empezaran a sospechar, y ese tiempo era lo unico que tenia.

El agente de policia estaba a su lado, con el ceno fruncido y devanandose los sesos. Despues lo miro a los ojos.

– Ese hombre al que quiza hayas matado ha secuestrado a dos ninos. Es posible que los haya matado ya; si no lo ha hecho, van a morir de hambre o de sed a menos que los encontremos rapido. Dentro de poco vamos a ir a registrar su casa, pero tal vez puedas ayudarnos. ?Tienes conocimiento de que tenga una casa de veraneo o algo parecido que este en un lugar apartado? ?Una casa con una caseta de botes?

Logro disimular la conmocion que provoco la pregunta. ?De donde sabia aquel policia que habia una caseta de botes? Aquello lo pillo por sorpresa. La hostia, ?como podia saber eso?

– Lo siento -dijo con voz controlada. Miro al hombre del suelo, que respiraba con dificultad-. Lo siento de verdad, pero no se nada.

El policia sacudio la cabeza.

– A pesar de las circunstancias, no podras evitar que se abra un expediente. Mas vale que lo sepas.

Hizo un lento gesto afirmativo. ?Para que protestar por algo tan evidente? Queria mostrarse colaborador. Asi se relajarian.

El policia moreno se le acerco meneando la cabeza.

– ?Estas de la olla, o que? -grito, mirandolo a los ojos-. No habia ningun peligro, lo habia reducido ya. ?Por que has lanzado, entonces, la bola? ?Te das cuenta, o sea, de lo que has hecho?

El sacudio la cabeza y alzo sus manos ensangrentadas hacia el policia.

– Es que el tio estaba fuera de si -dijo-. He visto que estaba a punto de clavarle la navaja.

Volvio a llevarse la mano a la cadera. Achico los ojos para que vieran cuanto le dolia.

Despues se dirigio al policia moreno con expresion ofendida y cabreada.

– Deberia agradecerme que tenga tan buena punteria.

Los dos policias estuvieron hablando un rato.

– La Policia de Roskilde llegara pronto y tendras que firmarles un informe provisional -dijo el subordinado-. Nos encargaremos de que te atiendan enseguida. Ya hay otra ambulancia en camino. Estate tranquilo y no sangraras tanto. La verdad es que no parece tan grave.

Asintio con la cabeza y se retiro a un lado.

Quedaba tiempo para la siguiente jugada.

Se oyeron unos avisos por los altavoces. El jurado habia deliberado. El torneo quedaba suspendido a causa de los violentos sucesos.

Miro a sus companeros de equipo, que con mirada apagada apenas registraban las instrucciones del agente de que no salieran del lugar.

Si, los policias tenian trabajo. Las cosas se habian desbocado. Tendrian que dar muchas explicaciones a sus superiores antes de que terminara la noche.

Se levanto y se dirigio lentamente a lo largo de la pared exterior hacia los del servicio de ambulancias, al final de la pista veinte.

Les hizo un breve saludo con la cabeza, se agacho rapido tras ellos y recogio la navaja. Y cuando se aseguro de que nadie estaba mirando, se deslizo por el angosto pasillo a la sala de maquinas.

En menos de veinte segundos estaba en el aparcamiento al final de la escalera de incendios y se dirigia hacia la planta de aparcamientos de las galerias comerciales.

En el momento en que se encendieron a lo lejos los destellos azules de la ambulancia, en Kobenhavnsvej, el Mercedes salio a la carretera.

Tres semaforos mas y habria desaparecido.

Capitulo 47

El desarrollo de los acontecimientos habia sido espantoso. Ni mas ni menos.

Habia dejado que los dos hombres se sentaran juntos, y habia ocurrido lo peor.

Carl sacudio la cabeza. Maldita sea. Habia actuado con demasiado afan, con demasiada determinacion, pero ?como iba a saber que las cosas iban a torcerse tanto? Solo queria estresarlos un poco.

Ambos hombres podian ser el secuestrador, pero ?quien de ellos? Esa era la cuestion. Ambos se parecian en cierto modo al hombre del dibujo. Por eso habia querido ver como reaccionaban al presionarlos. El era un especialista en reconocer a personas cargadas por el peso de la culpa. O eso creia.

Y ahora todo se habia complicado. El unico que podia decirle donde estaban los ninos estaba al borde de la muerte, en una camilla, camino de la ambulancia, y era por su culpa. Era espantoso, ni mas ni menos.

– Mira esto, Carl.

Volvio la cabeza hacia Assad, que tenia en la mano la cartera del Papa. No parecia contento.

– ?Que es? Te veo en la cara que no has encontrado nada. ?No aparece la direccion?

– Si. No es por eso, es otra cosa, Carl, y no trae nada bueno. ?Mira!

Le tendio un bono de caja del supermercado Kvickly.

– Mira la hora.

Carl miro un momento y noto que empezaba a sudar en el cuello.

Assad tenia razon. Una vez mas surgia algo que no auguraba nada bueno.

Era un bono de caja del Kvickly de Roskilde. Un recibo de una compra modesta. El cupon de Lotto, un tabloide y un paquete de Stimorol. Comprados aquel dia a las 15.25. Minuto arriba, minuto abajo, el momento en que Isabel Jonsson fue atacada en el Hospital Central de Copenhague. A mas de treinta kilometros de alli.

Si aquel bono era del Papa, el no era el secuestrador. ?Y por que no iba a ser su bono si estaba en su cartera?

– Me cago en la puta… -gimio Carl.

– Los de la ambulancia han encontrado medio paquete de Stimorol en sus bolsillos cuando les he pedido que los vaciasen -informo Assad mientras miraba alrededor con semblante sombrio.

Luego la expresion de Assad cambio. Fue como si se pusiera alerta.

– ?Donde esta Rene Henriksen? -exclamo.

Carl paseo la mirada por el local. ?Donde cojones se habia metido?

– ?Alli! -grito Assad, senalando el angosto pasillo que llevaba a la sala de maquinas, donde operaban y se revisaban los dispositivos de los bolos.

Carl lo vio. Una raya de cinco centimetros de anchura en la pared. Justo a la altura de la cadera. No cabia duda de que era sangre.

– ?Maldita sea! -exclamo, y echo a correr por encima de las pistas.

– ?Ten cuidado, Carl! -grito Assad por detras-. La navaja no esta sobre la pista. Se la ha llevado.

Por favor, que este aqui dentro, penso Carl mientras entraba en un local de un par de metros de ancho con maquinaria, herramientas y cachivaches. Todo estaba demasiado silencioso.

Paso corriendo junto a los tubos de ventilacion, escaleras y una mesa de teca con latas de espray y cuadernos de anillas, y de pronto se encontro ante la puerta trasera.

Asio la manilla con malos presentimientos, la abrio sin problemas y se quedo mirando a la oscura nada adonde llevaba la escalera de incendios.

El hombre habia desaparecido.

Assad volvio a los diez minutos. Sudando y con las manos vacias.

– He visto una mancha de sangre junto al aparcamiento -informo.

Carl fue expulsando el aire poco a poco. Habian sido unos momentos terribles. Acababa de recibir una llamada del servicio de guardia de Jefatura.

– No, lo siento. No existe nadie con ese numero de registro -le dijeron.

?Nadie con ese numero de registro! Rene Henriksen no existia, y era a quien buscaban.

– Bien, gracias, Assad -dijo con voz cansada-. He pedido una patrulla con perros, llegaran enseguida. Tendran

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