como los de un borracho.

Con ello, el dilema a la hora de decidir a quien debia seguir el resto de la tarde se resolvio por si solo. La mujer se quedo un rato mas mirando al infinito. Parecia confusa e indecisa. Laureen encendio un cigarrilo y se volvio hacia el centro del establecimiento. De momento seguiria sentada en su rincon, intentando pasar desapercibida. En cuanto se fuera la mujer, ella tambien se iria.

CAPITULO 46

Petra estaba confusa. A lo largo de su ronda a traves de la ciudad, varios de sus pacientes le habian preguntado si estaba enferma. «Esta usted muy palida, hermana Wagner», le habian dicho, y asi era, no se encontraba bien.

Llevaba toda una vida viendo a los tres simuladores del lazareto de las SS actuar a su antojo. Aunque eran muy diferentes, Petra sabia con toda seguridad que los tres se mostrarian inflexibles con todo aquel que se interpusiera en su camino.

Petra habia tardado mucho en comprenderlo. Sin la ayuda de su amiga Gisela Devers, de quien aun entonces se arrepentia de haber presentado a Kroner, jamas habria descubierto la relacion que unia a aquellos hombres.

Y de no haber existido Gerhart Peuckert, jamas se habria visto envuelta en nada que tuviera que ver con aquellos diablos.

Solo vivia por y para Gerhart.

Siempre habia amado a aquel hombre atractivo. Un proyecto imposible que le habia acarreado las criticas de sus mas allegados y el aislamiento de una vida social normal. Llevaba anos abrigando la esperanza de que sus traumas se desvanecerian poco a poco hasta desaparecer por completo. Habia vivido con la vista puesta en una vida mas normal a su lado.

En algunos momentos habia sentido que estaba muy cerca de que se cumplieran sus suenos; momentos felices y cortos. Hasta que tuvo que admitirlo: el destino de Gerhart Peuckert estaba condenado a alimentarse a la sombra de aquellos tres hombres.

Siempre lo habia sabido y siempre habia odiado aquella certeza.

Y por saberlo y por la esperanza eterna que abrigaba, aquel dia habia traicionado a otro ser humano.

El sobresalto que le habia producido volver a ver a un paciente de entonces habia sido considerable. De hecho, no habia ocurrido desde que los tres hombres volvieron a aparecer en escena. Y de eso hacia ya muchos anos.

Era el rostro de Amo von der Leven y, sin embargo, habia venido a ella como un extrano. Su idioma y su aspecto la habian asustado. El miedo que habia brotado en ella cuando el le pregunto por Gerhart Peuckert era mas que comprensible, teniendo en cuenta su realidad.

Nadie sabia lo que realmente se movia en el interior de Gerhart Peuckert. Hacia tiempo que los medicos habian sentenciado que su mente estaba en suspension. Su conciencia estaba dormida, sometida a las fuerzas de su subconsciente. En una ocasion, Gisela Devers le habia confesado que hacia tiempo que su marido estaba convencido de que llegaria el dia en que Gerhart Peuckert se levantaria de la cama como un hombre normal. A la vez, Kroner habia dado a entender que esperaba que entonces Gerhart Peuckert los traicionaria a todos. Este tema siempre provocaba las disputas entre Gisela y Kroner. «Pero ?por que no podeis dejarlo en paz de una vez?», le habia sermoneado a su marido una y otra vez. Sin embargo, la hermandad de los simuladores no podia dejar en paz a Gerhart Peuckert. Todo iria bien, siempre y cuando pudieran controlarlo constantemente; pero no podian, ni querian, soltarlo. Gerhart Peuckert sabia demasiado para que eso fuera posible.

Solo porque estaba mal y su estado mental era tan estable, los tres hombres optaron por dejarlo seguir con vida. Segun Gisela Devers, era una expresion que habian utilizado literalmente: «Habian permitido que siguiera con vida».

Petra estaba intranquila. Asi era como debian seguir siendo las cosas. Y de pronto habia aparecido un extrano. Se habia permitido ligar su pasado al de ellos haciendo preguntas acerca de lo unico sobre la faz de la tierra que ella sentia necesidad de proteger con su propia vida. Habia sido una amenaza lo que la habia llevado a reaccionar con tanta inmediatez. Petra suspiro y enrollo el aparato para medir la presion sanguinea. Saludo con un gesto de la cabeza al paciente que estaba estirado, mirandola fijamente, y luego echo un vistazo por la ventana.

Los rayos del sol habian bailado Schlossberg durante todo el dia. Como si, con ello, aquella colina insignificante pretendiera ratificar su importancia. No sabia que iba a pasar con Amo von der Leyen, pero lo sospechaba. Cuando Hermann Muller mostraba su verdadero yo, el verdadero Peter Stich, era preferible no tener cuentas pendientes con el. Cualquiera que deseara ver a Gerhart Peuckert corria el riesgo de despertar la verdadera personalidad de Stich.

Ahora mismo le sentaba mal pensar en ello. Las posibles consecuencias de su acto habian hecho que ella hubiera dejado de ser muy distinta de los tres hombres.

Fue la pequena Dot Vanderleen, que habia vivido en la Salzstrasse desde la venta del comercio de su difunto esposo en Leiden, la que le advirtio de la presencia de su perseguidora.

– Oh -habia dicho senalando hacia el otro lado de la calle.

El rostro de la mujer larguirucha daba muestras de alivio. Estaba apoyada en un solo pie mientras se masajeaba el otro.

– Pobrecita -dijo Dot Vanderleen en tono compasivo-. Me parece que lleva zapatos nuevos.

Aunque Petra Wagner era una mujer menuda, la senora Vanderleen, ligera como una pluma, apenas le llegaba a la axila. Estaba de puntillas, mirando hacia la mujer de la calle a traves del follaje de la planta que tenia en la ventana.

– Los zapatos nuevos son un fastidio -dijo, mientras dejaba que Petra le limpiara la herida en la tibia sin ponerle demasiados impedimentos.

– Menos mal que ya no tendre que soportar un par de zapatos nuevos nunca mas -sentencio.

A partir de esa visita, Petra volvio a ver a la misma mujer varias veces durante su ronda. Un rapido vistazo por la ventana y alli estaba de nuevo, lamentandose, tan cierto como hay Dios, de dolores en los pies.

En condiciones normales, Petra habria interrumpido la ronda de los sabados durante un par de horas para visitar a Gerhart Peuckert. Aquellas tardes de sabado eran suyas y solo suyas; por asi decirlo, se amaban con la mirada todos los sabados, durante algunos segundos. Petra vivia para aquellos segundos.

A las tres, Petra hizo una visita a Herr Frank, un viejo mayorista con ulceras de decubito. Segun el plan, el solia ser la ultima visita antes de la pausa.

Sin embargo, en lugar de coger el tranvia hasta el sanatorio, aquel sabado cruzo Kartoffelmarkt en direccion contraria. Al llegar delante de un grupo de saltimbanquis que habia atraido a algunos espectadores que se habian sentado pacientemente en el suelo para disfrutar de su mimica sincronizada, Petra acelero la marcha. Cuando estaba a punto de sobrepasar al grupo, choco con uno de los actores que asi perdio el ritmo de la coreografia.

– ?Que prisas son esas? -exclamo el mimo del tricot turquesa.

A pesar de ello, Petra logro zafarse de su perseguidora.

Wasserstrasse y Weberstrasse son paralelas. Justo donde desembocan las dos calles hay una parada de taxis y Petra se apresuro a meterse en el primero de la fila.

– Solo sera cuestion de un minuto -le dijo el taxista que ocupaba el taxi de detras-. Fritz estara de vuelta en seguida, ha ido a hacer un pis.

De pronto, aparecio por Wasserstrasse la mujer desgarbada que habia seguido a Petra, corriendo a toda prisa. Su rostro estaba encogido de dolor. Petra se recosto en el asiento en un intento de ocultar el rostro. Era evidente que la mujer no sabia que hacer. De pronto se decidio, dio unos pasos por la acera y echo un vistazo por Weberstrasse. Luego se volvio. Su peinado habia dejado de hacer juego con su aspecto elegante. Se apoyo contra la fachada de un edificio y, en un solo movimiento, se inclino hacia adelante agarrandose las rodillas.

Petra reconocio la sensacion y las ganas de encontrar alivio, pero sabia que no le serviria de nada.

No cabia duda de que la mujer la seguia pero, por otro lado, parecia una aficionada. Echo un vistazo a su

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