– ?Ya te lo he contado un millon de veces! ?Cuanto tiempo vamos a seguir con esto?

– Me lo has contado dos veces. Y ahora quiero que me lo cuentes una tercera. ?Que dijo?

– Que me presentara en la torre del reloj de la Estacion Central, Oslo S, algunas horas mas tarde. A las cuatro de la manana. Que me quedara alli hasta que apareciera un tipo con una mujer, que me llevarian a un coche y luego nos iriamos los tres juntos. En la guantera encontraria la ruta de viaje. Y la mitad del dinero. Colorin, colorado, este cuento se ha acabado.

– Aun no -dijo Yngvar-. ?No te parece un encargo un poco extrano?

– No.

– Te encargan dar vueltas en coche por el sur de Noruega, con dos pasajeros a los que no conoces, y dejarte ver por los empleados de varias gasolineras, pero mantenerte oculto de las camaras de vigilancia. No tienes que hacer nada ni robar nada, simplemente conducir. Luego tienes que aparcar el coche en un bosque cerca de Lillehammer, coger el tren de vuelta a Oslo y olvidarte de todo el asunto. Y esto te parecio estupendo.

– Efectivamente.

– No me vengas con esas, Gerhard. Concentrate. ?Conocias a alguno de los otros? ?A la senora o al otro tipo?

– No.

– ?Eran noruegos?

– Ni idea.

– No tienes ni idea.

– ?Pues no! ?No hablamos!

– ?En cuatro horas?

– ?Si! ?Quiero decir, no! Mantuvimos la boca cerrada todo el rato.

– No me lo creo. Eso es imposible.

Gerhard se inclino sobre la mesa.

– ?Te lo juro! Creo que yo probe a hablar un poco, pero el tipo se limito a senalar la guantera. La abri y alli estaban las instrucciones, tal y como me habia dicho el hombre del telefono. Decian adonde debia dirigirme y cosas asi. Y luego ponia que no teniamos que hablar. Esta bien, pense yo. ?Joder, Stubo! ?Te he dicho que te lo iba a contar to'! ?Creeme, hombre!

Yngvar cruzo las manos sobre el pecho y se humedecio los labios con la lengua. No dejaba de mirar al detenido.

– ?Y donde estan ahora esas instrucciones?

– Estan en el coche.

– ?Y donde esta el coche?

– Ya te lo he dicho un trillon de veces: en Lillehammer. Justo al lado de la pista de salto de esqui, alli donde…

– No esta alli. Lo hemos comprobado.

Yngvar senalo una nota que le habia traido un agente unos diez minutos antes.

Gerhard se encogio de hombros con indiferencia.

– Alguien se lo habra llevado -sugirio.

– ?Y cuanto te dieron por hacer eso?

Yngvar se habia sacado la purera del bolsillo de la camisa y la movia despacio entre las palmas de las manos. Gerhard mantenia silencio.

– ?Cuanto te dieron? -repitio Yngvar.

– Eso da igual -dijo Gerhard en tono hurano-. Ya no tengo el dinero.

– ?Cuanto? -repitio Yngvar.

Como Gerhard seguia mirando fijamente la mesa, sin hacer el menor amago de querer responder, Yngvar se levanto y se acerco a la ventana. Estaba empezando a oscurecer. Las ventanas estaban cerradas. El marco estaba cubierto de polvo y habia algun que otro insecto muerto, como gruesos granos de pimienta.

En el cesped entre la Comisaria General y la carcel, habia surgido un pequeno pueblo. Dos de los canales de television extranjeros habian aparcado sus unidades moviles sobre la hierba e Yngvar conto hasta ocho carpas de fiesta y dieciseis logos de medios de comunicacion distintos, antes de dejar de contar. Alzo la mano para saludar amablemente, como si viera a alguien a quien conocia. Sonrio y saludo con la cabeza. Luego se giro, aun con una amplia sonrisa, y se arrimo al lado de la mesa del detenido y se inclino sobre el. Puso la boca tan cerca de su oreja que Gerhard pego un respingo.

Yngvar empezo a susurrar, rapido y como resoplando.

– Esto va contra el reglamento -comenzo el abogado Ronbeck, que se levanto a medias de la silla.

– Cien mil dolares -dijo Gerhard, estaba casi gritando-. ?Me dieron cien mil dolares!

Yngvar lo golpeo en el hombro.

– Cien mil dolares -repitio despacio-. Ya me doy cuenta de que me he equivocado de profesion.

– Habia cincuenta mil en la guantera, y luego el tipo ese me dio la misma cantidad en un sobre cuando habiamos acabado. El que iba en el coche, quiero decir.

Incluso al abogado le costaba ocultar su sorpresa. Cayo de vuelta en la silla y empezo a acariciarse nerviosamente la cara. Era como si estuviera buscando algo sensato que decir, pero sin exito. Acabo rebuscando en los bolsillos y sacando un caramelo. Se lo metio en la boca como si fuera un calmante.

– ?Y donde esta ahora ese dinero? -pregunto Yngvar, con la mano posada pesadamente sobre el hombro de Gerhard.

– Esta en Suecia.

– En Suecia. Muy bien. ?Donde en Suecia?

– No lo se. Se lo he dado a un tipo al que le debia dinero.

– Le debias cien mil dolares a alguien -resumio Yngvar con lentitud exagerada, cada vez le apretaba mas fuerte el hombro-. Y ya te ha dado tiempo a entregarselo a tu acreedor. ?Cuando sucedio eso?

– Esta manana. Aparecio en mi casa. Muy temprano, y esos tipos, la gente de Goteburgo, no son de los que…

– Espera -dijo Yngvar elevando las manos con un brusco gesto de cansancio-. ?Para! Tienes razon, Gerhard.

El detenido lo miro. Daba la impresion de ser mas pequeno, de haber encogido, y era evidente que estaba cansado. La inquietud habia pasado a ser un temblor perceptible y tenia agua en los ojos cuando levanto la vista y pregunto debilmente:

– ?Razon en que?

– En que te tenemos que mantener aqui dentro con nosotros. Da la impresion de que hay mucha mas madeja que desenrollar. Necesitas un descanso, y desde luego yo… -el reloj de la pared indicada las nueve menos cuarto- tambien.

Recogio sus notas y se las metio debajo del brazo. La purera cayo al suelo. Yngvar le lanzo un vistazo, vacilo y la dejo estar. Gerhard Skroder se levanto con rigidez y siguio voluntariamente al policia que lo iba a llevar a una celda del sotano.

– ?Quien paga cien mil dolares por un trabajo asi? -pregunto el abogado Ronbeck en voz baja mientras recogia sus cosas.

Daba la impresion de que hablaba para si mismo.

– Alguien que tiene una cantidad ilimitada de dinero y que quiere estar cien por cien seguro de que el trabajo se hace -dijo Yngvar-. Alguien con tanto capital como para no preocuparse por lo que cuestan las cosas.

– Da miedo -dijo Ronbeck, tenia la boca tan rigida como la abertura de una hucha.

Pero Yngvar Stubo no contesto. Habia sacado el telefono movil para ver si tenia alguna llamada perdida.

Ninguna.

Capitulo 26

Вы читаете Una Manana De Mayo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату