intercambio de cortesias.
– Nada -dijo Carl, volviendose hacia Assad-. Nada concreto de Thomasen, pero si ha sugerido que podria haber alguna posibilidad en estas tres zonas.
Las senalo en el mapa.
– A ver si Yrsa nos viene con algo que sea mas solido que lo encontrado hasta ahora y podemos comparar los datos. Tu, mientras tanto, sigue con lo tuyo.
Siguio media hora de relajacion reconfortante con los pies sobre la mesa, hasta que una sensacion de cosquilleo en el puente de la nariz lo devolvio a la realidad. Sacudio la cabeza, abrio los ojos y se vio en el epicentro de una horda de moscones verdeazulados brillantes a la caza de un lugar donde poner huevos que no fuera el adorno azucarado del paquete de tabaco.
– Me cago en la mar -se desfogo, dando manotazos a diestro y siniestro; un par de moscones cayeron al suelo con las seis patas al aire.
Ya estaba bien.
Miro en su papelera. Hacia semanas que habia arrojado algo, y todavia seguia alli, pero no habia restos organicos que pudiera pensarse que tentaran a una mosca parturienta.
Carl miro al pasillo; habia otra condenada mosca. A saber si en alguna de las comidas exoticas de Assad habia vuelto a generarse vida. ?Seria su
– ?De donde han salido todas estas moscas? -espeto ya antes de entrar en la caja de cerillas de Assad.
En el interior habia un olor penetrante. Nada que ver con el estandar de azucar habitual. Parecia mas bien que hubieran andado jugando con un mechero Zippo.
Assad levanto la mano en el aire. Estaba de lo mas concentrado, con el receptor pegado al oido.
– Si -dijo varias veces por el telefono. Despues continuo con voz mas profunda y aire mas autoritario de lo normal-. Pues entonces habra que ir a comprobarlo.
Concerto una cita y colgo.
– Te preguntaba de donde han salido estas moscas -informo Carl, senalando a un par que se habian posado en un poster precioso con dromedarios y un mogollon de arena.
– Carl, me parece, o sea, que he encontrado una familia -informo Assad. Su rostro expresaba incredulidad. Como alguien que mira un billete de loteria y comprueba que los numeros coinciden con el ganador de diez millones de coronas. Como el que, casi con dolor, debe reconocer que el sueno de su vida acaba de hacerse realidad en ese momento.
– ?Una que?
– Una familia que estuvo en manos de nuestro secuestrador, creo.
– ?Son los de la Casa de Cristo de los que hablaste?
Assad asintio en silencio.
– Los ha encontrado Lis. Es otra direccion y otro apellido, pero son ellos. Hizo comprobaciones con los numeros de registro civil. Cuatro hijos, y el mas joven, Fleming, tenia, o sea, catorce anos hace cinco.
– ?Has preguntado donde esta el chico actualmente?
– No me ha parecido conveniente, o sea.
– ?Que es eso que has dicho de que habra que ir a comprobarlo?
– Bueno, le he dicho a la senora que eramos de Hacienda y que nos parecia extrano que su hijo mas joven, que por lo visto es el unico de sus hijos que no ha emigrado, no hubiera enviado su declaracion de la renta pese a hacer mucho que cumplio los dieciocho.
– Assad, no puede ser. No podemos hacernos pasar por funcionarios que no somos. Y por cierto, ?de donde sabes eso de la declaracion de renta?
– De ninguna parte. Se me ha ocurrido, sin mas -indico, llevandose el dedo a la nariz.
Carl sacudio la cabeza, pero Assad tenia cierta razon. Si la gente no habia cometido un delito de verdad, no habia como Hacienda para que fliparan y perdieran la cabeza.
– ?Adonde tenemos que ir, y cuando?
– Es un pueblo que se llama Tollose. La mujer me ha dicho que su marido volveria a casa a las cuatro y media.
Carl miro la hora.
– Vale, iremos juntos. Buen trabajo, Assad, muy bien por tu parte.
Carl sonrio un milisegundo y luego senalo el festival de moscas pegadas al poster.
– Assad, venga: ?tienes aqui algo que esos putos bichos puedan llamar su casa?
Assad abrio sus cortos brazos.
– No se de donde vienen.
Su rostro se paralizo un instante.
– Pero ese si que se de donde viene -dijo, senalando un diminuto insecto solitario bastante mas pequeno que los moscones. Un ser fragil e ingenuo que murio de repente al entrar en contacto con las nervudas manos morenas de Assad.
– ?Te agarre! -grito Assad, triunfante, mientras barria la polilla con el cuaderno-. De esos he encontrado un monton ahi.
Senalo su alfombra de orar y miro arrepentido la sentencia de muerte de la alfombra, escrita en la mirada de Carl.
– Pero ya no quedan tantos insectos en la alfombra, y era de mi padre, le tengo mucho carino. La he sacudido esta manana, antes de que vinieras. Junto a la puerta del amianto.
Carl levanto las esquinas de la alfombra. La operacion de salvamento se habia producido justo a tiempo. Lo cierto es que apenas quedaban mas que los flecos.
Durante un sugerente segundo se imagino los archivos policiales en el pais del amianto. A saber si la reputacion de uno o dos delincuentes se salvaria gracias a aquellas polillas codiciosas, si es que les gustaba el papel amarillento.
– ?Has echado algo a la alfombra? -pregunto-. Esto apesta.
Assad sonrio.
– Petroleo, es efectivo.
El hedor no parecia molestarlo. Tal vez una de las ventajas involuntarias de crecer con petroleo burbujeando en el subsuelo. En caso de que hubiera algo asi en Siria.
Carl sacudio la cabeza y dejo el tufo atras. Asi que dentro de dos horas en Tollose. Aun quedaba tiempo para desentranar el misterio de las moscas.
Se quedo un rato quieto en el pasillo. Un leve zumbido se planto en la tuberia bajo el techo. Alzo la vista y volvio a vislumbrar su mosca preferida, decorada con tippex liquido. Joder, estaba en todas partes.
– ?Que haces, Carl? -oyo el gorjeo de Yrsa por detras. Despues lo cogio del brazo y le dijo-: ven un momento.
Arrastro hasta el borde de la mesa un monton de frascos de esmalte de unas, reblandecedor de cuticula, quitaesmalte, laca para el pelo y muchos otros productos disolventes que habia en el escritorio.
– Mira -indico-. Aqui tienes tus fotos aereas, pero ha sido una perdida de tiempo, para que lo sepas.
Yrsa arqueo las cejas y, por un momento, le recordo a su anciana tia Adda, la avinagrada.
– Es todo igual a lo largo de la costa, nada nuevo bajo el sol.
Carl vio que un moscon entraba zumbando por la abertura de la puerta y maniobraba por el techo.
– Lo mismo pasa con los molinos de viento -continuo Yrsa, empujando a un lado una taza de cafe medio llena con graciosos cercos-. Si dices que las ondas sonoras de baja frecuencia pueden oirse en un radio de veinte kilometros, entonces esto no nos vale para nada.
Senalo la serie de cruces marcadas en el mapa.
Carl comprendio a que se referia. Aquello era el pais de los molinos de viento. Habia demasiados para poder ayudarlos a simplificar la busqueda.
Un destello rapido ante los ojos de Carl, y la mosca se poso en el borde de la taza de cafe de Yrsa. Era la descarada del tippex. Desde luego, vaya garbeos se daba.
– Largo de aqui -ordeno Yrsa. Y casi mirando a otra parte, aplasto la mosca contra la taza con sus largas unas pintadas de un rojo vivo. Despues siguio como si nada-. Lis ha estado llamando a muchos ayuntamientos, y