que no lo miraban y solo una vez se habia producido un pequeno altercado. Pero asi tienen que ser cosas entre buenos companeros. Aun otro par de botellitas habian llegado a su bolsillo antes de que acabara todo. A Harrymarry no podia importarle. Harrymarry era una buena chica. Dejo la calle cuando la acogieron aquella senora policia y su novia bollera y forrada, y ahora era criada fina en un barrio bueno. Pero Harrymarry no era de las que olvidaba de donde venia. Aunque se negaba a salir del fuerte en el que se habia encerrado, dos veces al ano le enviaba dinero a Berit entre Rejas. El 17 de mayo y en Nochebuena. Y esa noche la vieja pandilla se reunia para celebrarlo. Comida y bebida de calidad.
No deberia haberse puesto tan malo despues de una noche tan buena.
No era el alcohol, era el maldito cancer de los cojones.
Cuando cruzo la ciudad al amanecer, debian de ser sobre las cuatro de la manana, una bella luz caia sobre el fiordo. Los bachilleres estaban montando un buen sarao, claro, pero en los momentos de tranquilidad se habia tomado algun que otro descansito. En un banco, tal vez, o sobre una valla junto a un cubo de basura donde habia encontrado una botella de cerveza entera y sin abrir.
La luz era tan bonita en primavera. Era como si los arboles resultaran mas amables y los coches no le pitaban tan violentamente cuando, alguna que otra vez, perdia el equilibrio e irrumpia en la calzada con algo de brusquedad y el conductor tenia que pegar un frenazo.
Oslo era su ciudad.
«La Policia exhorta a todo el que haya visto algo a…»
?Donde cono estaba el mando a distancia?
Ahi. Por fin. Se habia escondido debajo de la pizza. Bajo el volumen y volvio a hundirse en el sofa.
– Joder.
Estaban mostrando imagenes de unas prendas de vestir. Un pantalon azul. Una chaqueta rojo intenso. Unos zapatos que solo tenian aspecto de zapatos.
«… segun la Policia, esta puede ser la ropa que llevaba puesta la Presidenta Bentley en el momento de su desaparicion. Es crucial que…»
Fue a las cuatro y diez.
Acababa de mirar el reloj de la torre del edificio de la vieja Estacion del Este cuando aparecio la mujer. Venia con dos hombres. Llevaba una chaqueta roja, pero era demasiado mayor para ser una bachiller.
Putos cojones, como le ardia la entrepierna.
?Habria perdido algo?
Habia sido una buena noche. Tampoco se habia desfasado tanto como para no poder volver a casa tambaleandose, con buen cuerpo y la barriga llena. Guirnaldas de bonitos colores adornaban las calles y se habia percatado de lo limpio que estaba todo.
El olor del vomito estaba empezando a resultar demasiado incomodo. Tenia que hacer algo. Iba a tener que poner orden en la casa. Hacer limpieza, para que no lo echaran.
Cerro los ojos.
El maldito cancer. Pero de algo habia que morir, penso. Asi es la vida. No tenia mas que sesenta y un anos, pero si lo pensaba bien, en realidad era suficiente.
Luego se dejo caer despacio sobre un costado y se durmio profundamente, con la oreja apoyada sobre su propio vomito, una vez mas.
Capitulo 7
– … Y asi son las cosas, y se acabo.
El primer ministro se volvio a sentar en la silla. Se hizo el silencio en la gran sala. El aire conservaba un ligero olor a humedad, la sala habia permanecido mucho tiempo cerrada. Peter Salhus cruzo los dedos detras de la nuca y recorrio la habitacion con la mirada. A lo largo de una de las paredes habia un mueble largo que recordaba a un mostrador. Por lo demas, la habitacion estaba dominada por una gigantesca mesa de reuniones rodeada de catorce sillas. En una pared colgaba una pantalla de plasma. Los amplificadores descansaban sobre unos estantes de cristal. Un mapamundi amarillento colgaba en la pared opuesta.
– Asi que vamos a tener a estos… -el comisario jefe de Oslo, Terje Bastesen, parecia tener ganas de decir «mandriles», pero acabo la frase de otro modo- agentes encima de la chepa. Tendran acceso a todo lo que descubramos y a lo que hagamos, a cualquier cosa que pudieramos creer o pensar. En fin.
Antes de que el primer ministro tuviera tiempo de reaccionar, Peter Salhus cogio aire. De pronto se inclino por encima de le mesa, con los brazos extendidos sobre ella.
– Para empezar, pienso que deberiamos tener una cosa bastante clara -dijo calladamente-. Los estadounidenses, de ninguna manera, van a dejar que su Presidenta se les esfume en el aire sin llegar a los extremos mas absolutos para, primero… -alzo el dedo en aire-… encontrarla. Segundo -aun otro dedo senalaba hacia el techo-, para encontrar a quien o quienes se la hayan llevado. Y tercero… -sonrio con esfuerzo-, van a mover cielo y tierra, y el infierno si es necesario, para castigar a quien sea. Y eso no va a suceder en este pais, por decirlo asi. El castigo, quiero decir.
El ministro de Justicia carraspeo. Todos lo miraron. Era la primera vez que abria la boca en toda la reunion.
– Los norteamericanos son nuestros amigos, y unos buenos aliados -dijo-. La Policia noruega sera la encargada de la investigacion. Que esto quede muy claro. Y cuando se coja al autor de los hechos, seran los tribunales noruegos quienes…
La voz le fallo, el mismo se dio cuenta. Se detuvo y carraspeo una vez mas para coger impulso.
– Con todos mis respetos…
La voz de Peter Salhus sonaba burda en comparacion. El ministro de Justicia se quedo con la boca medio abierta.
– Primer ministro -continuo Salhus sin dignarse a mirar al supremo responsable de la Policia noruega-, creo que ha llegado el momento de reorientarnos hacia la realidad, por decirlo asi.
La directora general de Policia, una mujer escualida que iba vestida de uniforme y se habia pasado la mayor parte de la reunion escuchando, se recosto en la silla y cruzo los dedos sobre el pecho. La mayor parte del tiempo habia dado la impresion de estar ausente, y habia salido de la sala en dos ocasiones para atender llamadas telefonicas. Ahora fijo su mirada en el jefe de vigilancia y parecia mas interesada.
– Encuentro razones -el ministro de Justicia insistio airado- para senalar…
– Creo que nos vamos a dar tiempo para este asunto -lo interrumpio el primer ministro, con un movimiento de manos que probablemente pretendia ser tranquilizador, pero que ante todo parecio una reprimenda a un nino desobediente-. Adelante, Salhus. ?En que no estamos orientados hacia la realidad? ?Que has visto que los demas no hayamos entendido bien?
Los ojos, que ya en si resultaban muy estrechos en su cara redonda, ahora parecian cortados con un bisturi.
– ?Acaso soy el unico? -Salhus extendio los brazos, y prosiguio sin aguardar respuesta-. ?Acaso soy el unico al que toda esta situacion le resulta absurda? Una pequena fuerza aerea al completo, ademas del Air Force One. Unos cincuenta agentes del Secret Service. Dos coches blindados. Perros policia entrenados para detectar bombas. Un punado de consejeros especializados, que viene a querer decir agentes del FBI, por si a alguno de vosotros le quedara duda… -Ni siquiera intento mirar al ministro de Justicia, que estaba removiendo su cafe con un lapiz-. Este es el sequito de la Presidenta estadounidense durante su visita a Noruega. ?Y sabeis que? ?Que resulta sorprendentemente poco! -Se inclino sobre la mesa y apoyo las dos manos sobre ella-. ?Poco!
Dejo la palabra suspendida en el aire, como para poner a prueba el efecto del shock.
– Me esta costando un poco entender adonde quieres ir a parar -dijo con serenidad la directora general de Policia-. Todos tenemos claro el equipo que trajo la Presidenta consigo y me parece que…
– Pues resulta que es muy poco -repitio Peter Salhus-. Es muy habitual que el Presidente de Estados Unidos viaje con un ejercito de doscientos o trescientos agentes. Sus propios cocineros, una flota entera de coches. Una unidad movil con los equipos de comunicacion mas modernos. Una ambulancia militar. Pantallas antibalas para usar en las apariciones publicas, otros equipos informaticos, jaurias enteras de perros policia capaces de detectar