combinacion de quiosco, estacion de servicio y taller mecanico especializado en trabajos de chapa, antes de seguir por Gamla Kongavagen.
La casa lucia bien al crepusculo, alzada sobre la ciudad. Una cerca de piedra marcaba los limites del terreno, y tres luces encendidas senalaban que la familia Holt no se habia alarmado ni mucho menos por la llamada de Assad.
Llamo a la puerta con un aldabon maltrecho y no oyo ninguna actividad especial en el interior.
Joder, penso. Es viernes. Los Testigos de Jehova ?celebraban el sabbath? Si, los judios celebraban el sabbath los viernes, seguro que lo ponia en la Biblia, y los Testigos de Jehova seguian al pie de la letra lo que ponia en la Biblia.
Volvio a llamar. A lo mejor no le abrian porque lo tenian prohibido. El dia de fiesta ?estaria prohibido moverse? Y en tal caso, ?que podia hacer? ?Echar la puerta abajo a patadas? No era una idea muy buena, alli todo el mundo tenia una escopeta de caza bajo el colchon.
Miro un rato alrededor. La ciudad estaba silenciosa y adormecida a aquella hora gris en que lo mejor que podia hacerse era poner los pies encima de la mesa sin pensar en el dia que habia pasado.
?Donde diablos habra un sitio para dormir en este rincon del mundo?, estaba pensando cuando se encendio la luz del pasillo tras el cristal de la puerta.
Un chico de quince o dieciseis anos asomo su rostro serio y palido por la puerta entreabierta y lo miro sin decir palabra.
– Hola -saludo Carl-. ?Estan tu padre o tu madre en casa?
Entonces el chico se limito a cerrar la puerta y echar el pestillo. Su rostro estaba en calma. Por lo visto ya sabia lo que debia hacer, y no estaba entre sus obligaciones invitar a pasar a gente desconocida.
Despues transcurrieron unos minutos en los que Carl miro fijamente a la puerta. Algunas veces solia funcionar cuando eras lo bastante obstinado.
Un par de vecinos que paseaban bajo las farolas de la calle clavaron en el una mirada que decia «?quien eres tu?». Sabuesos leales de la ciudad provinciana, siempre hay gente asi.
Por fin aparecio un rostro de hombre tras el cristal de la puerta, asi que la tactica de quedarse esperando habia vuelto a funcionar.
Era un rostro inexpresivo el que escudrinaba a Carl, como si hubiera estado esperando a una persona concreta.
Abrio la puerta.
– ?Si…? -dijo en sueco, y se quedo esperando a que Carl tomara la iniciativa.
Carl saco la placa.
– Carl Morck, del Departamento Q de Copenhague -se presento-. ?Es usted Martin Holt?
El hombre miro la placa con cara de pocos amigos y asintio con la cabeza.
– ?Puedo pasar?
– ?De que se trata? -replico el hombre con voz queda, en un danes impecable.
– ?No podemos hablar de ello dentro?
– No creo -dijo el hombre. Retrocedio e hizo ademan de cerrar la puerta, pero Carl asio el pomo.
– Martin Holt, ?puedo hablar un rato con su hijo Poul?
El hombre vacilo.
– No -dijo despues-. No esta aqui, asi que es imposible.
– ?Sabe donde puedo encontrarlo?
– No lo se.
Miro con fijeza a Carl. Con demasiada fijeza para no saberlo.
– ?No tiene ninguna direccion de su hijo Poul?
– No. Y ahora me gustaria que nos dejara en paz. Tenemos clase de catequesis.
Carl enseno su papel.
– Tengo aqui la lista del registro civil de los que habitaban en su casa de Gr?sted el 16 de febrero de 1996, cuando Poul dejo de asistir a la Escuela de Ingenieros. Como ve, aparecen usted, su mujer Laila y sus hijos Poul, Mikkeline y Tryggve, Ellen y Henrik.
Miro en la parte inferior de la hoja.
– Por los numeros de registro deduzco que sus hijos tendran hoy, respectivamente, treinta y uno, veintiseis, veinticuatro, dieciseis y quince, ?estoy en lo cierto? [1]
Martin Holt asintio en silencio y ahuyento a un chico que miraba con curiosidad a Carl por encima de su hombro. El mismo chico de antes. Seguro que era el que se llamaba Henrik.
Carl siguio al chico con la vista. Tenia en la mirada esa expresion apagada de la gente a la que solo se le permite decidir cuando hacer de vientre.
Carl levanto la vista hacia el hombre que parecia llevar con firmeza las riendas de la familia.
– Sabemos que Tryggve y Poul estuvieron juntos aquel dia en la Escuela de Ingenieros, donde Poul fue visto por ultima vez -informo-. O sea que si Poul no vive en casa, ?quiza pudiera hablar con Tryggve? ?Solo un momento?
– No, no nos hablamos con el.
Lo dijo con total frialdad y voz neutra, si bien la lampara de la puerta de entrada desvelo la piel grisacea caracteristica de quienes cargan con muchas responsabilidades. Demasiado que hacer, demasiadas decisiones y demasiadas pocas vivencias positivas. Tenia la piel grisacea y los ojos sin brillo. Y aquellos ojos fueron lo ultimo que vio Carl antes de que el hombre cerrara dando un portazo.
Paso un segundo, se apago la luz de encima de la puerta y la del recibidor, pero Carl sabia que el hombre estaba al otro lado, esperando a que se marchara.
Carl dio unos pasos sin moverse, para que pareciera que estaba bajando los escalones.
En el mismo instante se oyo con claridad que el hombre del otro lado de la puerta empezaba a rezar.
«Refrena nuestra lengua, Senor, para que no digamos las palabras feas que son inciertas, las palabras ciertas que no son toda la verdad, toda la verdad cuando sea cruel. En nombre de Jesucristo», rezo en sueco.
Habia dejado atras hasta su lengua materna.
«Refrena nuestra lengua, Senor», habia dicho, y «no nos hablamos con el». ?Como diablos se podia decir eso? ?No se permitia hablar para nada de Tryggve? ?Tampoco de Poul? ?Seria que ambos chicos fueron expulsados a causa de lo que ocurrio? ?Habian demostrado ser indignos del reino de Dios? ?Se trataba de eso?
Porque, de ser asi, aquello no le interesaba en absoluto a un funcionario publico.
Y ahora ?que?, penso. ?Deberia aun asi telefonear a la Policia de Karlshamn para que lo ayudasen? Y en ese caso, ?como diablos iba a argumentarlo? Al fin y al cabo, la familia no habia hecho nada que no debiera. Al menos que a el le constara.
Sacudio la cabeza, bajo los escalones con sigilo y se metio en el coche, dio marcha atras y retrocedio un poco en el camino hasta poder aparcar en un sitio donde no lo molestaran.
Desenrosco la tapa del termo y observo que el contenido estaba frio. Fantastico, penso en un arranque de sarcasmo. Habian pasado al menos diez anos desde la ultima vez que tuvo que trabajar de noche, y aquella vez tampoco fue por voluntad propia. Noches frias y humedas de marzo en un coche sin un reposacabezas como es debido y con cafe frio no eran precisamente lo que habia esperado cuando consiguio trabajo en Jefatura. Y ahora estaba alli. Con la cabeza completamente vacia, a excepcion de aquel punetero sentido comun que le decia como debia interpretar las reacciones de la gente y a que podian conducir.
El hombre de la casa de la colina no habia reaccionado con naturalidad, era algo evidente. Martin Holt estuvo demasiado a la defensiva, tenia el rostro demasiado gris, demasiado indiferente al hablar de sus dos hijos mayores y, al mismo tiempo, demasiado displicente con lo que un subcomisario de la Policia de Copenhague pintara en aquel paisaje rocoso. Lo que desvelaba si algo no iba bien no solia ser lo que preguntaba la gente, sino mas bien lo que no preguntaba. Y esta vez estaba claro.
Miro hacia la casa al otro lado de la curva y dejo la taza de cafe entre sus muslos. Ahora iba a cerrar los ojos con mucho cuidado. Las siestas cortas eran el elixir de la vida.
Solo dos minutos, se dijo, y desperto veinte minutos mas tarde para darse cuenta de que una taza de cafe le