respirar con ansiedad y alzo la vista.

Algunas de las palabras se negaban a abandonarlo.

Volvio la mirada hacia la pantalla y empezo a mover las pantorrillas de nuevo. Esta vez se salto la mitad del programa, tomo impulso, se puso en pie y se agarro los tobillos. Al oir pasos en el pasillo, los solto y se incorporo. Hasta entonces, nadie lo habia pillado realizando aquel ritual.

Cuando el hombre del rostro picado de viruela se sento a su lado, volvio la cabeza. Dejo que su visita le acariciara el dorso de la mano y conto las veces que lo hizo, como de costumbre. Esta vez, su visita estuvo mas suave que de costumbre.

– Ven, amiguito -se limito a decirle-, vamos a ver a Hermann Muller.

Le apreto la mano y prosiguio:

– Ven, Gerhart, vamos a tomar el cafe de los sabados.

Fue la primera vez en anos que aquel nombre se le hizo extrano a James.

CAPITULO 40

Hasta que Bryan no se encontro en el sendero del Stadtgarten no se dio cuenta de que las flores que habia comprado para la tumba de James se hallaban en el despacho de la directora Rehmann. Desde la interrupcion de la visita, le habia parecido sospechosamente reservada.

Pocos minutos despues, se habian despedido.

Todo el montaje habia sido en vano. El deseo de saber mas cosas de Kroner o Hans Schmidt -que era el nombre que habia adoptado- no se habia visto recompensado. Nunca se le habia ofrecido la oportunidad de hacer las preguntas adecuadas. El intento de unir las ayudas de la CEE con preguntas de caracter mas privado habia sido un acto de inconsciencia y muy arriesgado. Frau Rehmann habria sospechado en seguida y habria desconfiado de el; ademas, pronto habria llegado a los oidos de Kroner. Bryan no necesitaba un enfrentamiento asi, desde luego.

Llegada la hora, ya se las veria con el tipo del rostro picado de viruela.

En resumen, la visita habia sido un enorme desproposito. El tiempo habia pasado sin que se apreciara ningun resultado.

En la entrada del parque, Bryan se agacho y cogio una flor, un engendro violeta, larguirucho, mas bien vulgar, parecido a una ortiga y medio marchito, que se habia dejado arrancar de raiz, sin que el guardia del parque diera muestras de la mas minima desaprobacion. Intento arreglar los petalos suavemente. Aquella planta insignificante ilustraba mejor la soledad y la conmocion que lo acongojaba que cualquier ramo de flores podria haberlo hecho.

El trayecto en el teleferico le resulto interminable. El balanceo de la gondola le provoco nauseas; un malestar que no se habia disipado cuando, de acuerdo con las indicaciones de Petra, siguio el sendero de adoquines cubiertos de hierbajos en direccion a la columnata. Como un anacronismo, aquellas artificiales columnas griegas surgian de la ladera. Estaban rodeadas de unos muros bajos, coronados por una barandilla de hierro forjado.

A pesar de la buena intencion, aquella construccion era increiblemente fea y su mantenimiento dejaba mucho que desear; un aire enmohecido y triste que situaba el ambiente y la finalidad del lugar en una concordia enaltecida.

En Alemania, los monumentos conmemorativos de la guerra no suelen distinguirse precisamente por ser anonimos, la gigantesca columna ribeteada al pie de la montana lo dejaba bien a las claras. Desde la primera guerra mundial, aquella columna habia venerado a los caidos y, ademas, por razones practicas, habian dejado una parte de la columna sin grabar. Solo pasarian un par de decadas hasta que la segunda guerra mundial ocupara el espacio de la columna que habian dejado profeticamente libre. Eso queria decir que, por suerte, no contaban con necesitar mas espacio.

Ese tipo de monumentos se encontraban por doquier, y tenian en comun que indicaban claramente el motivo por el que se habian levantado. Por eso, a Bryan le sorprendio, despues de haber repasado la totalidad de las superficies varias veces, no haber encontrado siquiera una pequena placa de laton ni la mas minima senal que indicara la razon por la que, en su dia, se habia levantado aquel monumento y que, a su vez, pudiera dar testimonio de quienes habian sido enterrados alli.

Bryan se puso en cuclillas y se quedo un buen rato descansando con los brazos apoyados en los muslos. Se abalanzo hacia adelante y aterrizo sobre las rodillas. Desde esa posicion tomo un punado de tierra. Estaba humeda y oscura.

CAPITULO 41

Exactamente cuarenta y cinco minutos antes, una figura ancha y pesada habia subido los mismos escalones.

Los ultimos pasos a traves de la maleza lo habian hecho respirar pesadamente. Hacia al menos cinco anos que Horst Lankau no visitaba aquel lugar y, antes de la ultima visita, aun mas tiempo. Aquellas columnas habian sido testigo de muchos encuentros amorosos furtivos. Si Lankau se hubiera criado en la ciudad, probablemente habria tenido una relacion distinta con el lugar.

En aquel momento, lo odiaba.

A traves de los ultimos tres veranos, su hija mayor, Patricia, habia mostrado un gran interes sentimental por un chaval cuya familia, desgraciadamente, tenia por costumbre pasar un par de semanas de sus pobres vacaciones en un camping situado al sur de Schlossberg. Desde aquellas lonas ondeantes le resultaba demasiado facil a aquella pareja de exaltados tomar la escalera de Schwabentor y seguir los senderos que conducian al decorado griego en el que se encontraba Lankau en aquel momento.

El tercer verano al lado de la hija fue el ultimo verano del chaval en Friburgo, y Patricia no habia vuelto a mencionarlo jamas.

Lankau habia pillado a los jovenes in fraganti, con los pantalones bajados, por asi decirlo, y desde entonces, el chico no habia sido capaz de repetir la experiencia. Le habia costado caro a Lankau, pero los padres del chaval se habian mostrado satisfechos con la indemnizacion que les habia ofrecido.

Asi, al menos, el idiota podria estudiar una carrera.

Habia casado bien a Patricia y las otras dos hijas eran demasiado listas para repetir la hazana de su hermana.

Su hijo podia hacer lo que le diera la gana.

De todos modos, se veia claramente que otros no dejaban de buscar la aventura en aquella plataforma sobre la que ahora se encontraba y que constituia el tejado de la columnata, sobre todo en los rincones, pues habia varios condones usados que habian encontrado su acomodo vulgar entre aquellos muros; un fuerte contraste con su finalidad orgiastica.

Eran casi las tres y media. Para Horst Lankau, la espera no habia tenido importancia; llevaba anos sediento de venganza.

En la noche fatal del Rin, la nada se habia tragado a Amo von der Leyen misteriosamente. A pesar de los tenaces intentos y los buenos contactos de Lankau, los esfuerzos que habia invertido en encontrar aunque solo fuera la mas minima pista que pudiera explicar que habia sido de aquel hombre se habian estrellado contra el oscuro oleaje del Rin.

Se habia visto obligado, dia tras dia, a vivir con las secuelas fisicas que aquel enfrentamiento fatal con Amo von der Leyen le habia acarreado. Ya no era un hombre atractivo. El rostro se le habia deformado por el ojo cerrado. No gustaba a las mujeres, que apartaban la mirada cuando el se les insinuaba. Se sentia inferior. La ceguera del ojo derecho le impedia mejorar su handicap en el campo de golf. La compresion de las cervicales le provocaba dolores de cabeza recurrentes que infectaban la vida, tanto la suya como las de sus seres mas queridos. La bala en el torax habia arrancado algunos musculos, lo cual impedia que levantara el brazo izquierdo por encima de la cintura y dificultaba sus golpes por el fairway.

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