El viejo gimio y miro con sus frios ojos el cuerpo que estaba tirado en el suelo despectivamente.

– ?Que tiene ese cerdo que ver contigo?

A pesar de la rodilla, el viejo volvio a patalear. Kroner atrapo la expresion del rostro de Peuckert durante un instante. Parecia mas sorprendido que suplicante.

– ?Que tendras tu que haga que ese diablo tal vez haya pasado casi treinta anos en el extranjero sin olvidarte? ?Me gustaria saberlo! ?Que me dices, pequeno Gerhart? ?Puedes contarnoslo, a mi y a Andrea?

Stich volvio a propinarle una patada, sin esperar la respuesta.

– ?Puedes decirnos lo que el presunto Bryan Underwood Scott quiere de ti?

A sus pies, el hombre habia empezado a sollozar. Habia pasado otras veces. Un flujo inarticulado de sonidos que, Kroner sabia, podia llevar a Stich a volver a pegarle con mas fuerza, a pesar de que jamas lo habia visto con sus propios ojos. Kroner volvio a entrar en el salon y agarro a Stich del hombro. La mirada que le devolvio este le dijo que su gesto habia sido innecesario. Stich sabia perfectamente que ya estaba bien. El tiempo podia ser escaso. Debia procurar tranquilizarse.

Andrea Stich paso tranquilamente por delante de Kroner, se metio en la cocina y sirvio un snaps cristalino y aromatico en un vasito sucio. Su marido se lo bebio de un trago, tras lo cual se sento tranquilamente en la silla deslucida, delante del escritorio. Tras unos segundos iniciales de incertidumbre, apoyo la barbilla en la mano y se puso a pensar.

El hombre magullado se puso en pie y siguio a Andrea, que se dirigio al comedor para apagar la luz. Volvio a sentarse en su sitio sin decir nada. Delante tenia un platito con cuatro galletas untadas de mantequilla. Todos sabian que le gustaban las galletas con mantequilla.

No las toco. En lugar de comerselas, empezo a mecer el cuerpo hacia adelante y hacia atras, apoyando las munecas en el borde de la mesa. Al principio, de forma casi imperceptible; luego, cada vez con mas violencia.

Kroner se atuso el sombrero y abandono el salon silenciosamente.

CAPITULO 44

Era el dolor el que llevaba a Gerhart a mecerse hacia adelante y hacia atras, y fue un sentimiento doloroso por la ausencia de Petra el que lo hizo respirar entrecortadamente.

Habian traspasado su coraza unas palabras muy fuertes.

Se incorporo ligeramente en el asiento y empezo a contar los rosetones en el estucado del techo. Despues de haberlos contado un par de veces dejo de mecerse.

Y entonces volvieron las palabras. Batio los pies un par de veces debajo de la mesa y reemprendio el recuento. Esta vez, las palabras no se desvanecieron. Entonces se llevo la mano al lobulo de la oreja y volvio a mecer el cuerpo para, al instante siguiente, detenerse en seco.

Gerhart echo un vistazo a su alrededor y, en ese momento, la estancia se le vino encima. Lo habia tenido bajo su custodia durante muchos anos. Lo habia rodeado estrechamente, esclavizandolo. Cuando contaba rosetones, comia galletas y pateaba, solia estar cerca el viejo. Petra nunca entraba en aquella estancia.

Conto los rosetones una vez mas y volvio a patear debajo de la mesa. Cogio una galleta y le dio un mordisco.

El anciano lo habia lastimado.

Las palabras que lo habian excitado empezaron a crecer lentamente. Gerhart empezo a contar, cada vez mas de prisa. Cuando finalmente la estancia empezo a rodar sobre su cabeza a un ritmo cada vez mas acelerado, roseton a roseton, Gerhart dejo de masticar.

De pronto renuncio a resistirse a los pensamientos que estaban a punto de apoderarse de el.

Un retazo de un mundo irreal desfilo a toda marcha en su cabeza. Gerhart comprendia a la perfeccion el nombre de Am o von der Leyen. Era un nombre de una extension y una estructura con las que pocas veces se habia encontrado. Y era un buen nombre. En el pasado lo habia repetido infinidad de veces, hasta darle vueltas en la cabeza y dejarlo mareado y confuso. Al final habla dejado de darle cabida.

Y ahora habia vuelto para perturbar la paz.

Los pensamientos en cadenas demasiado largas no le hacian ningun bien. Llevaban el conflicto a su interior. De pronto, palabras y sentimientos podian fusionarse, trayendo nuevos pensamientos consigo. Ocurrencias que nunca habia reclamado.

Por tanto, era preferible que los conceptos gozaran de vida propia sin sufrir perturbaciones externas.

Y ahora se sentia perturbado.

En medio de ese desasosiego irrumpio un nuevo e inquietante elemento.

El nombre de Amo von der Leyen no tenia rostro. Hacia anos que este se habia borrado y habia desaparecido. El nombre transmitia calidez, pero el hombre que se escondia detras de el irradiaba frialdad. Por lo demas, no habia nada en este mundo que le transmitiera una sensacion como aquella.

A pesar de que los tres hombres que lo visitaban de vez en cuando eran capaces de zarandear su ser, jamas lo dejaban inquieto y aturdido. Los actos de los tres hombres desaparecian en el mismo instante en que lo abandonaban.

No era el caso de aquel nombre.

Volvio a contar. Los golpes del pie debajo de la mesa se adelantaron al recuento y el nombre volvio a surgir, rompiendo el silencio eterno. Al final, la tormenta podria desatarse y arrasarlo libremente.

Se quedo un buen rato asi.

Cuando Andrea volvio a entrar en el comedor y miro con desprecio el plato, habia empezado a darle vueltas a un nuevo nombre, como si nunca hubiera desaparecido. Su timbre representaba un mundo aparte. Una vida lejana e inalcanzable. El nombre de Bryan Underwood Scott era la punalada en la conciencia que hacia que confluyeran los sentimientos y los recuerdos, abandonandolo en un estado de impotencia, confusion y angustia.

Y lo peor de todo: el hombre del rostro picado los habia abandonado para hacerle dano a Petra.

Al igual que una persona que se siente abatida por la perdida de su amuleto, Gerhart ya no se sentia intocable. La invulnerabilidad habia sido ultrajada para siempre. Los sentimientos se habian desatado de una patada al prestar oidos a todas aquellas palabras.

Volvio a intentar contar los rosetones y percibio como el odio se abria paso a traves de la subconciencia. Los pensamientos volvieron a surgir caoticamente.

Desde que tenia conciencia de su propia existencia, siempre habia sido Gerhart Peuckert. A pesar de que tambien lo llamaban Erich Blumenfeld, el seguia siendo, no obstante, Gerhart Peuckert. Estas dos identidades no se estorbaban. Sin embargo, habia algo mas en el. Tambien era otro. No solo un hombre con dos o tres nombres, sino tambien un hombre que vivia paralelamente a la vida que ahora era la suya. Y aquel hombre era infeliz; siempre habia sufrido.

Por eso era bueno que hubiera estado desaparecido durante tanto tiempo.

Gerhart echo un vistazo a las galletas y, distraido, toco una que le pringo las puntas de los dedos de mantequilla.

El hombre infeliz encerrado en su interior estaba a punto de sobreponerse y emerger a la superficie, con toda su sabiduria y sus conocimientos y toda su rabia reprimida; un hombre joven con esperanzas que nunca se habian cumplido, lleno de amor que nunca habia sido alimentado. Era este hombre el que se conmovia al oir el nombre de Bryan Underwood Scott, pero era Gerhart Peuckert el que estaba sentado en el comedor.

Ano tras ano habia sobrevivido con sus pequenos quehaceres y las visitas que recibia regularmente. Al principio, habia tenido miedo y observaba a sus visitas con desconfianza y temor. El temor constante a que le quitaran la vida le robaba el sueno, las ganas de vivir y las energias. Una vez hubo superado aquel estado, se dejo arropar por la pasividad laxa a la que miles de dias de trivialidad pueden tentar. Por aquel entonces empezo a contar y a practicar sus peculiares ejercicios fisicos, con el fin de que los dias se desvanecieran siguiendo ritmos sosegados. Y al final, envuelto por la rutina, olvido el porque de su ser, donde estaba y por que nunca decia nada. Simplemente no decia nada. Comia, dormia, escuchaba la radio, programas infantiles y piezas radiofonicas, luego la television, cuando esta aparecio, sonreia de vez en cuando y, por lo demas, se mantenia callado y pasivo,

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