– Vuelvete, Carl.
Este se volvio lentamente y vio que ella senalaba hacia atras, hacia su obra de arte.
– Si crees que tengo las unas feas, no pienso hacer nada al respecto, ?lo pillas? Y aparte de eso, ?ves esa palabra en la parte de arriba?
– Si, Rose. De hecho, es una de las pocas cosas que veo con seguridad. Pone bastante claro «socorro».
Entonces ella dirigio su dedo admonitorio decorado de negro hacia el.
– Bien. Esa va a ser precisamente la primera palabra que vas a pensar en chillar como se te ocurra quitar uno solo de esos papeles. ?Esta claro?
Carl paso de la mirada rebelde de ella e hizo senas a Assad para que lo siguiera.
Ya iba siendo hora de ensenar quien mandaba alli.
Capitulo 7
Cuando se miraba al espejo, le parecia que merecia una vida mejor. Apodos como Piel de Melocoton y La Bella Durmiente de la escuela de Thyregod seguian siendo parte de la imagen que tenia de si misma. Cuando se desnudaba todavia se quedaba agradablemente sorprendida al ver su cuerpo. Pero no le bastaba con ser la unica que tuviera esa impresion, no era suficiente, de ninguna manera.
La distancia entre ellos se habia hecho demasiado grande. El ya no pasaba tiempo con ella.
Cuando llegara a casa iba a decirle que no volviera a abandonarla, y que debia haber otro tipo de trabajos posibles. Queria conocerlo de verdad y saber lo que hacia, e insistir en que deseaba verlo despertar junto a ella todas las mananas.
Eso iba a decirle.
En otros tiempos solia haber alli un pequeno basurero correspondiente al hospital psiquiatrico de Toftebakken. Ahora habian desaparecido los colchones de virutas podridos y las patas de cama oxidadas, y en su lugar habia surgido un oasis con amplias vistas al fiordo y las viviendas senoriales mas selectas de la ciudad.
Le encantaba dejar que su mirada se desenfocara mas alla del puerto deportivo y los setos hacia la diversidad del fiordo azul.
En un lugar asi y en un estado como aquel es facil sentirse indefensa ante las contingencias de la vida. Seguramente por eso dijo que si cuando el joven bajo de su bici y propuso que tomaran un cafe. Vivian en el mismo barrio, y varias veces se habian saludado con la cabeza en el super. Ahora estaban alli.
Consulto el reloj. No tenia que ir a buscar a su hijo hasta pasadas dos horas, asi que tenia tiempo, y tampoco iba a caerse el mundo por tomar un cafe.
Pero en eso estaba terriblemente equivocada.
Aquella noche estuvo meciendose en su silla como una anciana. Apretando con los brazos el diafragma y tratando de calmar las contracciones musculares. Lo que habia hecho era del todo inconcebible. ?Tan desesperada estaba? Era como si el atractivo joven la hubiese hipnotizado. A los diez minutos, habia apagado el movil y estaba hablando de si misma. Y el la escuchaba.
– Mia, que nombre mas bonito -le dijo.
Hacia tanto tiempo que no oia su nombre que le sono extrano. Su marido no lo empleaba nunca. Jamas lo hizo.
Aquel chico actuaba con naturalidad. Le hizo preguntas y respondio sin rodeos a las de ella. Era soldado, se llamaba Kenneth, tenia una mirada amable, y sin que pareciera inadecuado puso su mano sobre la de ella en presencia de otros veinte clientes. Se la apreto suavemente sobre la mesa y la mantuvo apretada.
Y ella no hizo nada por evitarlo.
Despues se fue corriendo a la guarderia, con la sensacion de que la presencia de el la acompanaba.
Ahora ni el tiempo transcurrido ni la oscuridad lograban que su respiracion volviera a su ritmo natural. No dejaba de morderse el labio. El movil apagado la miraba acusador desde la mesa baja. Habia terminado en una isla desde la que no veia ninguna perspectiva. Ni nadie a quien pedir consejo. Nadie a quien pedir perdon.
?Como iba a seguir adelante?
La manana la sorprendio aun vestida y desconcertada. La vispera, mientras hablaba con Kenneth, su marido la habia llamado al movil. Lo habia comprobado. Iba a pedirle explicaciones por las tres llamadas perdidas. La llamaria para preguntar por que no habia respondido, y cuando ella inventara alguna historia temia que el fuera a descubrirla, por muy plausible que sonara. El era mas listo y mayor que ella, y tenia mas experiencia en la vida. Iba a darse cuenta del engano, y por eso todo su cuerpo temblaba.
Tenia por costumbre llamar a las ocho menos tres, justo antes de que ella saliera con Benjamin, lo sentara en la bici y su pusiera a pedalear. Hoy iba a cambiar de plan y saldria un par de minutos antes. Para poder hablar con el, pero sin que la estresara. Si no, iba a perder el control.
Ya habia tomado al nino en brazos cuando el movil traidor -aquella pequena puerta, siempre disponible, que daba al mundo- se puso a zumbar y a girar sobre la mesa.
– ?Hola, cielo! -saludo con voz controlada mientras sentia el pulso martilleando sus timpanos.
– He intentado llamarte varias veces. ?Por que no me has llamado?
– Iba a hacerlo ahora mismo -le salio sin querer. Vaya, ya la habia pillado.
– Pero si estas a punto de salir de casa con Benjamin, lo se. Son las ocho menos un minuto. Te conozco.
Ella contuvo la respiracion y deposito con cuidado al nino en el suelo.
– Esta algo pocho hoy. Ya sabes, en la guarderia prefieren que no vayan cuando tienen mocos verdes. Creo que tiene unas decimas -explico, respirando con lentitud mientras todo su cuerpo pedia oxigeno a gritos.
– Vaya.
A ella no le gusto el silencio que siguio. ?Esperaba el que ella dijera algo? ?Habia algo que se le habia olvidado? Trato de centrarse en cualquier cosa. En algo que estuviera al otro lado de las ventanas. En la puerta entreabierta del jardin de enfrente. En las ramas desnudas. En la gente que iba al trabajo.
– Ayer llame varias veces. ?Has oido lo que te he dicho? -le pregunto.
– Ah, si. Perdona, carino, pero es que se me murio el movil. Creo que tendremos que cambiar de bateria pronto.
– Si la cargue el martes.
– Por eso te digo, es que se ha gastado muy pronto esta vez. En dos dias estaba a cero, es bastante raro.
– ?Y la has recargado tu? ?Sabias como hacerlo?
– Claro -repuso, y se permitio una risa despreocupada. Le costo-. Esta tirado, piensa que te he visto hacerlo muchas veces.
– Creia que no sabias donde estaba el cargador.
– Si, hombre.
Las manos de Mia temblaron. El sabia que pasaba algo. Dentro de nada iba a preguntarle donde habia cogido el maldito cargador, y no tenia ni idea de donde solia estar.
Piensa, piensa rapido, penso, acelerada.
– Claro que… -y elevo el tono de voz-. Oh, no, Benjamin. ?No, no hagas eso!
Dio al nino un empujon con el pie, para que reaccionara. Despues le dirigio una mirada centelleante y volvio a empujarlo.
Cuando llego la pregunta: «Pues ?donde estaba?», el nino rompio a llorar por fin.
– Hablaremos luego -dijo con tono de preocupacion-. Benjamin se ha dado un golpe.
Apago el movil, se puso en cuclillas y le quito el pelele al nino mientras lo besaba en la mejilla y canturreaba palabras tranquilizadoras.
– Tranquilo, Benjamin. Perdona, perdona, perdona. Mama te ha empujado sin querer. ?No quieres un pastelito?
Y el nino se sorbio las lagrimas, la perdono y asintio con mirada triste. Su madre le dio un cuento ilustrado mientras se iba dando cuenta poco a poco del alcance de la catastrofe: su casa media trescientos metros