– ?A saber…?

– Pues que creia que el incendio estaba organizado de tal modo que debia ocultar que la victima murio de hecho en otro incendio que no tenia nada que ver con aquel.

– O sea, que crees que han traido hasta aqui el cadaver. ?Y que te dijeron ellos?

– Bueno, creo que estuvieron de acuerdo conmigo en todo.

– Asi que ?es un asesinato? Matan a un hombre, lo queman y despues lo llevan al lugar de otro incendio.

– Si, claro que no sabemos si a la victima la habian asesinado la primera vez. Pero si, en mi opinion es muy probable que hayan cambiado el cadaver de sitio. No entiendo que un incendio tan corto en el tiempo, por muy violento que haya sido, pueda quemar un cadaver hasta reducirlo a un esqueleto.

– ?Has estado en las otras casas quemadas? -pregunto Assad.

– Podria haber estado, porque trabajo para varias aseguradoras, pero no, fue un colega mio quien estuvo en Stockholmsgade.

– Los demas incendios ?se produjeron en el mismo tipo de local que este? -pregunto Carl.

– No, solo tenian en comun que todos estaban vacios. Por eso era natural pensar que las victimas eran gente sin hogar.

– ?Crees que todos los incendios han sido iguales? Es decir, ?colocaron a todos los muertos en un local vacio y volvieron a quemarlos? -se intereso Assad.

El hombre de la aseguradora dirigio a aquel extrano agente una mirada sosegada.

– Creo que en muchos aspectos puede suponerse que si.

Carl alzo la vista y observo las ennegrecidas vigas del techo.

– Tengo dos preguntas para ti; despues te dejaremos en paz.

– Adelante.

– ?Por que dos explosiones? ?Por que no dejar que se quemara todo rapidamente? ?Tienes alguna idea?

– Lo unico que se me ocurre es que el incendiario queria controlar los danos.

– Gracias. La otra pregunta es si podemos telefonearte en caso de tener mas preguntas.

El hombre sonrio y busco su tarjeta de visita.

– Por supuesto. Me llamo Torben Christensen.

Carl busco en vano una tarjeta en el bolsillo, aunque ya sabia que no tenia ninguna. Un quehacer mas para Rose cuando volviera.

– No lo entiendo -admitio Assad, que estaba junto a ellos, haciendo rayas en el hollin de la pared abuhardillada. Estaba claro que era de los que cuando tienen un poco de pintura en el dedo son capaces de extenderla por todas partes. Desde luego, en aquel momento llevaba hollin suficiente en el rostro y en la ropa como para cubrir una mesa de tamano mediano-. No entiendo que puede significar eso de lo que hablais. Debe haber una conexion, entonces. Entre eso del anillo en el dedo o el dedo que ya no esta, y los muertos y los incendios y todo eso.

Despues se volvio de pronto hacia el perito de la aseguradora.

– ?Cuanto dinero pide la empresa, o sea, por esto? Vamos, que la casa es vieja, esta hecha un cristo.

El perito fruncio las cejas. La idea de fraude estaba servida, pero el no estaba necesariamente de acuerdo.

– Si, el edificio esta deteriorado, pero aun asi hay que dar una compensacion a la empresa. Se trata de un seguro contra incendios. No de un seguro contra hongos y podredumbre.

– ?Entonces, cuanto?

– Bueno, yo diria que unas setecientas, ochocientas mil coronas.

Assad solto un silbido.

– ?Van a construir algo nuevo sobre el piso bajo danado, entonces?

– Eso depende de la empresa asegurada.

– O sea, que podrian derrumbarlo todo si quieren.

– Pues si.

Carl miro a Assad. Si, se le habia ocurrido algo.

Camino del coche, a Carl le dio la sensacion de que en la siguiente curva iban a adelantar por la derecha a sus adversarios, y esta vez no iban a ser unos delincuentes, sino la Brigada de Homicidios.

Vaya triunfo si consiguieran tomarles la delantera.

Carl hizo un gesto reservado de saludo a los companeros que seguian en el patio exterior. No tenia ganas de hablarles.

Que se las arreglaran para averiguar lo que deseaban saber.

Assad freno un segundo junto al coche patrulla y se quedo leyendo un cartel escrito con letras verdes, blancas, negras y rojas, pegado en una pared pulcramente encalada.

«Israel fuera de la franja de Gazza. Palestina para los palestinos», ponia.

– No saben escribir -sentencio, y subio al coche.

?Y tu si?, penso Carl. Hay que joderse.

Carl puso el motor en marcha y miro a su asistente, que tenia la mirada clavada en el cartel de la esquina. Parecia estar muy lejos de alli.

– ?Eh, Assad! ?Donde estas?

Assad siguio mirando imperterrito.

– Estoy aqui, Carl -le aseguro.

Durante el trayecto a Jefatura no cruzaron palabra.

Capitulo 9

Las ventanas del pequeno edificio comunitario parecian placas de metal al rojo vivo. O sea que los chiflados habian empezado la funcion.

Se quito el abrigo en el vestibulo, saludo a las denominadas «mujeres impuras» que tenian la menstruacion, y que estaban fuera escuchando los cantos de jubilo, y se colo por la puerta doble.

La misa habia llegado al punto en que el ambiente se estaba caldeando de verdad. Habia estado alli varias veces, y el ritual era siempre el mismo. En aquel momento el oficiante, vestido con sus ropajes cosidos a mano, estaba en el altar preparando el «consuelo vital», que es como llamaban a la comunion. Dentro de poco todos, ninos y adultos, se levantarian a una senal suya y se acercarian unos a otros con pasos cortos y la cabeza hundida, vestidos con sus tunicas de blanca inocencia.

Aquella comunion del jueves al atardecer era el punto algido de la semana. En ella la misma Madre de Dios, en la figura del sacerdote, extendia el caliz a la comunidad y les ofrecia el pan. Pronto los presentes en el Salon de la Madre se abandonarian a una danza feliz y de sus bocas brotarian cascadas interminables de alabanzas para con la Madre de Dios, quien con ayuda del Espiritu Santo dio vida a Jesucristo. Dejarian que las voces fluyeran y hablaran en lenguas extranas, rezarian por los ninos no natos, se abrazarian y recordarian la sensualidad con la que la Madre de Dios se entrego al Senor y muchas mas cosas del mismo tenor.

Como tantas otras cosas que ocurrian alli dentro, todo era absurdo.

Se dirigio sigiloso al fondo del local y se coloco junto a la pared. Lo miraron con devocion. Todos son bienvenidos, decian las sonrisas. Y cuando dentro de poco el grupo se entregara al extasis, le agradecerian que hubiera acudido a ellos atraido por la Madre de Dios.

Mientras tanto, observaba a la familia que habia elegido. Padre, madre y cinco ninos. En aquellos circulos raras veces se veian familias con menor numero de hijos.

Tras los dos chicos mayores estaba, parcialmente oculto, su padre canoso, y ante ellos las tres ninas, balanceandose ritmicamente de lado a lado con el pelo suelto y cimbreante. En primera fila del circulo, rodeada de otras mujeres adultas, estaba su madre con los labios entreabiertos, los ojos cerrados y las manos sujetando levemente los pechos. Todas las mujeres estaban en la misma postura. Ausentes del mundo que las rodeaba, cabeceando en la conciencia colectiva, estremeciendose por la cercania de la Madre de Dios.

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