en un Estado de derecho lo mas apropiado seria condenarlos a penas leves, me imagino.
Estaba viendo a Jacobsen alzar el pulgar con gesto afirmativo.
– Bueno, Carl -concreto el inspector jefe de Homicidios-. Al menos hoy hemos conseguido demostrar que las companias de seguros tienen un par de casos en los que no puede exigirse una indemnizacion por el total. Se trata de mucho dinero, y por eso la aseguradora ha enviado rosas. Y ?quien las merece mas que vosotros?
No debio de resultarle facil reconocerlo.
– Que bien. Asi tendreis mas personal para otros quehaceres -aventuro Carl-. Pues creo que deberian bajar a ayudarme.
Al otro lado de la linea se oyo algo parecido a una carcajada. Asi que no era exactamente lo que habia pensado el inspector jefe.
– Claro, Carl. Por supuesto que aun queda mucho por hacer en esos casos. Nos falta encontrar a los responsables. Pero tienes razon. Claro que, en este momento, tenemos tambien el conflicto de las bandas, asi que habra que encomendarselo a los que esten libres, ?no?
Assad estaba en la puerta cuando Carl colgo. Por lo visto, al fin habia comprendido el clima danes. Desde luego, el plumifero que llevaba puesto era el mas grueso que habia visto Carl en el mes de marzo.
– Estoy listo -anuncio.
– Un momento -pidio Carl, y marco el numero de telefono de Brandur Isaksen. Lo llamaban «El tempano de Halmtorv», en referencia a que, en su caso, la amabilidad brillaba por su ausencia. Sabia todo lo que ocurria en la comisaria del centro, que era donde habia estado Rose antes de que la trasladaran al Departamento Q.
– ?Si…? -contesto Isaksen, escueto.
Carl le explico la razon de su llamada, y antes de terminar el hombre se partia de risa.
– No se que cono le pasa a Rose, pero era rara. Bebia demasiado, se acostaba con los alumnos jovenes de la Academia de Policia. Ya sabes, una tigresa dispuesta a todo. ?Por que?
– Por nada -respondio Carl, y colgo. Despues entro en la pagina del registro civil. Sandalparken, 19, escribio junto a la casilla del nombre.
La respuesta fue de lo mas clara. «Rose Marie Yrsa Knudsen», ponia junto al numero de registro.
Carl sacudio la cabeza. Carajo, esperaba que la tal Marie no apareciera por alli en cualquier momento. Ya tenian bastante con dos versiones de Rose.
– Vaya -reacciono Assad detras de su hombro. Tambien el lo habia visto.
– Dile que venga, Assad.
– No iras a decirselo en su cara, entonces, ?verdad, Carl?
– ?Estas majara? Prefiero meterme en una banera llena de cobras -respondio. ?Decirle a Yrsa que ya sabia que era Rose? Entonces si que iban a ponerse las cosas feas de verdad.
Cuando volvio la pareja, Yrsa ya estaba vestida para irse. Abrigo, manoplas, bufanda y gorro. Las dos personas que estaban delante tenian sus propias interpretaciones de como competir con las portadoras del
Carl miro la hora. Era normal. Eran las cuatro. Yrsa se marchaba a casa.
– ?Tenia que decirte…! -empezo, pero se detuvo al ver el ramo entre los brazos de Carl-. ?Que son esas flores? ?Que bonitas!
– Lleva este ramo a Rose de parte de Assad y mia -propuso Carl, tendiendole la orgia multicolor-. Deseale una pronta recuperacion. Dile que esperamos verla de nuevo muy pronto. Puedes decirle que son rosas para una rosa. Hemos pensado mucho en ella.
Yrsa se puso rigida y se quedo callada un rato, mientras su abrigo se deslizaba poco a poco hombro abajo. Su manera de mostrarse abrumada, lo mas seguro.
Y termino la jornada de trabajo.
– ?Esta, o sea, enferma de verdad, Carl? -pregunto Assad mientras en la autopista de Holb?k se formaban retenciones interminables.
Carl se encogio de hombros. Era especialista en muchas cosas, pero el unico desdoblamiento de personalidad que conocia era la transformacion de la que era capaz su hijo postizo: en diez segundos pasaba de ser un chico amable y sonriente, a quien hacian falta cien coronas, al malaleche que se negaba a limpiar su puto cuarto.
– No se lo diremos a nadie -fue su respuesta.
Pasaron el resto del viaje inmersos cada uno en sus pensamientos, hasta que aparecio el cartel indicador de Tollose. La ciudad famosa por su estacion de tren, una fabrica de zumo de manzana y el ciclista que no tenia la conciencia limpia y perdio el maillot amarillo del Tour.
– Algo mas adelante, entonces -indico Assad, senalando la calle Mayor, centro absoluto de Tollose y arteria principal de cualquier ciudad de provincias. Aunque, en aquel momento, la arteria no parecia llevar mucha sangre. Los habitantes quiza estuvieran en el cuello de botella del supermercado economico Netto, o quiza se hubieran mudado. No cabia duda de que aquella ciudad habia conocido tiempos mejores.
– Frente al terreno de la fabrica -continuo, senalando una casa de ladrillo rojo que irradiaba tanta vida como una lombriz muerta en un paisaje invernal.
Les abrio la puerta una mujer de metro cincuenta con ojos aun mas grandes que los de Assad. Al ver la barba oscura y de varios dias de este se retiro asustada al pasillo y llamo a su marido. Seguro que habia oido hablar de robos en casas y se veia como una victima potencial.
– Si -farfullo el hombre, sin la menor intencion de ofrecerles cafe ni hospitalidad.
Sera mejor que siga un poco con el rollo de Hacienda, penso Carl, y volvio a meter la placa de policia en el bolsillo.
– Tiene usted un hijo, Flemming Emil Madsen, que vemos que no ha pagado nunca impuestos. Y como no esta en contacto con las autoridades de asuntos sociales ni con la institucion escolar, hemos decidido venir para discutirlo en persona con el.
– Usted es verdulero, senor Madsen -intervino Assad-. ?Trabaja Flemming con usted?
Carl se dio cuenta de la tactica. Trataba de arrinconar al hombre cuanto antes.
– ?Eres musulman? -replico el hombre. La pregunta lo pillo por sorpresa, magnifico contraataque. Por una vez, parecia que a Assad le habian dado jaque mate.
– Creo que eso es asunto de mi companero -respondio Carl.
– En mi casa, no -aseguro el hombre, disponiendose a cerrar la puerta.
Entonces, Carl tuvo que sacar la placa.
– Hafez el-Assad y yo estamos trabajando para esclarecer varios asesinatos. Como hagas el menor ademan de desprecio, te detengo aqui mismo por el asesinato de tu propio hijo Flemming hace cinco anos. ?Que te parece?
El hombre no dijo nada, pero era evidente que estaba conmocionado. No como alguien acusado de hacer algo que no ha hecho, sino como si de hecho fuera culpable.
Entraron en la casa y los hicieron pasar hasta una mesa de caoba marron, de las que fueron el sueno de todas las familias cincuenta anos atras. No parecia haber mantel, pero a falta de ello rebosaba de mantelitos individuales.
– No hemos hecho nada malo -se defendio la mujer mientras manoseaba la cruz que le colgaba del escote.
Carl miro alrededor. Habia por lo menos tres docenas de fotos de ninos de todas las edades desplegadas por los muebles de roble. Hijos y nietos. Seres sonrientes bajo un cielo limpido.
– ?Son vuestros otros hijos? -pregunto Carl.
Asintieron en silencio.
– ?Han emigrado todos?
Volvieron a asentir con la cabeza. No era gente muy locuaz, observo Carl.
– ?A Australia, o sea? -intervino Assad.
– ?Eres musulman? -volvio a preguntar el hombre. Joder, que cabezon. ?Temia que la presencia de alguien de otra religion lo convirtiera en piedra?
– Soy lo que me ha hecho Dios -replico Assad-. ?Y tu? ?Tu tambien?
Los ojos del hombre chupado se achicaron. Puede que estuviera acostumbrado a sostener esa clase de discusiones en la puerta de casa de otros, pero no en su propia casa.
– Preguntaba si tus hijos, o sea, habian emigrado a Australia -repitio Assad.