Aunque Frau Rehmann se mostro asombrada, Bryan insistio en visitar todas las habitaciones y salas.

– Frau Rehmann, jamas habia visto unas condiciones tan esplendidas. Entendera que sienta curiosidad. ?Realmente es todo asi?

La directora sonrio. Era mas alta que cualquiera de los hombres con los que se toparon en su camino. La diferencia de estatura se debia, sobre todo, a unas pantorrillas extremadamente largas y a un peinado que amenazaba constantemente con desmontarse. Cada vez que Bryan le dispensaba un piropo, ella se llevaba la mano a aquel enorme recogido. Volvio a hacerlo entonces.

Al pasar por el mostrador del vestibulo, de camino a la otra ala, ya eran las tres. A ambos lados de la entrada crecia una planta exotica indefinible que extendia sus lobulos hacia el tragaluz del techo del edificio. La finalidad de las plantas, ademas de la obviamente decorativa, era tapar la vision de dos horribles burros que servian para colgar la ropa de los visitantes. Tambien Bryan habia tenido que abandonar su abrigo en una percha.

Detras de aquellos arbustos gigantescos y de los armatostes metalicos, un hombreton con el rostro surcado de cicatrices se habia retirado inadvertidamente. Respiraba entre dientes, queda y controladamente. El acompanante de Frau Rehmann lo hizo cerrar los punos.

Cuando llegaron a la ultima habitacion de la visita comentada hubo algo que, por fin, llamo la atencion de Frau Rehmann. El intercomunicador interno ya habia intentado reclamar su presencia en un par de ocasiones, sin que por eso ella pareciera inmutarse.

Bryan echo un vistazo a su alrededor. La decoracion seguia siendo la misma que en la seccion que acababan de abandonar.

Sin embargo, el estado de los pacientes era distinto. Habia un mundo de diferencia entre aquello y la muerte lenta de la psicosis de la tercera edad.

Bryan se estremecio. Aquella seccion le recordo, mas que nada en este mundo, el tiempo que habia pasado en la seccion psiquiatrica del lazareto de las SS. Las formas inarticuladas del lenguaje, sobre todo del lenguaje corporal. La apatia subyacente y la sensacion de represion.

A pesar de que Bryan no habia visto ni un solo paciente relativamente joven, la edad media no era superior a cuarenta y cinco anos. Algunos de los pacientes parecian, a primera vista, razonablemente sanos y se dirigian a la directora correcta y amablemente cuando, al pasar por su lado, ella los saludaba con una leve inclinacion de cabeza que hacia que el peinado tambien les dispensara un saludo casi imperceptible.

Luego habia otros pacientes que soportaban el estigma de la esquizofrenia en todo su lenguaje corporal; muecas de una apatia terrorifica y extrana, miradas profundas de expresion inquietante.

Todos mantenian la mirada fija en el televisor desde sus respectivos asientos. La mayoria estaban sentados en fila india, sobre sillones de diseno de madera de roble clara, algunos en sofas de colores alegres y, unos pocos, en unas grandes butacas de orejas que dominaban la sala, de espaldas a la puerta de entrada.

En el momento en que Bryan paseo la vista por los pacientes que miraban la television, lo atrapo la expresion de preocupacion del rostro de Frau Rehmann, que seguia hablando por el intercomunicador. Dijo un par de palabras mas y se fue directamente hacia Bryan, al que cogio amablemente del brazo.

– Perdone, senor Scott, pero tenemos que seguir con nuestra visita rapidamente. Tendra que disculparme, pero todavia nos queda toda una planta por ver y han surgido problemas que requieren de mi presencia.

Algunos de los pacientes apartaron la vista del televisor y los siguieron con la mirada hasta que hubieron abandonado la estancia. Solo hubo uno que no reacciono; habia permanecido inmovil en la butaca de orejas a la que la antiguedad de muchos anos le habia dado derecho. Al abrigo de aquel monstruo de mueble, solo habia movido los ojos ligeramente.

Lo que sucedia en la pantalla lo tenia atrapado.

CAPITULO 39

En el mismo momento en que abandonaron la sala, el hombre de la butaca retomo lo que estaba haciendo antes de que lo interrumpieran. Primero empezo a menear los pies como de costumbre. Luego separo los dedos de los pies hasta que empezaron a dolerle, respiro profundamente y se relajo. Acto seguido tenso las pantorrillas, hasta que estas tambien empezaron a dolerle y luego la parte delantera de las piernas y los muslos. Despues de haber activado y relajado todos los grupos de musculos de su cuerpo, volvio a empezar desde el principio.

La pantalla de television de grano grueso cambiaba de color constantemente. Las siluetas que se movian en el televisor habian sudado y transmitido toda la excitacion que tenian dentro durante un buen rato. Ya era la tercera vez que veia a los mismos velocistas preparandose para la misma carrera. Movian los brazos y las piernas en un extrano ejercicio de relajamiento. Algunas de las zapatillas tenian tres rayas, otras solo una. En el disparo y el posterior impulso hacia adelante, todos movieron los brazos describiendo molinillos en el aire, en un principio, hacia adelante y hacia atras, luego hacia arriba, al cruzar la linea de meta. Todos eran hombres musculosos, sobre todo, los hombres de color; por todo el cuerpo, de los pies a la cabeza.

El hombre se puso en pie cautelosamente y alzo los brazos. Ninguno de los demas pacientes aparto la mirada de la pantalla. Nadie le hacia caso. Entonces volvio a tensar los musculos, grupo por grupo. Su cuerpo era como el de los hombres de color, armonioso, de los pies a la cabeza.

Algunos de los corredores se tumbaron en el cesped. Ninguno era de color, y todos llevaban pantalones claros. La mayoria eran claros; los pantalones, claros. Mientras alzaba los brazos en el aire por decima vez, conto a los oficiales que formaban una fila en la barrera, separando la pista de los espectadores. Por cada cambio de camara volvia a contarlos. Habia veintidos.

Y entonces volvio a sentarse y retomo su programa.

Los velocistas se pasearon un buen rato con los brazos en jarras. Tambien habia visto esta carrera antes. No se miraban. La mayoria llevaban zapatillas con tres rayas. Solo uno de ellos se habia conformado con una. Conto el numero de oficiales de la barrera. En esta carrera solo habia unos cuantos; ocho. Volvio a contarlos.

En medio del rotulo que indicaba una pausa entre las retransmisiones, volvio a ponerse en pie. Se inclino hacia adelante y se agarro los tobillos, acercando el torso a los muslos. Cerro los ojos y tomo nota de los sonidos de la sala. El zumbido de los espectadores era ahogado por el silencio que anunciaba la proxima carrera, la misma que habia visto el dia anterior.

Estiro con fuerza de sus piernas, golpeo la frente contra las rodillas y empezo a contar hacia atras. ?Cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete…! Volvio a oirse un disparo. Volvio la mirada y dejo que la imagen de la sala pasara volando patas arriba. Un rostro en la silla contigua a la suya se emborrono con sus movimientos intensos. Todos los rasgos se confundieron, los colores se mezclaron y volvio a oir los gritos de los espectadores; una amplia y profunda consonancia desarticulada. Se incorporo, echo un vistazo rapido a la pantalla y registro la imagen de la masa maciza de brazos y colores. Volvio a cerrar los ojos y empezo a contar las cabezas de aquella imagen evocada. El sonido de fondo se apago. Llegado a este punto de sus ejercicios, el hombre solia marearse. Realizo las ultimas treinta flexiones por reflejo. Inspiro un par de veces y volvio a incorporarse. Tras realizar un par de estiramientos de la musculatura del cuello, se estiro hacia el techo y se sento en el sillon en cuanto los granos de la pantalla volvieron a confluir en una imagen.

Luego respiro profundamente varias veces y retuvo la respiracion. Esta era la recompensa que seguia a cada repeticion. Una concentracion y un sosiego absolutos. Todos los poros se abrian. En aquellos instantes, la sala se hacia real.

Entonces cerro los ojos y repaso la ultima repeticion desde atras, movimiento por movimiento. Al volver al inicio, percibio claramente como habian sonado los pasos del visitante a sus espaldas. Evoco todos los movimientos en la sala.

Los zapatos que habia llevado el extrano estaban provistos de suelas duras. Los golpes contra el suelo habian sido cortos; los pasos, rapidos y cuantiosos, numerosos. Se habia quedado quieto cuando la directora se habia acercado al intercomunicador. Y luego habian vuelto a hablar.

El hombre de la butaca de orejas junto las rodillas rapidamente y desenfoco la mirada. Despues solto el aire entre los dientes e inspiro repentina y profundamente, una vez mas. Habian hablado. Ambos habian pronunciado sonidos que lo importunaban y lo corroian al evocarlos. Abrio los ojos y vio a un nuevo grupo de corredores que se preparaban para la proxima carrera. Cinco de ellos llevaban las zapatillas con las tres rayas. Dos solo llevaban una. Luego conto a los oficiales en la barrera. Esta vez tan solo eran cuatro. En el tercer recuento empezo a

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