Capitulo 39

Carl habia pasado la noche en casa de Mona y todavia notaba todo su cuerpo descoyuntando. Esta vez ella no espero palabras dulces ni declaraciones de que para el era la unica. Sencillamente, lo sabia, mientras se sacaba la blusa por la cabeza y se quitaba las bragas haciendo equilibrismos incomprensibles.

Despues, tardo media hora en comprender donde estaba, y otra media hora en sopesar si sobreviviria a otro intento.

Era una mujer diferente de la que se fue a Africa. De golpe, tan visible y cercana. Finas patas de gallo que lo dejaban sin respiracion al contraerse. Pequenos pliegues en el borde del labio superior, que pronto se desplegarian en una sonrisa que vaciaba su cerebro de ideas.

Si habia una mujer para el, entonces era aquella, penso cuando ella volvio a acercarse con su calido aliento y lo arano con suavidad.

Cuando lo desperto a la manana siguiente, ya estaba vestida y preparada para el dia. Sensual, sonriente y como flotando.

?Que mas prueba hacia falta estando como estaba con el edredon clavado encima y las piernas como si fueran de plomo?

Aquella mujer lo superaba por completo.

– ?Que te pasa, entonces? -pregunto Assad cuando coincidieron en el coche patrulla.

Carl paso de contestar. ?Como iba a hacerlo cuando tenia el cuerpo como si lo hubieran apaleado y sentia en los huevos unas palpitaciones dolorosas como las de un flemon?

– Ya estamos, o sea, en Vedbysonder -anuncio Assad tras mirar embobado durante media hora la raya central de la calzada.

Carl desplazo la mirada del GPS a un minusculo grupo de granjas y casas, y, mas alla, al paisaje de campos. Pocas casas, una carretera comarcal bien asfaltada. Arboles y arbustos en grupos variados. El sitio no estaba nada mal para recoger el dinero del rescate.

– Tienes que ir hasta el edificio -advirtio Assad senalando mas adelante-. Hay que pasar el puente y tener los ojos bien abiertos.

Tan pronto como aparecio la primera granja a la altura del puente del tren, Carl reconocio lo que habia descrito Martin Holt. Casas a ambos lados de la carretera. La via ferrea tras las casas, a la derecha. Algo mas alla, un par de edificios aislados, y despues la carretera secundaria que llevaba hacia la via. Mas adelante habia una delgada hilera de arboles, y justo en la curva, vegetacion mas espesa. Aquel era el lugar donde al menos dos de las victimas del secuestrador habian arrojado el dinero por la ventanilla del tren.

Aparcaron en la carretera secundaria que llevaba a un estrecho viaducto y encendieron las luces de emergencia para estar seguros de que otros automovilistas los verian en la nebulosa luz matinal.

Carl salio del coche con dificultad y penso en fortalecerse con un cigarrillo, mientras Assad tenia ya la vista pegada a las matas de hierba que habia a sus pies.

– Esta algo humedo, entonces -sentencio Assad, casi hablando para si-. Algo humedo. Ha debido de llover hace poco, pero no mucho, o sea. Mira.

Senalo unas huellas de ruedas impresas en el suelo.

– ?Ves? Ha llegado hasta aqui, o sea, tranquilamente -explico Assad, poniendose en cuclillas-. Y aqui ha arrancado de repente, como si tuviera prisa.

Carl asintio en silencio.

– Si, o porque las ruedas giraban sin poder agarrarse al asfalto mojado.

Carl encendio el cigarrillo y miro alrededor. Sabian de dos hombres que arrojaron sus sacos con el dinero del rescate desde el tren a este descampado, pero ninguno de ellos vio el coche. Solo los destellos de la luz.

En ambos casos el tren venia del este, de modo que el saco podia haber caido en cualquier parte del trecho que habia hasta la casa aislada, a unos doscientos metros de alli. Parecia que habian renovado la casa, asi que sus ocupantes tal vez se instalaran despues de 2005, cuando el padre de Flemming Emil Madsen arrojo su saco. Fuera como fuese, el caso es que apenas habian encontrado nada que los hiciera avanzar; esa fue su impresion.

Carl se llevo las manos a la nuca y se estiro, mientras el humo del cigarrillo que colgaba de la comisura de los labios se mezclaba con la humedad que el calor de marzo hacia brotar de la tierra. Sus fosas nasales guardaban aun el perfume de Mona. Asi ?como cono iba a pensar con fuste? ?Como iba a pensar en algo que no fuera volver a verla?

– Mira, Carl. Ha salido un coche de la casa -informo Assad, senalando hacia el edificio aislado-. ?Lo hacemos parar?

Carl arrojo la colilla y la aplasto sobre el asfalto.

La mujer que conducia parecio asustada cuando la hicieron detenerse en el arcen, tras el coche patrulla.

– ?Que ocurre? -pregunto-. ?Tengo mal las luces?

Carl se encogio de hombros. ?Y el que sabia?

– Nos interesa ese terreno de ahi. ?Es vuestro?

La mujer asintio con la cabeza.

– Si, hasta los arboles de alli. ?Por que?

– Hola, me llamo Hafez el-Assad -hizo saber Assad, tendiendole su mano peluda por la ventanilla abierta-. ?Has visto a alguien lanzar algo desde el tren aqui?

– No. ?Cuando ha sido eso? -pregunto. Sus ojos se iluminaron un poco. Asi que no la habian parado por haber hecho algo mal.

– Varias veces. Hace unos anos, quiza. ?Has visto, por casualidad, un coche aparcado aqui, esperando?

– Si fue hace varios anos, no. Acabamos de mudarnos -aseguro, sonriendo aliviada-. Acabamos de terminar la obra. Todavia podeis ver los andamios en la parte trasera.

Senalo tras de si y miro a Carl a los ojos. Tal vez el tuviera aspecto de saber mas de andamios que Assad.

Carl iba a darle las gracias por la ayuda. Hacerse a un lado como un aduanero y dejarla seguir su camino. Encender otro cigarrillo y volver a pensar en Mona.

– Pero si que hubo un coche aparcado anteayer, cuando sucedio el espantoso accidente de trafico en Lindebjerg Lynge -continuo la mujer.

Carl asintio en silencio, satisfecho. Por eso se veian las huellas de ruedas en la tierra.

La mujer mudo la expresion de su semblante.

– He oido que hubo una persecucion en coche. Las mujeres de uno de los coches quedaron malheridas. Mi cunado es primo de uno del servicio de ambulancias. Dijo que no creia que sobrevivieran.

Si, penso Carl. El trafico podia ser peligroso por las carreteras secundarias. ?Que iba a hacer la gente, sino apretar el acelerador hasta el fondo?

– Y ese coche que estuvo parado ?que aspecto tenia, entonces? -pregunto Assad.

La mujer hizo un gesto de desconocimiento.

– Solo vimos las luces rojas traseras; despues las apago. Cuando estamos en la sala viendo la television, desde alli se ve esta zona. Mi marido penso que seria alguna pareja de besuqueo.

Movio la cabeza a un lado y al otro. Debia de querer decir que a las parejas habia que dejarlas besarse asi, porque tambien ella lo habia hecho.

– Pero, de pronto desaparecio -continuo-. Vimos los faros de otro coche, y luego desaparecieron los dos. Mi marido dijo mas tarde que a lo mejor uno de ellos era el que tuvo el accidente -sonrio con aire de disculpa-. Mi marido tiene tendencia a dramatizar.

– ?Dices que ocurrio el lunes? -pregunto Carl, mirando las huellas de los coches. El que estuvo parado alli se habia plantado en un lugar estrategico en muchos sentidos. Un buen panorama general. Cerca de la via del tren. Y en caso de ocurrir algo inesperado, podia ponerse en la carretera en un santiamen. Despues siguio preguntando-. Has hablado de un accidente. ?Donde has dicho que ocurrio?

– Al otro lado de Lindebjerg Lynge. Mi hermana vivia a unos cientos de metros de alli -informo, meneando la cabeza-. Pero ha emigrado a Australia.

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