dos hombres habian venido para quitarle la vida a su gran amor. Uno de ellos, un hombre de fisico poderoso de nombre Lankau, era uno de los que habian huido del hospital junto con su marido.

Los dos hombres llegaron de la calle vestidos con batas. Nadie se fijo en ellos, pasaron totalmente desapercibidos, pues los presuntos observadores de las fuerzas de ocupacion entraban y salian libremente de los hospitales. No tuvieron que mostrar ningun tipo de documento de identidad y, aun asi, el personal del hospital hizo exactamente lo que ellos les exigieron. Eran tiempos extranos, durante los cuales las autoridades cambiaban de rostro con la misma rapidez de un chasquido de latigo y al compas de la intensificacion de detenciones y redadas. Las pequenas sociedades, sin excepcion, se vieron afectadas por ese caos.

Todo se tambaleaba y ningun aleman se oponia a ello.

Cuando Petra hubo repartido la segunda tanda de medicamentos entre los pacientes y bajo a la habitacion de Gerhart, el ya no estaba alli. La cama habia desaparecido. Uno de los enfermeros le indico una habitacion en la que guardaban la ropa blanca y alli encontro a Kroner y a Lankau inclinados sobre el lecho de Gerhart. En el mismo instante en que los vio, Petra retrocedio hasta el umbral de la puerta, convirtiendo asi el pasillo lleno de vida en su defensa. Estaba horrorizada. Gerhart temblaba y su respiracion era entrecortada.

Si hubiera llegado un par de minutos despues, habria sido demasiado tarde.

Aquellos dos hombres dejaron en paz a Gerhart porque ella estaba alli. Los reconocio y ellos la reconocieron llenos de odio. Dejaron tranquilo a Gerhart y desaparecieron por el pasillo central de la seccion. Durante los dias que siguieron a su primera visita, fueron apareciendo regularmente, uno por uno, sonrientes y conciliadores. Mientras acudieran por separado, Petra no podria hacerles nada. Siempre quedaria el otro para vengarse. Y Gerhart era un objetivo indefenso.

Ambos corrian peligro.

Asi transcurrieron cinco dias en los que Petra constantemente busco la compania de terceros y, sin embargo, no permitio que Gerhart se quedara a solas mas de un par de minutos seguidos. Petra constato que, por cada dia que pasaba, Gerhart se iba debilitando. Desde la llegada de los hombres parecia asustado y paralizado y se negaba casi por completo a ingerir alimentos y liquido.

El sexto dia aparecio el tercer hombre de Friburgo.

Habian estado esperandola fuera. La amiga que la acompanaba cogida del brazo se habia separado de ella y habia empezado inopinadamente a flirtear con el hombre del rostro picado, que se llamaba Kroner; solia hacerlo con cualquier hombre que fuera bien vestido.

La situacion era absolutamente grotesca.

Fue el tercer hombre de Friburgo quien tomo la palabra; un hombrecito amable de nombre Peter Stich del que Petra siempre habia pensado que era incurable, hasta que los medicos le dieron el alta y lo destinaron al servicio activo. Mientras tanto, Lankau permanecia a su lado, en posicion de piernas abiertas y actitud acechante. Era una situacion peligrosa por cuyo desenlace ambas mujeres podrian llegar a pagar. Petra estaba dispuesta a llegar a un acuerdo.

– ?Gerhart Peuckert! -dijo Peter Stich con media sonrisa en los labios-. ?No deberiamos llevarlo a un sitio mas seguro? ?Teniendo en cuenta los tiempos que corren, quiero decir! ?Al fin y al cabo es un criminal de guerra! ?Y a esos, la gente no les dispensa demasiada simpatia, digo yo!

Entonces el hombrecito le dio una palmada en el codo y le hizo una senal a Lankau que, acto seguido, se alejo.

– ?A lo mejor quiere hablar conmigo de ello? -prosiguio Peter Stich-. ?Cuando y donde le pareceria bien?

A Petra no le supuso demasiado esfuerzo mostrarse complaciente. La seriedad de la situacion no le era ajena. Enfermo o no, Gerhart Peuckert corria un serio riesgo de tener que pagar por su pasado. Ya por entonces se daban muestras de ello a diario. La batida contra las figuras mas destacadas del regimen nazi habia empezado. Numerosos ciudadanos de las clases mas aventajadas de Colonia habian sido internados y la gente de los cuerpos especiales de la Gestapo y de las SS se habia convertido en presa facil para cualquiera. No se podia esperar misericordia ni ayuda, ni por parte de amigos ni de enemigos.

Era un dia veleidoso. Mientras que muchos de sus colegas no habian parado de hacer bromas durante todo el dia y, divertidos, se habian negado a realizar siquiera las tareas menos exigentes, unos hombres uniformados habian sacado a un ciudadano mas de su escondite en el sotano del hospital y se lo habian llevado. A Petra le dolia el estomago.

Aquel dia acordaron que un poco mas tarde se encontraria con los pacientes de Friburgo en la sala de espera casi provisional de la estacion de ferrocarril. Los alrededores estaban practicamente desiertos. Ni uno solo de los autobuses que normalmente salian de alli habia llegado. En la misma sala de espera, esparcida por el suelo, habia gente durmiendo o descansando. Habia equipaje por todos lados: cartones ligados con papel, mantas que envolvian todo tipo de pertenencias y articulos de primera necesidad, maletas, bolsas y sacos. El lugar habia sido elegido con gran acierto. Petra habia exigido que todos los simuladores estuvieran presentes, aunque solo hablaria con uno de ellos. Y, ademas, habia decidido que la reunion se celebraria en un lugar atestado de gente.

No podria haber elegido un lugar con mas gente que aquel.

Una familia se habia instalado en el centro de la sala. El grupo estaba integrado por al menos seis ninos pequenos y dos adolescentes. La madre estaba arrugada, preocupada y cansada. El padre dormia. Petra se coloco en medio del grupo y espero, mientras un par de ninos no dejaban de tirar de sus faldas mirandola con semblante burlon.

Peter Stich la vio en seguida. A un par de pasos lo seguian Kroner y Lankau. Se detuvieron.

– ?Donde estan los otros, los dos que faltan? -pregunto Petra echando un vistazo por encima del hombro.

Uno de los ninos se sento en el suelo entre ellos y alzo sus enormes ojos por debajo de la falda de Petra para luego dirigirlos hacia Peter Stich. Estaba relajadisimo.

– ?Quienes? -pregunto.

– Los que desaparecieron la noche en que tambien escapo Lankau. Arno von der Leyen y el otro, ?no recuerdo su nombre!

– ?Dieter Schmidt! Se llamaba Dieter Schmidt. ?Estan muertos! Murieron la noche en que huyeron. ?Por que?

– Porque no me fio de vosotros y, por tanto, necesito saber cuantos sois.

– Solo somos tres, ?y luego usted y Gerhart Peuckert! ?Confie en mi!

Petra volvio a echar un vistazo a su alrededor.

– ?Aqui tiene! -dijo y le entrego un sobre abierto.

Stich saco la hoja de papel que habia dentro y la leyo en silencio.

– ?Por que ha escrito esto? -pregunto mientras le pasaba el documento a Kroner.

– Es una copia. He depositado el original junto con mi testamento. Sera la garantia de que no nos ocurrira nada malo, ni a mi ni a Gerhart.

– ?Se equivoca! Si nos delata, Gerhart caera con nosotros. Supongo que lo sabe…

Petra asintio.

– Segun usted, ?este documento la ayudara a mantenernos en jaque?

Petra volvio a asentir.

– Lo siento mucho -dijo Stich despues de haber parlamentado un momento con los demas-, pero no podemos permitir que este documento tenga que preocuparnos eternamente. Los seguros de vida entre socios deben ser mutuos. Tenemos que pedirle que destruya el original. No podemos aceptar que este en manos de un abogado.

– ?Entonces que?

– Podemos ofrecerle un contrato, que podra depositar en el despacho de su abogado. El contrato comprendera ciertas concesiones a su favor. Podemos formularlo de manera que su muerte sea provechosa para nosotros, lo que, sin duda, nos pondra en la picota, en caso de que su muerte levantase sospechas.

– ?No! ?Ni hablar!

Petra percibio la ira de Lankau al verlo sacudir la cabeza.

– ?Depositare el documento en otro lugar!

– ?Donde?

Stich ladeo la cabeza.

– ?Eso es asunto mio!

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