Eva nunca volvio a reir.
Un segundo despues sintio un ligero golpe en el hombro. Un simple dedo basto para que se le cortara el aliento y se le secara la garganta. Cuando se volvio, el golpe de su padre iba ya camino de la boca de su estomago. Unos ojos abiertos como platos bajo unas cejas pobladas. Ningun ruido aparte del golpe y de los que siguieron.
Cuando los intestinos empezaban a arderle y los jugos gastricos le quemaban la garganta, dio un paso atras y miro a su padre a los ojos con obstinacion.
– Vaya, asi que ahora te llamas Chaplin -susurro su padre mientras lo miraba con la mirada de Viernes Santo, cuando relataba con detalle el duro ascenso de Jesucristo al Golgota. Todo el pesar y el dolor del mundo cargaban sus hombros dispuestos, no tenias la menor duda al respecto aunque fueras solo un nino.
Entonces volvio a pegar. Esta vez tuvo que alargar el brazo para llegar. No iban a obligarlo a avanzar un paso hacia aquel nino terco.
– ?Como se te ha metido esa idea endiablada en la cabeza?
El miro a los pies de su padre. En lo sucesivo solo responderia a las preguntas que le diera la gana. Su padre podia pegarlo cuanto quisiera, no iba a responder.
– Vaya, no respondes. Pues tendre que castigarte.
Lo arrastro de la oreja hasta su cuarto y lo empujo con fuerza contra la cama.
– Ahora te quedas aqui hasta que vengamos a buscarte, ?entendido?
Tampoco respondio a aquello, y su padre lo miro un rato con ojos asombrados y los labios entreabiertos, como si la terquedad de aquel nino anunciara la hora del Juicio Final y la llegada del Diluvio Universal. Despues se calmo.
– Coge todas tus cosas y dejalas en el pasillo -le ordeno.
Al principio no entendia que queria decirle su padre, pero despues si.
– Salvo tu ropa, tus zapatos y tu ropa de cama. Todo lo demas.
Aparto al nino de la vista de su mujer, y la dejo sola en la palida luz rayada que filtraban las persianas sobre su rostro.
Ella no iria a ninguna parte sin el nino, lo sabia.
– Se ha dormido -dijo el cuando volvio a bajar del primer piso-. Oye, ?que ocurre?
– ?Como que que ocurre?
Su mujer giro la cabeza poco a poco.
– ?No deberia ser yo quien lo preguntara? -pregunto con mirada sombria-. ?En que trabajas? ?Donde ganas ese monton de dinero? ?Haces algo ilegal? ?Chantajeas a la gente?
– ?Chantajear a la gente? ?Que te hace pensar eso?
Ella desvio la vista.
– Da igual. Solo quiero que nos dejes marchar a Benjamin y a mi. No quiero seguir viviendo aqui.
El hombre fruncio el entrecejo. Estaba planteandole preguntas. Le imponia condiciones. ?Habia pasado algo por alto?
– Te he dicho: ?que te hace pensar eso?
Ella se encogio de hombros.
– ?Pues todo! Siempre estas fuera. No dices nada. Guardas unas cajas de mudanza en un cuarto, como si fuera un santuario. Mientes sobre tu familia. No…
No fue el quien la interrumpio. Se callo por si misma. Miro al suelo, incapaz de recoger las palabras que jamas debieran habersele escapado. Arrepentida de su temeridad.
– Has andado en mis cajas, ?verdad? -pregunto tranquilo, pero bajo su piel la seguridad ardia como fuego.
Asi que sabia sobre el cosas que no deberia saber.
Si no se desembarazaba de ella estaba perdido.
Su padre se encargo de que todas las cosas de su cuarto fueran al monton. Juguetes viejos, libros de Ingvald Lieberkind con imagenes de animales, cosas que habia recogido por aqui y por alla. Una buena rama para rascarse la espalda, un bote con pinzas de cangrejo, esqueletos de erizos de mar y fosiles. Todo al monton. Y cuando termino, su padre aparto la cama de la pared y la inclino hacia un lado. Alli estaban sus secretos, bajo el armino aplastado. Las revistas, los tebeos y todos los momentos despreocupados.
Su padre le echo un vistazo rapido. Despues hizo una pila con las revistas y se puso a contar. Cada revista era un voto. Y cada voto, un golpe.
– Veinticuatro revistas. No voy a preguntarte de donde las has sacado, Chaplin, eso no me interesa. Ahora vuelvete, que voy a darte veinticuatro golpes, y en adelante no quiero volver a ver esas porquerias en esta casa, ?esta claro?
No respondio. Se limito a mirar a la pila y despedirse de sus revistas una por una.
– ?No respondes? Pues te llevaras doble racion de azotes. Asi aprenderas a responder otra vez.
Pero no aprendio. A pesar de las marcas alargadas de la espalda y de los grandes moratones de la nuca, dejo que su padre volviera a ponerse el cinturon sin pronunciar una palabra. Sin un gemido.
Pero lo mas dificil fue no llorar diez minutos mas tarde, cuando le ordenaron que prendiera fuego a todas sus cosas amontonadas en el patio.
Eso fue lo mas dificil.
Estaba encorvada, mirando las cajas de mudanza. Su marido habia hablado sin interrupcion mientras tiraba de ella escalera arriba, pero ella no decia nada. Nada en absoluto.
– Tenemos que aclarar dos cosas -dijo su marido-. Dame tu movil.
Ella lo saco del bolsillo, sabiendo que no iba a servirle de nada. Kenneth le habia ensenado a borrar la lista de llamadas.
El tecleo y miro a la pantalla sin ver nada, y eso la alegro. La alegro que se quedara con las ganas. ?Que iba a hacer ahora con su sospecha?
– Parece que has aprendido a borrar la lista de llamadas. ?Es verdad?
Ella no respondio. Se limito a quitarle el movil de la mano y volver a meterselo al bolsillo.
Despues el hombre senalo el cuarto estrecho con las cajas de mudanza.
– Esta superordenado, lo has hecho bien.
Ella respiro aliviada. Tampoco en eso tenia pruebas de nada. Al final tendria que dejarla marchar.
– Pero no lo bastante, ?sabes?
Ella pestaneo un par de veces mientras trataba de abarcar todo el cuarto. Los abrigos ?no estaban en su sitio? La abolladura de la caja ?no la habia corregido?
– Mira estas rayas.
Se agacho y senalo un pequeno cuadrado en la parte frontal de dos de las cajas. Una rayita en uno de los bordes de la caja y otra en el otro. Casi seguidas, pero no del todo.
– Cuando coges estas cajas y vuelves a apilarlas, quedan colocadas de otra manera, ?ves?
Senalo otras dos rayas que no coincidian.
– Has sacado las cajas y has vuelto a meterlas, es asi de sencillo. Ahora vas a decirme que has encontrado en ellas, ?entendido?
Ella sacudio la cabeza.
– Estas loco. No son mas que cajas de carton, ?por que habria de interesarme en ellas? Han estado aqui desde que nos mudamos. Simplemente han cedido por el peso.
Ha estado bien, penso. Ha sido una buena explicacion.
Pero el sacudio la cabeza. La explicacion no lo habia convencido.
– Bien, vamos a comprobarlo -propuso, y la apreto contra la pared. «No te muevas, si no va a ser peor para ti», decia su fria mirada.
Ella miro al pasillo mientras el se ponia a tirar con cuidado de las cajas del medio. No era tarea facil en aquel cuarto tan estrecho. Un taburete junto a la puerta del dormitorio, un jarron en el alfeizar de la ventana de la buhardilla, la pulidora bajo el techo abuhardillado.
Si le doy con el taburete en la nuca, entonces…
Trago saliva y apreto los punos. ?Con que fuerza debia pegar?
Mientras tanto, su marido salio del hueco de la puerta y dejo caer con un ruido sordo una de las cajas a los