que hemos estado de una buena pista.
– No. -Yngvar estaba completamente sereno cuando puso la mano sobre la parte de abajo del telefono y le susurro al conductor-: Calle Haugen numero 4, por favor. Entrando desde la carretera de Maridalen, justo antes de llegar a Nydalen.
– Hola -dijo la voz al otro lado del telefono.
– Aqui sigo. Me voy a casa. Me habeis dado una mision como liaison, y estoy intentando cumplirla lo mejor que puedo. La verdad es que me parece… poco profesional eso de querer de pronto meterme en…
– Al contrario, es muy profesional -dijo el comisario jefe Bastesen-. Este caso exige que en cada ocasion empleemos las mejores fuerzas del pais. Con independencia de las listas de guardias, el rango y las horas extra.
– Pero…
– Como es obvio lo hemos hablado con tus superiores. Puedes considerar esto una orden. Ven.
Yngvar cerro los ojos y solto aire poco a poco. Los volvio a abrir cuando el conductor dio un frenazo en la rotonda junto a Oslo City. Un jovenzuelo en un Golf desvencijado los adelanto a toda velocidad.
– Cambio de planes -dijo Yngvar, abatido-. Llevame a la Comisaria General. Hay quien piensa que este dia todavia no ha sido lo bastante largo. -Le rugieron las tripas. Yngvar se acaricio la barriga y sonrio al conductor a modo de disculpa-. Y para en una gasolinera -anadio-. Tengo que comerme una salchicha… o tres.
Capitulo 21
Adallah al-Rahman tenia hambre, pero aun tenia un par de cosas que hacer antes de tomar la ultima comida del dia. Primero queria ver a su hijo menor.
Rashid dormia profundamente, con un caballito de peluche bajo el brazo. El chico por fin habia podido ver la pelicula con la que andaba dando la lata y estaba tumbado boca arriba, con las piernas separadas y expresion de total satisfaccion. Hacia un buen rato que se habia deshecho de la manta. El pelo negro azabache le habia crecido demasiado. Los rizos parecian regueros de graso petroleo contra la seda blanca.
Abdallah se arrodillo y arropo al chico con delicadeza. Lo beso en la frente y le coloco mejor el caballito.
Habian visto
La pelicula, que tenia ya casi veinte anos, era la favorita de Rashid. Ninguno de sus hermanos mayores comprendia por que. Para ellos estaba completamente pasada de moda, los efectos especiales eran pateticos y el heroe ni siquiera molaba del todo. Para los seis anos de Rashid, en cambio, las escenas de accion eran perfectas: eran irreales y le recordaban a los dibujos animados, por eso no asustaban de verdad. Ademas, en 1998 los terroristas eran europeos. Aun no les habia dado tiempo a convertirse en arabes.
Abdallah miro el enorme poster de la pelicula que colgaba sobre la cama. La lamparilla de noche, que Rashid todavia tenia permiso para tener encendida porque le daba miedo la oscuridad, arrojaba una luz debil y rojiza sobre la cara amoratada de Bruce Willis, medio cubierta por el Nakatomi Plaza, una torre en llamas. El actor tenia la boca entreabierta, como embobado, y mantenia la mirada fija en lo impensable: un atentado terrorista en un rascacielos.
Abdallah se levanto para irse y permanecio un rato de pie en el umbral. En la penumbra, la boca de Bruce Willis se convertia en un gran agujero negro. A Abdallah le parecio percibir en sus ojos los reflejos rojizos de la violenta explosion: una furia incipiente.
El atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 habia sido obra de unos locos. Abdallah lo habia comprendido de inmediato. Recibio una llamada muy alterada de un contacto en Europa y alcanzo a ver como el United Airlines Flight 175 se estrellaba contra la torre sur. La torre norte ya estaba en llamas. Eran algo mas de las seis de la tarde en Riad y Abdallah no fue capaz de sentarse.
Permanecio durante dos horas delante de la pantalla del televisor. Cuando por fin consiguio apartarse para responder a algunos de los muchos mensajes de texto que le habian llegado, se dio cuenta de que el atentado contra el World Trade Center podia acabar siendo tan fatidico para los arabes, como Pearl Harbor lo fue para los japoneses.
Abdallah cerro la puerta de la habitacion de su hijo. Tenia mas cosas que hacer antes de cenar. Se encamino hacia las dependencias del palacio destinadas a oficina, que estaban en el ala este, para aprovechar el sol de la manana antes de que el calor imposibilitara el trabajo.
Ahora el edificio estaba a oscuras y en silencio. Los pocos empleados que consideraba necesario tener alli vivian en un pequeno complejo de viviendas que habia construido dos kilometros mas cerca de Riad. Solo a los criados privados les estaba permitido permanecer en el palacio despues del horario de trabajo, e incluso ellos tenian los dormitorios a cierta distancia de los edificios principales, en unas construcciones bajas, de color arena, que estaban junto a la verja de entrada.
Abdallah cruzo el patio entre las alas del palacio. La noche era clara y, como siempre, se tomo tiempo para detenerse junto al estanque de las carpas y mirar las estrellas. El palacio estaba lo suficientemente alejado de las luces de la gran ciudad como para que el cielo pareciera agujereado por millones de puntos blancos: algunos diminutos y palpitantes; otros, grandes estrellas que relumbraban. Se sento en un banco bajo y sintio la brisa de la noche contra la cara.
Abdallah era un pragmatico cuando se trataba de la religion. La familia mantenia las tradiciones musulmanas y el se encargaba de que sus hijos recibieran ensenanzas sobre el Coran, ademas de su exigente formacion academica. Abdallah creia en las palabras del profeta: habia hecho su hajj y pagaba su azaque con orgullo. Aunque para el era todo una cuestion personal, una relacion entre el y Ala. Solia pronunciar sus cinco rezos diarios, pero no si andaba mal de tiempo. Y tiempo cada vez tenia menos, aunque eso no le preocupaba. Abdallah al-Rahman estaba convencido de que Ala, en la medida en que se preocupara por cosas asi, comprendia perfectamente que atender los negocios propios podia ser mas importante que seguir las reglas del salat punto por punto.
Y tenia grandes reparos en mezclar la politica y la religion. Alabar a Ala como la unica divinidad y reconocer a Mahoma como su enviado, era un ejercicio espiritual. La politica, y por tanto tambien los negocios, no versaba sobre el espiritu, sino sobre la realidad. En opinion de Abdallah, la division entre politica y religion no era solo necesaria para la politica. Aun mas importancia le concedia a proteger la pureza y la dignidad de la fe frente al cinismo, y con frecuencia la brutalidad, necesaria en los procesos politicos.
En los negocios era un infiel, sin mas dioses que el mismo.
Cuando Al Qaeda ataco Estados Unidos en septiembre de 2001 con semejante brutalidad, se indigno tanto como la mayoria de los seis mil millones de habitantes del planeta.
La agresion le resulto repugnante.
Abdallah al-Rahman se veia a si mismo como un guerrero. Su desprecio por Estados Unidos era igual de fuerte que el odio que le tenian al pais los terroristas. Ademas, el asesinato era un medio que Abdallah aceptaba y que, de vez en cuando, empleaba; pero debia usarse con precision y solo por necesidad.
La agresion ciega era siempre malvada. El mismo conocia a varios de los muertos en Manhattan. Tres de ellos incluso eran empleados suyos, aunque no lo supieran, como es natural. La mayoria de sus companias norteamericanas eran propiedad de holdings que a su vez estaban vinculados con conglomerados internacionales que ocultaban con eficiencia al verdadero propietario. Por medio de los rodeos habituales, Abdallah se encargo de que las familias de los asesinados no sufrieran economicamente. Eran norteamericanos, todos ellos, y no tenian ni idea de que los generosos cheques del jefe del difunto provenian de un hombre de la misma patria de origen que Osama bin Laden.
La agresion ciega no solo era malvada, sino tambien estupida.
A Abdallah le costaba comprender que un hombre inteligente y educado pudiera caer en algo tan tonto como el terrorismo.
Abdallah conocia bien al lider de Al Qaeda. Tenian mas o menos la misma edad y ambos nacieron en Riad. Durante la infancia y la juventud frecuentaban los mismos circulos, la pandilla de hijos de millonarios que rodeaban a los incontables principes de la casa de Saud. A Abdallah le gustaba Osama. Era un chico amable, suave, atento y mucho menos fanfarron que los demas jovenes que se regodeaban en su riqueza y rara vez contribuian lo mas minimo al cuidado de las fortunas familiares que emanaban de las enormes zonas deserticas