alrededor, antes de depositar la enorme bolsa de plastico que llevaba en el suelo, y suspiro con tanta fuerza que casi se oyo en el interior del taxi.

– Ahora viene -le grito el taxista de antes, dandole unos golpecitos al cristal con los nudillos.

En aquel instante, la mujer descubrio a Petra. Su mirada se paseo de los ojos de Petra al taxi en el que estaba sentada, luego al taxi aparcado detras y de vuelta a los ojos de Petra. Era evidente que sabia que Petra la habia descubierto.

– Bueno, senorita, veo que ha sabido acomodarse por su cuenta. ?A donde quiere que la lleve?

El hombre rollizo apoyo el brazo en el respaldo del asiento contiguo y se volvio hacia la mujer que estaba sentada en el asiento trasero. Petra apenas se habia dado cuenta de su llegada. Entonces abrio su maletin y agarro el estrecho mango metalico que siempre guardaba en la funda central de la tapa. Acababa de cambiar la hoja del escalpelo y sabia que era un arma mortal. Con ella en la mano se dispuso a desentranar el misterio que aquel dia habia traido consigo.

La mujer parecio triste cuando Petra se bajo del coche y cruzo la calle.

– ?Tambien los taxistas tenemos derecho a mear! -se oyo desde el taxi que Petra acababa de abandonar-. ?Tambien nosotros necesitamos una pausa de vez en cuando! ?Acaso usted sabe lo que significa estar aqui sentado durante todo el santo dia?

Entonces alzo la voz aun mas, arranco el taxi y salio disparado de la parada sacando la cabeza por la ventanilla.

– ?Solo dos minutos! Podria haber esperado, ?no le parece?

El rostro de la mujer era de sorpresa al ver la hoja del escalpelo escondido en la manga del abrigo de Petra. La mujer parecia hipnotizada por el brillo del metal y no hizo ningun ademan de salir corriendo.

Entonces Petra dejo caer el brazo.

Era la segunda vez en un dia que se habia enfrentado a un perseguidor, y era la segunda vez que se habian dirigido a ella en ingles. Amo von der Leyen y aquella mujer tenian algo en comun, ademas del idioma, de eso estaba convencida.

– ?Que le he hecho yo? -le dijo la mujer.

– ?Cuanto tiempo lleva siguiendome?

– Desde esta manana. ?Desde que se encontro con mi marido en el parque!

– ?Su marido? ?Como?

– ?Se ha encontrado con el dos veces hoy, no puede negarlo! ?La primera vez, en el parque de la ciudad y la segunda, en el bar del hotel Rappens!

– ?Esta casada con Amo von der Leyen?

Petra miro a la mujer alta. Sus palabras le habian sorprendido.

Parecia que la mujer intentaba serenarse.

– ?Amo von der Leyen? ?Es asi como se hace llamar?

– Ese es el nombre que conozco, desde hace casi treinta anos. ?No conozco otro nombre!

Por un segundo, la mujer larguirucha parecio desconcertada.

– Es un nombre aleman, ?no es asi?

– Si, por supuesto -le respondio Petra. -De acuerdo. No se si me parece obvio a mi, puesto que es mi marido y es ingles y, desde luego, no se llama Arno, sino Bryan Underwood Scott. Siempre ha sido ese su nombre. Lo dice su fe de bautismo y es el nombre que utilizo su madre hasta su muerte. ?Por que insiste en llamarlo Amo von der Leyen? ?Me toma el pelo? ?O simplemente tiene pensado pincharme con ese instrumento que tiene en la mano?

La diatriba febril que le habia soltado la mujer le resulto fascinante. Petra solo habia entendido la mitad de la parrafada que le habia servido en apenas unos segundos. Ni siquiera un pastel de crema caro podria haber ocultado la 'indignacion encendida de la mujer. Parecia mas que sincera.

– ?Dese la vuelta! -dijo Petra-. ?Que ve?

– Nada -repuso Laureen-. Una calle desierta. ?Es a eso a lo que se refiere?

– ?Ve aquella C en la fachada de aquel edificio? Es la cafeteria del hotel Gamis. Si me promete que me seguira ahora mismo y sin rechistar, no utilizare este trasto.

Petra blandio el escalpelo y luego volvio a meterselo en la manga.

– ?Creo que lo mejor sera que hablemos!

CAPITULO 47

Sin siquiera inmutarse, el camarero le sirvio te en una taza de cafe. Laureen dejo que humeara una eternidad antes de probarlo a reganadientes. Ninguna de las mujeres decia nada. La mujer menuda parecia estar a punto de reventar. Miro varias veces el reloj y cada vez parecio que iba a decir algo, aunque, finalmente, no se decidio a hacerlo.

De pronto alzo la taza y bebio un sorbo.

– ?Tiene que entender que para mi todo esto es un rompecabezas! -dijo finalmente.

Laureen asintio.

– Y tengo la sensacion de que hay mas de uno que hoy puede llegar a lastimarse seriamente, si no le ponemos remedio. ?Tal vez ya sea demasiado tarde, y entonces no habra nada que podamos hacer nosotras! Por tanto, debemos intentar recomponer el rompecabezas cuanto antes mejor. ?Me sigue?

– Si, eso creo al menos -dijo Laureen, intentando parecer solicita y complaciente-. Pero ?quien corre peligro? Supongo que no sera mi marido, ?verdad?

– Pues es posible, si. Pero tendra que disculparme, ahora mismo no me parece importante. No me fio ni de usted ni de el, ?lo entiende?

– ?Ah, no? ?Pues sabe que le digo? Yo no se nada de usted. ?No la habia visto en mi vida! ?Usted puede ser cualquiera! Dice que hace treinta anos que conoce a mi marido, pero por otro nombre. ?Y tengo la extrana sensacion de que tiene informacion que tal vez pueda haber afectado a nuestro matrimonio durante anos! Siendo asi, ?realmente cree que yo puedo fiarme de usted?

Laureen disolvio otro terron de azucar en el liquido turbio que el camarero habia llamado te y le dispenso una amplia y agridulce sonrisa a Petra:

– Por otro lado, ?tengo eleccion?

– ?No, podria decirse que no!

La carcajada que solto la mujer no se correspondia con su envergadura. Fue profunda, sonora y convincente, pero se interrumpio rapidamente.

– ?Sabe que? Me llamo Petra. Puede llamarme asi: Petra Wagner. Conoci a su marido durante la segunda guerra mundial, aqui, en Friburgo. Estuvo ingresado en un gran lazareto en el que yo trabaje de enfermera, al norte de la ciudad. Desde entonces, no habia vuelto a verlo, hasta que de pronto aparecio esta manana. Usted ha sido testigo de nuestro primer encuentro en los ultimos treinta anos. Su marido me dijo que habia sido fortuito. ?Lo fue?

– No tengo la menor idea. Hace dias que no hablo con mi marido. Ni siquiera sabe que estoy aqui. Simplemente no se nada, y nunca he oido nada acerca de una estancia en Alemania durante la guerra. En cambio, se que estuvo ingresado un tiempo cuando volvio a casa. Por entonces, habia estado fuera casi un ano.

– ?Eso quiere decir que estuvo ingresado en Friburgo aquel ano!

Esa parte del pasado de Bryan y que ahora le era revelado a Laureen no era como ella lo habia esperado. Parecia increible. Sin embargo, estaba convencida de que la mujer que estaba sentada con ella en aquel cafe no mentia. «El miedo y la verdad estan unidos, de la misma manera en que lo estan la mentira y la presuncion», solia decir su padre. Detras de la apariencia sosegada de Petra Wagner se vislumbraba el miedo.

Teman que encontrar la manera de confiar la una en la otra lo antes posible.

– ?Bien! La creo, aunque todo esto me suene a chino.

Laureen volvio a darle un sorbo a aquel brebaje amargo antes de continuar:

– Mi nombre es Laureen Underwood Scott. Y puede llamarme Laureen, si le parece bien. Mi marido y yo nos casamos en 1947. Celebraremos nuestras bodas de plata dentro de un par de meses. Vivimos en Canterbury,

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