aprendio a asegurarse de que no habia moros en la costa para poder volver con sus trofeos sin peligro.

Fue entonces cuando aprendio a escuchar como los murcielagos cuando salen de caza.

Desde el momento en que dejo a su mujer en la sala hasta que la vio salir furtivamente por la puerta del jardin con el nino en brazos apenas transcurrieron dos minutos. Mas o menos lo que habia esperado.

No era tonta. Desde luego, era joven e ingenua, y facil de calar, pero tonta no era. Por eso sabia que el sospechaba algo, y por eso tambien tenia miedo. Lo leia en su cara y lo oia en el tono de su voz.

Y ahora queria huir.

Iba a actuar tan pronto como se sintiera a salvo de el. Era solo cuestion de tiempo, lo sabia. Por eso estaba ahora junto a la ventana de la primera planta golpeando el piso de madera con el pie, y no paro hasta que ella casi alcanzo el seto.

Asi de facil era conocer sus intenciones, y aquello dolia, pese a que hacia tiempo que se habia acostumbrado a que la gente lo defraudara. Te acostumbrabas, eso era todo.

Miro a la mujer y al nino. Se le escapaba una vida. Dentro de poco habrian pasado por el agujero.

El seto estaba bien crecido, asi que espero un momento para bajar las escaleras en dos saltos y salir al jardin.

Aquella mujer guapa con vestido rojo y el nino en brazos llamaba la atencion, asi que era facilisimo seguirla, aunque ya habia avanzado un buen trecho por la carretera para cuando el logro atravesar el seto.

Cuando llego a la calle principal la mujer torcio por una lateral y despues volvio a adentrarse en la frondosa paz del barrio de villas.

No esperaba que sucediera eso.

Estupida mujer, penso. ?Me pones los cuernos en mi propio territorio?

El verano que cumplio once anos, la comunidad de su padre alquilo una tienda de campana y la planto en la feria de ganado. «Si esos diablos rojos pueden hacerlo», sentencio, «tambien podemos hacerlo las iglesias libres».

Trabajaron duro toda la manana para terminar a tiempo. Era un trabajo pesado, pero otros ninos los ayudaron, tambien obligados. Cuando terminaron de colocar el suelo de la tienda, su padre dio una palmada en la cabeza a todos los demas ninos.

Sus hijos se quedaron sin palmada; eso si, los puso a desplegar sillas.

Y habia muchas.

Se abrio al publico la plaza del mercado. Cuatro focos amarillos iluminaban la entrada a la tienda, y una estrella mensajera colgaba del mastil central. «Abraza a Jesus, abrele tu corazon», ponia en el lateral de la tienda.

Aparecio la comunidad en pleno y todos aplaudieron la organizacion; eso fue todo. A pesar de los folletos de colores que Eva y el habian repartido a todo quisqui, no se presento nadie que no perteneciera a la comunidad.

Su padre solia descargar su cabreo y frustracion en su madre cuando nadie lo veia.

– Salid otra vez, crios -dijo entre dientes-, y esta vez hacedlo como Dios manda.

Se perdieron en la esquina de la feria de ganado, justo al lado de los puestos de baratijas. Eva se quedo prendada de los conejos, pero el siguio adelante. Era la unica forma de ayudar a su madre.

«Cojan un folleto», mendigaban sus ojos mientras la gente pasaba de lado. Si lo cogian, tal vez su madre se librara de la paliza cuando llegaran a casa. Tal vez no pasara toda la noche llorando.

Y anduvo buscando un rostro amable que pareciera querer compartir con otros su religiosidad. Tratando de escuchar una voz que encerrase la dulzura que predicaba Jesucristo.

Entonces oyo a unos ninos riendo. No eran las risas que oia cuando pasaba junto a una escuela a la hora del recreo o cuando se atrevia a ver algo de television infantil frente a la tienda de electrodomesticos. No, reian como si las cuerdas vocales fueran a desgarrarse y todo el mundo debiera dirigir sus miradas hacia ellos. El nunca habia reido asi bajo el edredon, y aquello lo atrajo.

Su voz interior ya podia susurrar cuanto quisiera sobre la ira y la penitencia. No pudo pasar de largo.

Un pequeno grupo se habia reunido delante del puesto. Ninos y adultos entremezclados. En una banderola de lona blanca alguien habia escrito con torpes letras rojas «BIDEOS APASIONANTES A MITAZ DE PRECIO SOLO OY», y sobre la mesa hecha con tablones habia un televisor, el mas pequeno que habia visto en su vida.

En la pantalla se veia uno de esos videos de imagen centelleante en blanco y negro, los ninos reian y pronto rio el tambien. Rio hasta que le dolio el diafragma y la parte de su alma que por primera vez habia salido al mundo en todo su esplendor.

– Desde luego, no hay nadie como Chaplin -dijo uno de los adultos.

Y todos reian con aquel hombre que hacia piruetas y boxeaba en la pantalla. Reian cuando hacia girar su baston y alzaba su sombrero negro. Reian cuando hacia muecas a todas aquellas senoras gordas y senores con enormes ojeras. Tambien el rio, y sintio calambres en el vientre y una sensacion maravillosa, incontrolada e inesperada, y nadie le dio un pescozon ni se fijo en el por ello.

Aquella experiencia, siguiendo una logica retorcida, iba a transformar su vida y la de muchos otros.

Su mujer no miro atras. En realidad, no miraba a ninguna parte. Dejaba que sus pies tirasen de ella y del nino a traves del barrio de villas, como si fuerzas desconocidas decidieran el rumbo y la velocidad.

Y cuando la gente pretende prescindir en tal grado de la realidad, hace falta poca cosa para que se produzca la catastrofe.

Como un tornillo que se desprende de las alas del avion, como la gota de agua que cortocircuita el rele del pulmon de acero.

Reparo en la paloma que se poso en el arbol justo encima de su mujer e hijo cuando iban a pasar la calle, y tambien se fijo en el excremento de ave que golpeo las baldosas como dedos fantasmales. Vio que su hijo lo senalaba y que su mujer miraba al suelo. Y en el momento en que salieron a la calzada un coche torcio en la esquina y se dirigio hacia ellos con precision asesina.

Pudo haber gritado. Pudo chillar y silbar a modo de aviso, pero no hizo nada. No era momento para eso. Sus sentimientos no alcanzaban para tanto.

Los frenos del coche chirriaron, la sombra tras el parabrisas dio un volantazo y el mundo se detuvo.

Vio a su mujer y a su hijo temblando del susto y girando la cabeza a camara lenta. Y el pesado vehiculo derrapo a un lado y dejo la marca de las ruedas en la calzada como un carboncillo sobre papel de dibujo. Despues se enderezo, la parte trasera agarro bien y todo termino.

Su mujer se quedo paralizada en la calzada cuando el coche siguio volando, y el se quedo rigido y con los brazos colgando, a medio metro del seto. Los sentimientos de ternura luchaban contra una extrana forma de embriaguez que solo habia experimentado la primera vez que mato. No era un sentimiento que deseara experimentar.

Dejo escapar lentamente el aire comprimido en sus pulmones mientras el calor se extendia por su cuerpo. Y se quedo alli demasiado tiempo, porque Benjamin lo vio cuando giro la cabeza para esconder el rostro en el cuello de su madre. Se veia que tenia miedo, porque se asusto de verdad cuando su madre reacciono con energia. Pero el arqueo de cejas y el temblor de labios desaparecieron en cuanto vio a su padre y levanto las manos, riendo.

Entonces ella dio la vuelta y lo vio, y la expresion de susto del segundo anterior volvio a su rostro.

Cinco minutos despues estaba sentada frente a el en la sala con el rostro vuelto. «Vuelve a casa voluntariamente», le habia dicho el. «De lo contrario, no volveras a ver a nuestro hijo.»

Y ahora la mirada de ella estaba llena de odio y aversion.

Si queria saber adonde habia querido ir ella, iba a tener que sacarselo por la fuerza.

Su hermana y el conocieron pocos momentos maravillosos.

Cuando se colocaba bien en el dormitorio, podia dar diez pasos cortos hasta el espejo. Con los pies bien hacia fuera, la cabeza balanceandose de lado a lado y el baston girando en el aire. Diez pasos en los que el era otro, alli, dentro del espejo. No el chico que no tenia companeros de juego. No el hijo de quien hacia y deshacia en la pequena ciudad. No era la oveja elegida del rebano, que debia portar la palabra de Dios y dirigirla como un rayo contra la gente. Solo era el pequeno vagabundo que hacia que todos rieran, el el primero.

– Me llamo Chaplin, Charlie Chaplin -se presentaba, haciendo muecas con los labios bajo su bigote imaginario mientras Eva estaba a punto de caerse de la cama de sus padres al suelo de la risa. Solia reaccionar asi cuando el hacia su numero, pero aquella vez fue la ultima.

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