ciudad en la que nacio mi marido. Se licencio en medicina y actualmente trabaja en la industria farmaceutica. Tenemos una hija y somos lo que suele decirse extraordinariamente privilegiados. Hasta hace quince dias, mi esposo no habia vuelto a visitar Alemania desde que nos casamos. Y hasta hace un par de dias, yo jamas habia oido hablar de esta ciudad, 'algo por lo que le pido disculpas.

Las dos mujeres se miraron a los ojos cuando Laureen dijo en un tono implorante:

– ?Seria tan amable, Petra Wagner, de decirme donde esta mi marido?

En cuanto a Petra, aquella mujer larguirucha podria haberle hablado en hebreo, pues no la escucho. En su lugar, concentro todos sus sentidos en adivinar sus puntos debiles. Las palabras suelen recubrir lo esencial con un velo nebuloso. En ese contexto resultaba primordial determinar si podia fiarse o no de aquella extrana mujer.

Ante todo, debia pensar en Gerhart. Si no hacia nada, estaba convencida de que tampoco pondria en juego la integridad de Gerhart. El estaria protegido, como lo habia estado hasta entonces.

Naturalmente, esperaba que Stich, Kroner y Lankau hubieran llegado finalmente a un acuerdo amistoso con Amo von der Leyen en la cima de la colina. Sin embargo, seguia sintiendose incomoda, impotente e insegura. ?Y si las cosas no iban como habia previsto y aquella mujer, pasara lo que pasase en Schlossberg, tenia malas intenciones?, se pregunto. ?Cual seria entonces su posicion? ?Cual seria entonces la situacion de Gerhart?

La mujer que tenia delante no era una profesional, era imposible que lo fuera. Probablemente no mentia al decir que Amo von der Leyen era su marido.

– ?Puedo hacerle una pregunta? -dijo con una voz extranamente jadeante.

Laureen parecio sorprenderse, aunque asintio con un gesto de la cabeza.

– ?Entonces respondame rapidamente! Puede considerarlo una especie de examen. ?Como se llama su hija?

– Ann Lesley Underwood Scott.

– ?A-n-n-e? -deletreo Petra.

– No ?sin la «e»!

– ?Su fecha de nacimiento?

– El 16 de junio de 1948.

– ?Que dia de la semana?

– Un lunes.

– ?Como es que se acuerda?

– Simplemente, me acuerdo.

– ?Que paso ese dia?

– Mi marido lloro.

– ?Y que mas?

– Comi mujfins con mermelada.

– ?Que cosa tan extrana de recordar!

Laureen sacudio la cabeza y pregunto:

– ?Tiene usted hijos?

– No.

Dejando de lado las preguntas escabrosas a las que Petra, de vez en cuando, se habia visto expuesta cuando visitaba el Palmeras Cafe sola, despues de haber hecho la compra en Eram, esa era la pregunta que mas odiaba.

– ?Si los tuviera, sabria que no es extrano! ?Esta satisfecha ya?

– ?No! Respondame a una pregunta mas. ?Que quiere su marido de Gerhart Peuckert?

– Sinceramente, ?no lo se! ?Usted deberia saberlo mejor que yo!

Laureen apreto los labios, de manera que las arrugas alrededor de la comisura trazaron grietas en su rostro.

– ?Pues no lo se!

– ?Escucheme bien, Petra Wagner!

El camarero paso por delante de la mesa, sosteniendo la bandeja por encima de la cabeza. La mirada que le dirigio a Laureen cuando esta agarro la mano de la otra mujer expresaba si no desaprobacion, si cierto pesar.

– ?Cuenteme lo que sabe! ?Puede confiar en mi!

Laureen se sentia confundida y esceptica. Le costaba asimilar el pasado. Aquel pasado que su marido habia vivido era el de un extrano. No tenia ni idea de nada, absolutamente de nada. Petra Wagner era una buena guia.

Poco a poco, el lazareto y la vida alli, y las habitaciones que habia ocupado Bryan, fueron cobrando vida. «?Terrible!», fue intercalando de vez en cuando. «?Es eso cierto?», susurro con igual frecuencia sin esperar respuesta alguna.

El relato de los meses pasados en el lazareto de la montana desterraba un yugo de horror; un mundo clinico de tratamientos equivocados sistematicamente, soledad y terror mudo, infligido por tres hombres que manipulaban y dirigian la vida de sus companeros de habitacion.

Y de pronto, un dia, desaparecieron Arno von der Leyen y dos hombres mas.

– ?Y usted dice que mi marido y ese tal Gerhart Peuckert no tenian absolutamente nada que ver el uno con el otro en el hospital?

– Nada. Mas bien todo lo contrario. -Petra parecia abatida-. Gerhart siempre se volvia hacia otro lado cuando Arno von der Leyen estaba cerca.

– ?Y que fue de ese tal Gerhart Peuckert?

En el mismo instante en que cayo la pregunta, Petra retiro la mano. Se sintio mal. Entonces se volvio y libero su panuelo del respaldo de la silla. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de atarselo se quedo helada; de forma casi imperceptible, el color habia abandonado su rostro. Acepto el panuelo de Laureen sin dudarlo ni un instante cuando empezaron a correr las lagrimas por sus mejillas.

Aquella tarde, para Petra, los minutos se convirtieron en horas y las horas en fracciones de segundos. Aquellos escasos minutos se abrieron a sus pies como un abismo de soledad y de inseguridad, sentimientos a los que tenia que dar rienda suelta para que pudieran llegar a buen puerto. Al final, Petra hizo acopio de fuerzas y sonrio. Mientras se sonaba la nariz, rio timida y visiblemente aliviada.

– Puedo confiar en usted, ?verdad?

– Si puede -dijo Laureen volviendo a coger su mano-. Si dejamos de lado, claro, que no tengo ni la mas remota idea del dia de la semana en que nacio mi hija.

Laureen se rio y prosiguio:

– ?Cuenteme su historia, venga! Estoy convencida de que nos sentara bien a las dos!

Petra estaba enamorada de Gerhart Peuckert. Habia oido decir cosas terribles de el, pero, aun asi, lo amaba. Despues de que el y un par de pacientes mas fueron trasladados a Ensen bei Porz, cerca de Colonia, el estado de Gerhart apenas habia mejorado. Petra habia tenido que usar todas sus dotes de persuasion y recurrir al soborno para poder seguirlo.

Cuando se proclamo la capitulacion, Gerhart seguia estando debil, muy debil. Era capaz de pasarse dias echado en la cama, casi inconsciente, ajeno a lo que lo rodeaba. A pesar de que los tratamientos que le aplicaron durante los ultimos dias de la guerra fueron buenos, el gran numero de tratamientos de shock y el trato brutal de los oficiales de seguridad y de sus companeros de habitacion de Friburgo casi le habian drenado la vida. Ademas, habia reaccionado como si se encontrara en una especie de shock alergico cronico que nadie tuvo tiempo de destapar y que nadie tuvo la pericia suficiente para tomar en serio. Y lo que es aun peor: este paciente dejo de ser atractivo para los medicos al finalizar la guerra. Su condicion cambio de un dia para otro. A sus ojos, habia pasado a pertenecer al tipo de pasado que era mejor abandonar al olvido. Habia otros pacientes que no tenian que soportar la maldicion de la cruz gamada. Y estos recibian un trato preferencial. Tan solo Petra se preocupo seriamente del estado de salud de Gerhart Peuckert. Sin embargo, ella no disponia de los conocimientos necesarios, ni de la capacidad, ni la pericia que se requerian para saber como tratar un caso como el suyo. Le administraron las pastillas de siempre permitiendo, por lo demas, que se pasara el dia durmiendo.

Asi estaban las cosas cuando aparecieron dos de los hombres de la Casa del Alfabeto.

Llegados a este punto del relato, Laureen se dio cuenta de cuan justificados eran los temores de Petra. Esos

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