Intento abstraerse de los gritos de Kenneth. Intento ignorar que las vibraciones de su bolsillo trasero se debilitaban. Un pequeno empujon con el indice, y lo habria cogido.

Cuando estuvo segura de que el encendedor estaba donde debia, giro la muneca cuanto pudo. Quiza no fuera mas que un centimetro, pero le hizo bien. Aunque no quedaba vida en los dedos anular y menique, creia que saldria bien.

Apreto cuanto pudo y cuando pulso el dispositivo oyo el debil silbido del gas al escapar. Demasiado debil.

?Como iba a poder apretar con fuerza suficiente para que saltara la chispa?

Trato de canalizar lo que le quedaba de fuerza en la punta de su pulgar. Aquel ultimo movimiento voluntario mostraria al mundo como habia vivido sus ultimas horas y donde habia muerto.

Luego apreto. La poca vida que quedaba en ella se concentro en aquella presion. Y la chispa salto ante ella como una estrella fugaz en la oscuridad, prendio el gas y todo quedo iluminado.

Giro la muneca hacia atras el centimetro que le quedaba libre y dejo que la llama lamiera perezosa el lado de la caja. Despues solto su presa y siguio la delgada llama azul que amarilleaba y se extendia. Fue desplazandose sin prisa, como un hilo de luz hacia la parte superior. Por cada centimetro que comia dejaba un rastro negro de hollin. Lo que habia estado ardiendo se apagaba. Como un reguero de polvora hacia la nada.

Al rato la debil llama llego a la parte superior y se apago. Solo quedo una raya de brasas grisaceas ardiendo sin llama. Despues tambien aquello desaparecio.

Lo oyo gritar y supo que todo habia terminado.

No le quedaban fuerzas para volver a encender el mechero.

Cerro los ojos y se imagino a Kenneth en la calle, delante de la casa. Que hermanos tan guapos habria podido darle para Benjamin. Que vida tan plena.

Olisqueo el aire ahumado, y nuevas imagenes atravesaron su mente. Excursiones al lago. Visperas de San Juan con chicos que eran un ano o dos mayores que ella. La fragancia de la fiesta del mercado de Vitrolles aquella vez que estuvo de camping con su hermano y sus padres.

El olor se acentuo.

Abrio los ojos y vio un resplandor amarillo que en lo alto de la pila de cajas se mezclaba con un chisporroteo azulado.

Justo despues, el fulgor de las llamas bajaba aleteando hacia ella.

Estaba ardiendo.

Habia oido que casi todos los que morian en incendios perecian intoxicados por el humo, y que para evitarlo habia que andar a cuatro patas por debajo del humo.

Ya le gustaria morir intoxicada por el humo. Parecia ser una muerte indulgente y sin dolor.

El problema era que no podia gatear, y que el humo subia tambien. Las llamas harian presa en ella antes que el humo. Moriria quemada.

Entonces llego el miedo.

El miedo final, el definitivo.

Capitulo 45

– ?Ahi, Carl! -grito Assad, senalando un edificio de hormigon color siena en proceso de restauracion que daba directamente a Kobenhavnsvej.

«ESTA ABIERTO, disculpad el desorden», ponia en una banderola encima de la puerta. Por alli, desde luego, no se podia entrar.

– Carl, gira hacia la galeria comercial y luego enseguida a la derecha. Asi daremos la vuelta a esa zona de obras -dijo Assad, senalando una zona oscura entre las construcciones nuevas.

Dejaron el coche en el aparcamiento mal iluminado y casi lleno que habia a la entrada de la bolera. Habia tres Mercedes, ni mas ni menos, pero ninguno de ellos tenia aspecto de haber sufrido un accidente.

?Se puede trabajar la chapa tan rapido?, penso Carl. Lo dudaba. Entonces penso en su arma reglamentaria, que estaba en el armero de Jefatura. Deberia haberla traido, sin duda, pero ?quien podia haberlo sabido aquella manana? El dia habia sido largo y variado.

Miro el edificio.

Aparte de un cartel con un par de bolas enormes, en la vistosa parte trasera del edificio no habia nada que indicase que alli habia una bolera.

Tampoco lo habia cuando, una vez dentro, se quedaron mirando a una caja de escalera llena de taquillas metalicas parecidas a las consignas de las estaciones. Aparte de aquello, paredes desnudas, un par de puertas sin rotulo y unas escaleras hacia abajo con los colores de la bandera sueca. No habia senales de vida en toda la planta.

– Creo que habra que bajar al sotano, o sea -opino Assad.

«Gracias por su visita. Vuelva cuando quiera al Club de Bolos de Roskilde: deporte, diversion y emocion», ponia en la puerta.

Las tres ultimas palabras ?se referian al juego de bolos? Por Carl bien podian borrarlas. Para el, los bolos no era ni un deporte, ni diversion ni emocion. Solo agujetas en el culo, cerveza y comida rapida.

Fueron directos a la recepcion, donde las reglas de la casa, bolsas de chucherias y un cartel recordando la obligacion de renovar el ticket de aparcamiento servian de marco al hombre que hablaba por telefono.

Carl miro alrededor. El bar estaba lleno. Bolsas de deporte por todas las esquinas. Grupos de gente y actividad febril en unas veinte pistas, asi debian de ser los campeonatos. Montones de hombres y mujeres con pantalones de pinzas y diversos polos de colores con logotipos de clubes.

– Queremos hablar con un tal Lars Brande. ?Lo conoces? -pregunto Carl cuando el hombre del mostrador colgo el telefono.

Senalo a uno de los hombres del bar.

– Es el que tiene las gafas de diadema. Grita ?Crisalida! Y ya veras.

– ?Crisalida?

– Si, lo llamamos asi.

Se acercaron a los hombres y notaron miradas sopesando sus zapatos, su ropa y su quehacer.

– ?Lars Brande? ?O debo llamarte Crisalida? -pregunto Carl, tendiendo la mano-. Soy Carl Morck, del Departamento Q de la Jefatura de Copenhague. ?Podemos hablar un poco?

Lars Brande sonrio y extendio la mano.

– Ah, si. Me habia olvidado por completo. Es que uno de nuestros companeros de equipo nos acaba de dar la mala noticia de que nos deja ahora, justo antes del campeonato entre distritos, asi que he tenido otras cosas en que pensar.

Dio una leve palmada en la espalda del companero mas cercano. Debia de ser el descarado del equipo.

– Estos ?son tus companeros de equipo? -pregunto, senalando con la cabeza a los otros cinco.

– El mejor equipo de Roskilde -replico, levantando el pulgar.

Carl hizo una senal con la cabeza a Assad. Tendria que quedarse alli sin perder de vista a los demas, para que no se escabulleran. No podian correr riesgos.

Lars Brande era un hombre alto y nervudo, pero bastante flaco. Sus rasgos faciales eran distinguidos, como los de un hombre que tuviera un trabajo sedentario, como relojero o dentista, pero su piel estaba bronceada, y sus manos, desmesuradamente grandes, curtidas. Daba una impresion de conjunto desconcertante.

Se colocaron junto a la pared del fondo y estuvieron mirando un rato a los jugadores antes de que Carl arrancara.

– Has hablado con mi ayudante, Rose Knudsen. Creo que te ha parecido divertida la coincidencia de nombres y que preguntaramos por un llavero con la bolita. Pero has de saber que no se trata de ninguna bagatela. Estamos aqui en una mision urgente y seria, y todo cuanto digas puede constar en acta.

El hombre se mostro indispuesto de pronto. Las gafas parecieron hundirse mas en su pelo.

– ?Soy sospechoso de algo? ?De que se trata?

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