiguos y recientes que parecia cierta. Todos los cadaveres de los incendios tenian un estrechamiento en la falange del dedo menique de la mano izquierda, aparte del caso en que el dedo menique habia desaparecido por completo. Ahora se sabia que los forenses lo habian observado en todos los casos, lo que pasa es que nadie habia caido en la conexion entre ellos.

Segun los forenses, todo parecia indicar que dos de los fallecidos habian llevado un anillo en el dedo menique. Dijeron que la causa del estrechamiento del hueso no fue producto del sobrecalentamiento de los anillos producido por las llamas. Una conclusion mas probable era que los fallecidos hubieran llevado los anillos desde su juventud y que por eso les quedaran unas marcas que llegaban hasta el hueso. Uno de ellos sugirio que los anillos tal vez tuvieran un trasfondo cultural parecido al antiguo vendado de pies de las chinas, mientras que otro menciono que podria tener que ver con algun rito.

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