hubieron vuelto a sus puestos, el medico, las enfermeras, los auxiliares y el oficial de seguridad, fue el canturreo lastimero de James, siempre atonal e incesante aunque cada vez mas debil. La inyeccion que le hablan administrado estaba surtiendo efecto.

CAPITULO 6

La sensacion de tener un monton de moscas bailando sobre los parpados, el suave balanceo en un mar movido por un viento estival y los frios chorros de espuma de las olas que se pulverizaban y se posaban en la mejilla, llevaban un tiempo luchando contra sonidos ajenos y unas continuadas y crecientes punzadas en la espalda. Las olas rompieron contra los costados del barco y el agua le salpico en el rabillo del ojo. Bryan parpadeo y noto el siguiente salpicon con mayor nitidez. El extrano y masivo dolor recorrio su espalda y se asento en la region lumbar.

Unos enormes copos de nieve se arremolinaron sobre su rostro cuando abrio los ojos en un intento de volver a la realidad.

Una estrecha franja de cielo plomizo se dibujaba ante sus ojos, separando la superestructura de la estacion del convoy estacionado. A su alrededor estaban retirando camillas. De la parte delantera del convoy salian los soldados de las SS, uno detras de otro, con el petate y el rifle al hombro.

Un par de ellos saltaron desde el anden a las vias del tren y las siguieron charlando y bromeando, con el casco y la careta antigas colgando descuidadamente del hombro.

Eran soldados que volvian a sus casas.

Descolgaron el vagon trasero entre chirridos y traqueteos de los demas y aparecieron las colinas y los edificios de la ciudad envueltos en la neblina. Volvieron a caer algunos copos de nieve sobre la mejilla de Bryan uniendo, por un corto espacio de tiempo, los suenos con la realidad. Solivio la espalda para impedir que el frio que despedia el suelo se apoderara de el por completo y busco a James con la mirada entre el caos de camillas del anden.

Una hilera de vigas verticales soportaban la viga maestra del techo creando un pasaje de menos de dos metros que iba a dar al edificio de madera. Las camillas estaban dispuestas oblicuamente a la pared en alfombras de nieve dispersas. Ya habian retirado a un gran numero de enfermos. Bryan se dejo caer hacia atras en la camilla con un sentimiento de impotencia al pensar que tal vez ya se habian llevado a James. De pronto irrumpio el traqueteo de un motor y un camion se acerco marcha atras al punto de descarga mas alejado del anden.

Aparecieron unos hombres que pasaron revista a los enfermos. Luego se sacudieron la nieve suelta que se habia depositado en los pliegues de sus abrigos y cargaron con las camillas que tenian mas cerca. Poco despues, la unica camilla que quedaba sobre el anden era la de Bryan, ademas de una que estaba medio escondida detras de la rejilla de un carro de correos. Los pies desnudos del paciente se perfilaban bajo la manta, coronados por una mancha oscura y rojiza. Bryan dirigio la mirada hacia sus propios pies y los movio. Una aguja prendida de la manta sujetaba una hoja de papel de color; parecia una mancha de sangre sobre el fondo blanco de la manta.

A lo lejos, siguiendo las vias del tren, se distinguia otro edificio entre la nieve que continuaba cayendo en grandes racimos que cambiaban de sentido a sacudidas. Habian trasladado la mayoria de los vagones hasta alli. Unos puntitos negros emitian gritos alegres en su direccion. Bryan reconocia la atmosfera; tambien el habia sido recibido por sus seres queridos tras largo tiempo de servicio. Presa de la melancolia, Bryan rezaba por volver a experimentar ese sentimiento.

Entonces se abrio la puerta del edificio que se encontraba a sus espaldas. Dos hombres de paisano, de edad avanzada, encendieron unos cigarrillos en el umbral de la puerta y se dirigieron lentamente hacia la locomotora sin cerrar la puerta.

Poco despues empezaron a salir un gran numero de soldados del primer vagon. Esta vez no se trataba de muchachos alegres y llenos de expectacion, por fin de vuelta en casa, donde los esperaban las ollas de mama o tal vez el abrazo de una novia, sino de hombres experimentados, cansados y encorvados, que solo avanzaban debido a la presion que ejercian los hombres que iban por detras. El hombre que esperaba en el anden recibio al primero de los soldados, lo tomo del brazo y lo condujo a lo largo del convoy pasando por el lado de Bryan. Una cadena de hombres los seguian, irresolutos, escoltados por soldados armados y cubiertos con abrigos.

Eran oficiales procedentes de todos los cuerpos de las SS. Bryan apenas era capaz de distinguirlos a unos de otros; soldados de elite alemanes, los heroes coronados de los nazis. El malestar por tantas insignias, calaveras, pantalones de montar, morriones, ordenes y demas cacharreria se apodero repentinamente de el; precisamente, el enemigo al que habia aprendido a odiar y a combatir encarnizadamente.

El flujo de soldados inexpresivos y de camillas seguia su curso hacia la abertura en el extremo mas alejado de la zona, desde donde salia una luz palida y blanquecina; habia llegado otro camion.

No los habia oido acercarse debido al crujido de las botas en la nieve helada. El ultimo hombre de la columna llamo a la escolta y senalo la camilla de Bryan y la otra.

Los hombres las asieron y se las llevaron tras la tropa de soldados encorvados.

En el extremo del convoy dejaron las camillas en el suelo durante un rato. Tardaron un tiempo en llenar el vagon. Un empleado ferroviario atraveso las vias del tren golpeando las agujas por las que pasaba con una vara larga. Un soldado le dio la orden de detenerse con gestos amenazantes y el fusil en posicion de disparo. El hombre dejo caer la vara en la nieve, echo a correr sin mirar atras y no se detuvo hasta desaparecer detras de un enorme letrero que se erguia entre las vias; «Freiburg im Breisgau», rezaba con letras claras e infladas.

Ni uno solo de los oficiales que estaban alli esperando habia dicho nada. Todo habia tenido lugar de forma controlada, impidiendo que Bryan pudiera echar la vista atras a fin de averiguar si James se hallaba en la camilla que habian depositado a unos metros de la suya.

El sol se preparaba para una lenta puesta. La tarde debia de estar muy avanzada. La calle que habia detras del edificio estaba desierta, exceptuando a los soldados de las SS que vigilaban la plaza delante de la estacion de mercancias.

Este era, pues, su primer destino; Friburgo, ciudad de Renania cercana a la frontera francesa, situada en el suroeste del reino aleman, a apenas treinta millas de la frontera suiza y de una vida en libertad.

Sobre la plataforma del camion se vislumbraban dos hileras de siluetas en la penumbra, sentadas a lo largo de los lados de la caja y el toldo. Entre las dos hileras habia varias camillas colocadas oblicuamente una al lado de la otra, tan juntas que sus extremos se metian por debajo de los pies de los soldados y de los bancos sobre los que estos se sentaban. Bryan habia tenido suerte, pues su camilla se encontraba debajo de un soldado de piernas cortas cuyas botas no ejercian tanta presion sobre sus tibias heladas, como era el caso de otros desgraciados.

Cuando hubieron subido la ultima camilla, los soldados de escolta saltaron a la plataforma y bajaron el toldo, mientras la escolta se encargaba de cerrar la puerta trasera.

La repentina oscuridad impidio que Bryan pudiera ver nada. El cuerpo que estaba tendido a su lado estaba inmovil. Cuarenta hombres respiraban de una forma irregular y profunda. Se oian algunos murmullos y grunidos procedentes de aqui y de alla. Los dos guardias se apretujaron en el extremo del banco, uno al lado del otro, y empezaron a hablar entre si en voz baja.

Entonces Bryan se percato de que el cuerpo que tenia al lado se movia. Con unos movimientos abruptos y agudos, su mano avanzo por el costado de Bryan hasta que llego al pecho. Una vez alli, la mano se detuvo.

Bryan la cogio y le devolvio el suave apreton.

A medida que los cuerpos iban adquiriendo un rostro, Bryan empezo a comprender que los hombres del transporte de enfermos tenian muchas cosas en comun, aunque habia un rasgo que destacaba por encima de los demas, un denominador comun que ahora tambien los incluia a James y a el: estaban locos.

James habia intentado hacerselo entender mediante miradas cargadas de significado, destacando a algunos de ellos con signos explicitos.

La mayoria de los enfermos se habian quedado practicamente inmoviles, de vez en cuando alguno movia la cabeza ligeramente siguiendo las sacudidas del camion. Unos pocos estaban tensos, los musculos del cuello se dibujaban visiblemente bajo la piel, y mantenian la mirada fija en un punto imaginario o retorcian los brazos de

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