Sirviera para lo que sirviese.
– ?Has llamado? -pregunto a Jesper por el movil justo despues.
– Ya puedes ir aflojando la pasta, Charlie.
Un parpadeo reflejo se apodero de Carl. Ostras, el chaval parecia seguro.
– ?Carl! Me llamo Carl, Jesper. Si vuelves a llamarme Charlie, voy a quedarme temporalmente sordo en momentos decisivos; estas avisado.
– Vale, Charlie -rio de forma casi visible-. Pues a ver si puedes oir esto. He encontrado a un pavo para Vigga.
– Vaya. ?Y vale los dos mil, o lo va a echar a la calle manana como al poeta rechoncho? Porque entonces no vas a oler la guita.
– Tiene cuarenta anos. Conduce un Ford Vectra, tiene una tienda de ultramarinos y una hija de diecinueve anos.
– Bueno, bueno. ?De donde lo has sacado?
– Puse un anuncio en su tienda. Era el primero que ponia.
?Joder! Desde luego, no le habia costado nada ganar el dinero.
– ?Y por que crees que el tendero mercachifle va a ganarse a Vigga? ?Se parece a Brad Pitt?
– Tu lo flipas, Charlie. Para eso Pitt tendria que quedarse roncando bajo el sol durante una semana.
– ?Me estas diciendo que es negro?
– Negro no, pero poco le falta.
Carl contuvo el aliento mientras le contaban el resto de la historia con todo lujo de detalles. El hombre era viudo y tenia unos timidos ojos castanos. Justo lo que Vigga necesitaba. Jesper lo habia llevado a la cabana con huerta, y el tipo alabo los cuadros de Vigga y exclamo embelesado que la cabana con huerta era el lugar mas acogedor que habia visto en toda su vida. No hizo falta mas. En aquel momento, al menos, estaban almorzando en un restaurante del centro.
Carl sacudio la cabeza. Deberia estar mas contento que unas pascuas, pero en su lugar volvia a notar una molesta sensacion en el estomago.
Cuando Jesper termino, Carl apago el movil a camara lenta y dirigio la vista hacia Morten y Hardy, que lo miraron como un par de chuchos callejeros esperando las sobras de la comida.
– Toquemos madera, puede que nos hayamos salvado en ultima instancia. Jesper ha conseguido aparear a Vigga con el hombre ideal, asi que tal vez podamos seguir viviendo aqui.
Morten abrio la boca, entusiasmado, y junto las manos con cuidado.
– ?No me digas…! -exclamo-. Y ?quien es el principe azul?
– ?Azul? -Carl trato de sonreir, pero era como si tuviera agarrotados los musculos faciales-. Por lo que dice Jesper, Gurkamal Singh Pannu es el indio con la tez mas oscura al norte del Ecuador.
?Habia oido un estremecimiento sofocado de ambos?
Aquel dia el azul, el blanco y las caras tristes dominaban en la periferia de Norrebro. Carl nunca habia visto tantos forofos del Copenhague F. C. esparcidos por las aceras con una pinta tan alicaida. Las banderolas estaban en el suelo, las latas de cerveza parecian pesar demasiado para llevarlas a la boca, los himnos combativos habian enmudecido, solo de vez en cuando surgia algun rugido frustrado que pendia sobre la ciudad como el grito de dolor de los antilopes de la sabana tras el ataque de una manada de leones.
Su equipo favorito habia perdido 0-2 contra el Esbjerg. Catorce victorias en casa seguidas de una derrota contra un equipo que no habia ganado ni un solo partido a domicilio en todo el ano.
La ciudad estaba noqueada.
Aparco hacia la mitad de Heimdalsgade y miro alrededor. Desde los tiempos en que patrullaba alli, las tiendas de inmigrantes habian crecido como setas. Habia ambiente incluso en domingo.
Encontro el nombre de Assad en el letrero de la puerta y apreto el timbre. Mas valia que le pusiera mala cara que un «no, gracias» por telefono. Si Assad no estaba en casa, iria a casa de Vigga para indagar que le rondaba por la cabeza.
Pasados veinte segundos seguian sin abrir la puerta.
Dio un paso atras y miro a los balcones. No era un edificio caracteristico de los guetos, como habia esperado. De hecho, habia muy pocas antenas parabolicas, y tampoco habia ropa tendida.
– ?Quieres entrar? -pregunto una voz desenfadada por detras, y una chica rubia de las que te dejan sin habla con solo una mirada abrio el portal.
– Gracias -murmuro, y entro con ella en la caja de hormigon.
Encontro la vivienda en el segundo piso y observo que, a diferencia de sus dos vecinos arabes, cuyos letreros rebosaban de nombres, en la puerta de Assad solo habia uno.
Carl apreto el timbre un par de veces, pero para entonces ya sabia que habia hecho el viaje en balde. Luego se agacho y abrio del todo el buzon de la puerta.
El piso parecia vacio. Aparte de propaganda y un par de sobres de ventanilla, no se veia nada mas que un par de sillones de cuero gastados a lo lejos.
– Eh, tio, ?que haces?
Carl enderezo la nuca y se encontro frente a un par de pantalones de entrenamiento blancos con rayas en las costuras.
Se levanto hacia el culturista, que tenia sendas mazas marrones por brazos.
– Queria visitar a Assad. ?Sabes si ha estado hoy en casa?
– ?El chiita? No ha estado.
– ?Y su familia?
El tipo ladeo un poco la cabeza.
– ?Estas seguro de que lo conoces? No seras el cabronazo que anda robando en esta casa, ?verdad? ?Para que mirabas por la rendija del buzon?
Golpeo con su pecho de roca el costado de Carl.
– Eh, un momento, Rambo.
Apreto la mano contra el trenzado de abdominales y rebusco en su bolsillo interior.
– Assad es amigo mio, y tu tambien lo seras si respondes aqui y ahora a mis preguntas.
El tipo se quedo mirando la placa de policia que Carl sostenia ante el.
– ?Quien crees que quiere ser amigo de alguien con una placa tan jodidamente fea? -lo amonesto torciendo el gesto.
Iba a darse la vuelta, pero Carl lo agarro de la manga.
– Igual te dignas responder a mis preguntas. Eso estaria…
– Ya puedes limpiarte ese culo blanco con tus estupidas preguntas, gilipollas.
Carl asintio con la cabeza. Dentro de tres segundos y medio iba a ensenar a aquel fulano sobrecrecido tragapolvos proteinicos quien era el gilipollas. Puede que fuera ancho, pero desde luego no lo bastante como para un par de presas en el cuello seguidas de amenazas de arresto por obstruir la accion policial.
Entonces se oyo una voz por detras.
– ?Eh, Bilal!, ?de que vas? ?No has visto la placa del senor?
Carl giro y se topo con un tipo aun mas ancho, que a ojos vista se dedicaba tambien al levantamiento de pesas. Una autentica exhibicion de ropa de deporte por todas partes. Desde luego, si aquella camiseta enorme la habia comprado en una tienda normal, la tienda aquella estaba bien surtida.
– Si, perdone a mi hermano, toma demasiados esteroides -se disculpo y tendio una manaza del tamano de una pequena capital de provincia-. No conocemos a Hafez el-Assad. De hecho, solo lo he visto dos veces. Un tipo curioso de cara redonda y ojos saltones, ?verdad?
Carl asintio en silencio y solto la manaza.
– No, en serio -continuo el tipo-. Creo que no vive aqui. Y desde luego que no con ninguna familia.
Sonrio.
– Tampoco seria muy comodo en un piso de una habitacion, ?verdad?
Tras haber marcado en vano el numero del movil de Assad varias veces, Carl salio del coche y aspiro hondo antes de avanzar a paso rapido por el sendero del huerto hacia la cabana de Vigga.
– Hola, cielo -canturreo ella, mientras salia a su encuentro.
De los minusculos altavoces que tenia en la sala surgia una musica que no se parecia a nada que hubiera oido