algo que rastrear. Desde luego, es nuestra unica esperanza.
Puso a Assad al corriente de la situacion. No tenian ningun dato sobre el hombre que se hacia llamar Rene Henriksen. Un asesino multiple andaba suelto.
– Encuentra el telefono del inspector jefe de Roskilde. Se llama C. Damgaard -dijo despues Carl-. Mientras tanto, yo llamare a Marcus Jacobsen.
No era la primera vez que molestaba a su jefe en casa. El numero del inspector jefe de Homicidios estaba disponible dia y noche. Era un acuerdo permanente.
«La violencia nunca descansa en una ciudad como Copenhague; ?por que habria de hacerlo yo?», solia decir.
Pero Marcus no se alegro para nada de que lo arrancaran de la sobremesa cuando oyo de que se trataba.
– Joder, Carl, vas a tener que ponerte en contacto con C. Damgaard. Roskilde no es mi zona.
– No, Marcus, ya lo se, y Assad esta buscando el numero, pero ha sido uno de tus subordinados quien la ha cagado.
– Vaya, jamas pense que oiria a Carl Morck decir eso -declaro, y sono como si se alegrara por ello.
Carl se sacudio de encima la idea.
– Los periodistas estaran aqui enseguida -comento-. ?Que debo hacer?
– Informa a Damgaard y calmate. Has dejado escapar al tipo, asi que tendras que volver a cazarlo, me cago en todo. Pide ayuda a la comisaria local, ?entendido? Buenas noches, Carl, y buena caza. Seguiremos hablando manana.
Carl sintio algo de presion en el pecho. En resumidas cuentas, que Assad y el estaban solos y debian partir de cero.
– Este es, o sea, el numero de casa del inspector Damgaard -indico Assad. No habia mas que pulsar la tecla.
Carl oyo los tonos mientras notaba que la presion del pecho iba en aumento. No, joder. ?Ahora no!
– Hola, soy Damgaard. Lo siento, no estoy en casa. Deje su mensaje -informo su voz por el contestador automatico.
Carl apago el movil, cabreado. Aquel puto inspector de Roskilde ?no estaba nunca disponible?
Dio un suspiro. No habia nada que hacer, tendria que conformarse con los policias que aparecieran. Puede que alguno de ellos supiera como poner freno a aquel circo. Mas les valia lograrlo antes de que periodistas de toda Selandia se apelotonaran junto a la puerta de las escaleras, desde donde un par de buitres locales estaban ya sacando fotos como descosidos. ?Cielos! En esta sociedad multimedia, los rumores corrian mas deprisa que los propios acontecimientos. Cientos de pares de ojos habian visto el incidente, y habia cientos de ellos con telefonos moviles. Y claro, los carroneros ya estaban alli.
Saludo con la cabeza a los dos investigadores locales a quienes los agentes de recepcion permitieron pasar.
– Carl Morck -se presento. Les mostro la placa y ambos reconocieron a la primera el nombre, aunque no hicieron ningun comentario. Los puso al corriente de la situacion. No fue tan facil.
– O sea, que buscamos a un hombre que sabe disfrazarse hasta lo irreconocible; un hombre cuyo nombre ignoramos y cuyo Mercedes es nuestra unica referencia. Suena como una tarea casi imposible -dijo uno de ellos-. Tomaremos las huellas dactilares de su agua mineral, y esperemos que eso aclare algo. ?Y el informe? ?Hay que hacerlo ahora?
Carl dio una palmada en el hombro a su companero y miro mas alla.
– Eso puede esperar. Siempre podeis poneros en contacto conmigo. Si empezais con la gente que trabaja aqui, yo hablare con los cuatro companeros de equipo.
Tuvieron que dejarlo marchar. Al fin y al cabo, tenia razon.
Carl saludo con la cabeza a Lars Brande, que parecia bastante impresionado. Dos companeros desaparecidos de un plumazo. Navajazos y muerte. Su equipo, deshecho. Gente que creia conocer lo habia traicionado de manera imperdonable.
Si, estaba conmocionado, igual que su hermano y el pianista. Los rostros de los tres estaban mudos, tristes.
– Necesitamos saber quien es en realidad Rene Henriksen, asi que pensad. ?Podeis ayudarnos? Cualquier cosa vale. ?Tiene hijos? ?Como se llaman? ?Esta casado? ?Donde trabaja? ?Donde hace las compras? ?Ha traido alguna vez pasteles de una pasteleria concreta? ?Pensad!
Tres de los companeros de equipo no reaccionaron, pero el cuarto, el mecanico, al que llamaban Acelerador, se removio un poco. No parecia tan afectado como los demas.
– De hecho, alguna que otra vez me ha extranado que nunca hablara de su trabajo -declaro-. Los demas si que hablabamos.
– Ya. ?Y…?
– Pues que parecia tener mas dinero que nosotros, asi que debia de tener un buen trabajo, ?no? Igual pagaba mas rondas de cerveza que los demas al terminar los torneos. Si, no cabe duda de que tenia mas dinero que nosotros. Basta con mirar su bolsa.
Senalo detras del taburete en que estaba sentado.
Carl giro la cabeza y bajo la vista a una extrana bolsa compuesta de varios compartimentos cosidos.
– Es una Ebonite Fastbreak -explico el mecanico-. ?Cuanto crees que vale un cacharro asi? Por lo menos mil trescientas coronas. Deberia ver la mia. Por no hablar de sus bolas, son…
Carl no lo escucho mas. Era sencillamente increible. ?Por que no habian pensado en eso antes? La bolsa estaba alli.
Empujo el taburete a un lado y saco la bolsa. Era como una maleta pequena con ruedas, pero con todo tipo de compartimentos.
– ?Estas seguro de que es suya?
El mecanico asintio en silencio. Algo sorprendido por que se tomara tan en serio esa informacion.
Carl hizo un gesto con la mano a los companeros de Roskilde.
– Guantes de goma, ?rapido! -grito.
Uno de ellos le dio un par.
Carl noto que el sudor de su frente empezaba a gotear sobre la bolsa azul mientras la abria. Era como penetrar en una camara mortuoria olvidada hace tiempo.
Lo primero que vio fue una bola de muchos colores. Pulida y muy moderna. Despues otro par de zapatos. Una latita de polvos de talco. Un pequeno frasco de aceite de menta japones.
Levanto el frasco ante los companeros de equipo.
– ?Para que empleaba esto?
El mecanico lo miro.
– Era una costumbre suya. Antes de empezar, se metia una gota de ese mejunje en cada fosa nasal. Debia de pensar que le daba mas oxigeno. Algo de la concentracion; pero deberia probarlo, es una mierda.
Carl fue abriendo los otros compartimentos. Una bola en uno de ellos, y el otro vacio. Eso era todo.
– ?Puedo mirar, entonces, yo tambien? -quiso saber Assad cuando Carl retrocedio un poco-. ?Y los compartimentos delanteros? ?Has mirado ahi?
– Eso iba a hacer -replico Carl. Con la mente ya en otra parte.
– ?Sabeis donde ha comprado esta bolsa? -pregunto sin mirar a nadie.
– Por internet -dijeron tres voces a la vez.
Joder, en la red. Punetera red.
– ?Y los zapatos y el resto? -quiso saber, mientras Assad sacaba un boligrafo del bolsillo y empezaba a hurgar en uno de los agujeros de la bola.
– Lo compramos todo por internet, es mas barato -explico el mecanico.
– ?Nunca hablabais de vuestra vida privada? ?De vuestra infancia o juventud, de cuando empezasteis a jugar? ?De la primera vez que pasasteis de doscientos puntos?
Decid algo, cretinos. Esto no puede ser.
– No. De hecho, solo hablabamos de lo que ibamos a hacer en cada momento -continuo el mecanico-. Y al terminar la sesion hablabamos de como habia ido.