– ?Quien ha desaparecido? -pregunto Kristiane agarrandole la mano.

– Nadie -respondio el casi inaudiblemente.

– Que si -insistio Kristiane-. Has dicho que una senora ha desaparecido.

– Nadie a quien conozcamos nosotros -dijo Yngvar acallandola.

– Mama no ha sido, por lo menos. Mama esta aqui. Y nos vamos a una fiesta en casa de los abuelos. Mama no va a desaparecer nunca.

Ragnhild se calmo tan pronto como su madre la cogio en brazos. Se metio el dedo en la boca y enterro la cabeza en el cuello de su madre. Kristiane sostenia aun la mano de Yngvar y se balanceaba despacio.

– Dum-di-rum-dum -susurro.

– No pasa nada -dijo el ausente-. No corremos ningun peligro, tesorito.

– Dum-di-rum-dum.

«Ahora se va a cerrar en banda», penso Inger Johanne, desesperada. Kristiane estaba encerrandose en si misma, como hacia cada vez que se sentia un poco amenazada, o cuando sucedia algo inesperado.

– No pasa nada, bonita -acaricio la cabeza de la nina-. Ahora nos vamos a preparar todos. Vamos a casa de los abuelos, ya lo sabes. Como teniamos previsto.

Pero no conseguia arrancar los ojos de la pantalla del televisor.

Estaban mostrando imagenes aereas, tomadas desde un helicoptero que planeaba en circulo sobre el centro de Oslo. La camara recorrio la calle Karl Johan, desde el Parlamento hasta el Palacio Real, con infinita lentitud.

– Mas de cien mil personas -susurro Yngvar, estaba como paralizado y ni siquiera se percato de que Kristiane le soltaba la mano-. Quizas el doble. ?Como diablos van a conseguir…?

Kristiane estaba en un rincon golpeandose la cabeza contra un armario. Habia vuelto a quitarse la ropa.

– La senora ha desaparecido -canturreaba-. Dum-di-rum-dum. La senora ha desaparecido.

Y luego rompio a llorar, callada y desconsoladamente.

Capitulo 4

Abdallah al-Rahman estaba lleno. Se acaricio la tripa dura. Por un momento considero la posibilidad de posponer la sesion de gimnasia. Realmente habia comido de mas. Por otro lado, tenia cosas mas que suficientes que hacer aquel dia. Si no lo hacia ya, el riesgo de no tener tiempo de hacerlo mas tarde era grande. Abrio la puerta cerrada del enorme gimnasio con llave. Un aire fresco le soplo en la cara como un agradable aliento. Cerro la puerta antes de desvestirse prenda por prenda. Al final se quedo descalzo, como acostumbraba, vestido solo con un pantalon corto blanco como la nieve.

Puso en marcha la cinta de correr. Primero despacio, en un programa de intervalos que duraba cuarenta y cinco minutos. Eso le dejaria media hora corta para las pesas. Algo menos que su gusto y costumbre, pero mejor que nada.

Como era obvio no habia recibido ninguna notificacion. Ninguna confirmacion, ningun mensaje cifrado ni conversacion telefonica ni correo electronico encriptado. Las comunicaciones modernas eran un arma de doble filo: efectivas al tiempo que demasiado peligrosas. En su lugar habia desayunado con un hombre de negocios frances y habia hecho el rezo matutino. Habia visitado brevemente la cuadra para inspeccionar el nuevo potro, que habia nacido esa misma noche y era ya una vision impresionante. Nadie habia molestado a Abdallah al-Rahman con nada ajeno a su vida cotidiana, alli y entonces. Tampoco habia ninguna necesidad.

Hacia ya rato que la CNN le habia proporcionado la confirmacion que deseaba.

Era obvio que todo habia salido segun el plan.

Capitulo 5

Las cosas estaban funcionando.

Cayo en la cuenta de que por fin podia tomarse un rato para un cigarrillo. La secretaria jefe del ministro de Justicia, Beate Koss, no era una fumadora habitual, pero por lo general llevaba una cajetilla de diez cigarrillos en el bolso, por si acaso. Se puso un abrigo y cogio el ascensor hasta el vestibulo de la entrada. Habian cerrado el acceso al publico y habia guardias de seguridad armados delante de las dos entradas. Se estremecio ligeramente y saludo con la cabeza al funcionario que la dejo atravesar las barreras sin mayores aspavientos.

Cruzo la calle.

Las cosas estaban funcionando. Todo lo que hasta ese momento no habian sido mas que directivas encerradas bajo llave y mera teoria, se habia hecho realidad aquella manana en el transcurso de unas pocas horas. Los walkies-talkies y las rutinas de emergencia estaban funcionando como debian. El personal clave habia sido convocado y el equipo estaba en su sitio. Incluso el ministro de Defensa, que estaba en la isla de Svalbard con ocasion de las celebraciones del Dia Nacional, estaba de vuelta en el despacho. Todos conocian su papel y sabian cual era su sitio en una tremenda maquinaria que parecia avanzar por si misma desde el momento en que habia sido puesta en marcha. Tal vez con una hora o dos de retraso, como habia expresado Peter Salhus, pero Beate Koss no podia evitar sentir una especie de orgullo por estar participando en algo grande e historico.

– Averguenzate -se dijo entre dientes, y encendio un cigarrillo.

La noticia de la desaparicion de la Presidenta norteamericana aun no habia mitigado visible o audiblemente las celebraciones.

El jaleo y los vitores en la calle Karl Johan arrojaban un debil eco entre los edificios de la manzana del Gobierno. La gente que pasaba apresurada por delante, sonreia y se reia. Tal vez no supieran nada. A pesar de que la noticia se habia filtrado ya hacia rato y de que los dos grandes canales de television llevaban toda la manana interrumpiendo la emision con ediciones especiales de informativos, era como si la nacion se negara a dejarse interrumpir en su esplendida celebracion anual de si misma.

El cigarrillo le sento bien.

Vacilo un instante antes de encender otro. Su mirada vago desde el grupo de periodistas apinados delante del edificio hasta los cristales verdes a prueba de balas del septimo piso, que se destacaban claramente del resto. Para sus adentros se habia preguntado muchas veces por que el ministro de Justicia tenia que tener cristales a prueba de balas en el despacho cuando iba sin escolta al supermercado, y cuando en casa apenas tenia mas que una alarma ordinaria de Securitas. Pero penso que asi tendria que ser: con su extrema lealtad siempre se conformaba con todo lo que se decidia.

Un hombre la miro desde arriba.

Alzo la mano para saludarle con algo de inseguridad y el la saludo de vuelta. Era Peter Salhus. Un buen hombre. Un hombre en el que se podia confiar. Siempre igual de amable cuando se veian, atento y considerado, a diferencia de muchas de las celebridades que entraban y salian del despacho del ministro de Justicia y que apenas reparaban en su existencia.

Beate Koss tiro la colilla al suelo y la piso ligeramente. Cuando volvio a mirar para arriba le dio la impresion de que Salhus decia algo antes de correr las cortinas y volverse a adentrar en la habitacion.

Un coche de Policia paso despacio, en silencio pero con las luces parpadeantes.

– Ahora que nos hemos quedado solos -dijo Peter Salhus. Solo el ministro de Justicia y el comisario jefe de Oslo seguian en el despacho tras los cristales verdes-, casi me voy a tener que permitir preguntar… -Se rasco la barba y trago saliva-. Hotel Opera -dijo de pronto clavando la mirada en el comisario jefe Bastesen-. ?Hotel Opera!

– Si…

– ?Por que?

– La verdad es que no acabo de comprender la pregunta -dijo Bastesen un poco ofendido y frunciendo el ceno-. Fue por…

– Tenemos el Continental y el Grand -le interrumpio Salhus, que parecia forzarse a hablar en voz baja-.

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