Siempre al acecho, la mirada reluciente de malas intenciones. Un diablo que tiranizaba a los que lo rodeaban. A todos, salvo a Kroner y a Stich, y ahora habian desaparecido. Merecidamente.

Gerhart se disponia a contar la hilera de tablas del revestimiento de madera de la pared cuando de pronto se sintio un poco culpable.

Al cabo de un momento se incorporo y empezo a tensar los musculos, grupo por grupo. Tenia que estar preparado. Para Lankau y el otro. Ahora mismo, no queria pensar en Petra y en la mujer que la acompanaba. Tendria que esperar.

Primero Lankau y luego Amo von der Leyen. El uno lo llevaria al otro. Asi de sencillo. Mientras ellos estuvieran vivos, no podria estar seguro de reencontrar la paz y la tranquilidad. Y eso era lo unico que deseaba. Como antes, ni mas ni menos. Pero ?como? En el sanatorio podria ir a por el y hacerle de todo. Le harian dano y lo obligarian a volver al pasado. Y lo conseguirian.

No podia permitirlo.

El pasado solo escondia el mal.

Gerhart se incorporo y dejo caer los hombros. El reloj de Kroner dio la media en el salon; habia llegado el momento de salir de alli,

Lankau estaba en la hacienda, fueron las ultimas palabras de Kroner; en la granja, a las afueras de la ciudad, en medio de las vinas.

Gerhart no recordaba haber andado tanto. Aunque no estaba cansado, el vacio era un acompanante opresivo. Durante innumerables anos, hasta donde le alcanzaba la memoria, nunca le habia faltado un brazo de apoyo a su lado.

Sobre su cabeza, hacia tiempo que la alfombra estrellada habia cubierto el cielo. La bruma y la oscuridad no le asustaban. La luna se poso tibiamente sobre el paisaje. La tierra desprendia un fuerte aroma; pronto llegaria el tiempo de la cosecha.

Para entonces, Stich y Kroner ya serian historia.

Gerhart escucho el sonido de sus propios pasos. Se encontraba en campo abierto. No habia marcha atras. Por cada paso que daba, el odio hacia aquellos dos hombres crecia. Se subio la gabardina hasta las orejas.

Cuando Arno von der Leyen desaparecio, fue una gran desgracia. Sin embargo, los anos habian transformado la desgracia; se habia encogido. Y, de pronto, habia vuelto y esta se habia desatado de nuevo. Por eso tenia que odiarlo. Sin el, todo habria seguido igual.

Petra volveria a perfilarse con nitidez en sus suenos.

Habia luz en la casa. Gerhart alzo la mirada. Luz en todas las ventanas, como si estuvieran celebrando una fiesta.

Al llegar a la primera curva del sendero que llevaba a la casa, se echo al suelo y avanzo a rastras. Mas de una vez, Lankau se habia divertido soltando a los perros cuando tenia invitados en casa. En esas ocasiones, solia plantarse en medio del patio con los brazos en jarras, obligando a los perros a arrastrarse delante de el, mientras los invitados se apresuraban hacia sus coches.

En esas ocasiones, apenas era capaz de ocultar su satisfaccion.

Todo estaba en silencio. Incluso los zumbidos de la carretera habian cesado. De pronto, Gerhart profirio un silbido. Los sonidos repentinos y agudos podian hacer enloquecer y romper en ladridos histericos hasta al mas peligroso de los perros, un monstruo infame. Al segundo intento, se sintio convencido de que los perros no se encontraban en la hacienda aquella noche.

La zanja conducia directamente a la parte trasera de los anexos. Gerhart avanzo los ultimos metros sobre la tierra humeda de la zanja y aparecio en el patio de la hacienda. Contrariamente a lo que solia ser costumbre en la casa, no estaba iluminado. Gerhart supo que algo no iba bien. La farola siempre estaba encendida cuando habia alguien en la casa. Un nuevo y desconocido nerviosismo se propago por su cuerpo.

No habia que pasar por alto las senales de Lankau.

La luz del lavadero se posaba sobre los adoquines con un brillo palido. No habia ningun coche, ni siquiera el de Lankau.

Al cabo de un momento, Gerhart se puso en pie con cautela y miro a su alrededor. Las pequenas ventanas cuadradas de las distintas secciones de la cabana de madera podian facilmente ocultar la mirada furtiva de algun ocupante de la casa. Dio un rapido paso a un lado y alcanzo la puerta del cobertizo.

Gerhart habia estado alli en muchas ocasiones. Comparada con la terapia ocupacional clinica y ordenada que le ofrecian en el sanatorio, aquella estancia era Jauja: una confusion de impresiones visuales, utiles de jardineria, herramientas y retales y pedazos de materiales usados. Del colgador, al lado del hilo bramante, solia pender un cuchillo corto que habia sido afilado tantas veces que la hoja casi habia desaparecido.

Todavia era un cuchillo muy afilado, Gerhart se recosto contra una de las vigas portantes y paso el dedo por la hoja. Respiraba tranquila y pausadamente. Los contornos del mundo que lo rodeaban estaban a punto de abrirse y hacerse tridimensionales.

El cuchillo no era su unica arma. En cuanto se presentara ante Lankau, se mostraria tranquilo y sereno. Haria que la montana de carne se sintiera superior y seguro de si mismo. Haria que le hablara de Arno von der Leycn. Tranquilamente.

Y entonces empezaria a hablar con normalidad. Gerhart estaba seguro de que podria hacerlo. De hecho, las palabras le llegaban casi sin vacilacion. Se sentia presente y despierto. Las pastillas habian dejado de actuar como un escudo contra los pensamientos.

Finalmente soliviantaria a Lankau hasta dejar al descubierto los rincones mas vulnerables de su ser, alli donde resultaba mas facil odiarlo. Y entonces le asestaria el golpe. Ya encontraria los medios para hacerlo. Solo se llevaba el cuchillo por si acaso, por si surgia algun imprevisto. Gerhart volvio a tensar los musculos uno por uno y respiro profundamente, llegandole asi el aroma casi desleido de una cosecha preterita.

El sonido, parecido al que hace una rata corriendo sobre gravilla, le llego a traves de la oscuridad. El gemido que acompano la impresion era humano. Gerhart estrujo el cuchillo con fuerza. ?Habia pasado algo por alto? ?Lo esperaba Lankau en la oscuridad? Se apretujo contra la viga y paseo la mirada por todos los rincones.

La siguiente vez que oyo el ruido supo de donde procedia. La puerta de la estancia donde se encontraba la prensa no estaba cerrada; de haberse hallado en plena vendimia, eso habria sido totalmente impensable.

Gerhart entro en la estancia y descubrio en seguida la figura blanca echada sobre la helice de la prensa con ojos implorantes y atemorizados. Cuando aquellos ojos se encontraron con los de el, el miedo se despejo momentaneamente.

Era Petra.

Gerhart se quedo helado.

CAPITULO 61

Lankau paso por encima de Bryan, que estaba tendido en el suelo. A sus espaldas, Laureen se habia quedado callada y turbada. La perspectiva de acabar como comida para perros la habia dejado paralizada.

De pronto, los restos de la silla de Lankau, objetos arrojadizos durante el combate, fueron arrinconados de un puntapie. Bryan estiro el cuello volviendolo hacia atras y vio un par de pieles colgadas en la pared. Entre las dos pieles habia un tirador casi invisible, pintado del mismo color que la pared. Cuando Lankau lo bajo, el clic de la cerradura fue seguido por un soplo de aire fresco. El cambio de aire a punto estuvo de provocarle un desmayo. La puerta oculta descubrio el crepusculo y la luna saliente. Lankau acciono un interruptor situado en el exterior de la casa. Un mar de luz descubrio una gran cantidad de detalles nitidos a las instalaciones en el exterior.

Bryan sintio por fin que la Kenju se habia acomodado en su mano izquierda. Tendria que girar el cuerpo e incorporarse para encontrar el angulo adecuado, si queria hacerse ilusiones de dar en el blanco. Era casi imposible disparar un tiro efectivo en angulo descendiente y agudo cuando la mano estaba atada a la altura de la cadera. Bryan se volvio lentamente hacia la puerta que daba a la terraza, esperando que cuando Lankau volviera a entrar, despues de admirar las instalaciones elegantes, lo hiciera de espaldas. A su lado, Laureen habia dejado practicamente de respirar.

La distancia que lo separaba de Lankau cuando este entro por la puerta era de menos de cuatro metros. Sono el disparo en el preciso instante en que Lankau se disponia a volverse.

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