emplear algun que otro trastero como espacio para los oficinistas.
Y el edificio estaba como sitiado. El pueblo sobre la gran pradera de la ladera que bajaba hacia la calle Gronland crecia constantemente. Un par de canales de television suecos habian escogido instalarse en el otro lado de la sede de la Comisaria General. Durante un tiempo habian tenido bloqueada la calle Akerberg con dos unidades moviles, despues los habian enviado a la calle Borg, junto a la iglesia de Gronland, pero la calle era tan estrecha que los coches de Policia no conseguian salir del patio. Los suecos llevaban ya tres cuartos de hora peleandose con el Departamento de Orden cuando Yngvar llego a la conclusion de que no aguantaba mas. Tenia que tomar el aire.
Llevaba toda la tarde ingiriendo comida en cada oportunidad que se presentaba. Antes de irse de la Comisaria General se habia servido con voracidad de una pizza de Peppe's. Las cajas planas estaban por todas partes. En apenas dos dias, la Policia de Oslo se habia convertido en el mayor cliente de la historia de la cadena.
Aun tenia hambre.
Se acaricio la tripa. Hacia mucho que no se podia llamar a si mismo corpulento. Sin saber con exactitud cuando paso, del mismo modo en que habia perdido pelo, Yngvar se habia puesto gordo. La barriga colgaba pesadamente por encima del cinturon que se desabrochaba en cuanto pensaba que nadie le leia. Se habia escaqueado de la ultima revision medica en el trabajo aduciendo falta de tiempo. No se atrevia a ir. En su lugar dio las gracias en su interior por el mal funcionamiento del cuerpo, que le aseguraba que no volverian a llamarlo hasta el ano siguiente. De vez en cuando, al despertarse por la noche para ir al bano, podia literalmente sentir como el colesterol se le pegaba a las paredes de las venas como una repugnante baba que amenazaba su vida. Tenia la sensacion de notar arritmias y leves pinchazos tanto en el corazon como en el brazo izquierdo, y por primera vez en su vida podia pasarse la noche en blanco preocupandose por su mala salud.
Cuando por fin llegaba la manana, comprendia aliviado que solo eran imaginaciones suyas y desayunaba huevos con beicon, como siempre. Era un hombre corpulento y tenia que comer de verdad. Ademas pronto iba a volver a empezar a hacer deporte. En cuanto tuviera algo mas de tiempo.
Sono el telefono.
– Inger Johanne -susurro, y se le cayo al suelo.
La pantalla quedo contra el suelo y no la miro cuando recogio el telefono y dijo:
– ?Hola?
– Hola. Soy Warren.
– Ah, hola. He estado intentando dar contigo.
– Por eso te llamo.
– Mentiste sobre el hombre de la cinta de la camara de vigilancia.
– ?Ah, si?
– Si. Sabias quien era. El hombre del traje era un agente del Secret Service. Mentiste. Y eso no nos gusta nada.
– Lo entiendo perfectamente.
– Lo hemos encontrado. Jeffrey Hunter.
El silencio en la otra punta era total. Yngvar mantenia la mirada fija en el pato, que contoneo las plumas de la cola unas cuantas veces antes de echarse sobre un monticulo a un par de metros de la familia, como una torre de vigilancia. El reflejo de una luz alcanzo el ojo negro azabache. Yngvar intento cubrirse mejor con el abrigo, pero le quedaba pequeno. Le dio a Warren el tiempo que necesitaba.
–
– Puedes expresarlo asi. El hombre esta muerto. Suicidio, pensamos. Pero supongo que ya te lo imaginabas.
Volvio a quedarse callado.
El pato no le quitaba la vista de encima a Yngvar. Parpaba repetidamente y en voz baja, como si quisiera advertirle que aun seguia en guardia.
– Creo que lo mejor seria que tuvieramos una reunion -propuso de pronto Warren.
– Son casi las once.
– Los dias como estos no acaban nunca.
Entonces le toco a Yngvar no querer contestar.
– Una reunion dentro de diez minutos -insistio Warren-. Salhus, tu y yo. Nadie mas.
– No se cuantas veces tengo que explicarte que esta es una investigacion policial -dijo Yngvar, cansado-. El comisario jefe o uno de sus hombres debe estar presente.
– Si tu lo dices -dijo Warren con frialdad; Yngvar tenia la impresion de ver como se encogia de hombros con indiferente arrogancia-. ?Quedamos a las once y cuarto?
– Ven a la Comisaria General. Yo estare alli dentro de diez minutos. Y ya veremos si el comisario jefe y Salhus estan disponibles.
– Sera mejor que lo esten -dijo Warren, que colgo.
Yngvar se quedo mirando el telefono. La pantalla se oscurecio al cabo de unos segundos. Sentia un extrano enfado. El estomago se le encogio en un pinchazo. Tenia un hambre canina y estaba furioso. En principio era el quien tenia motivos para estar cabreado con Warren, a pesar de ello, el norteamericano habia conseguido invertir la situacion de algun modo inexplicable. Yngvar volvio a ponerse sumiso. Era como si Warren, en el fondo, no se sintiera dependiente de nadie, exactamente igual que el pais del que provenia, y que por eso no creia tener que avergonzarse por que lo pillaran en una mentira flagrante.
El telefono volvio a sonar.
Yngvar trago saliva cuando vio el nombre de Inger Johanne brillar en azul sobre el telefono. Lo dejo sonar cuatro veces. Le pitaban los oidos, literalmente sentia como le subia la tension sanguinea. Intento respirar con tranquilidad y cogio el telefono.
– Hola -dijo en voz baja-. Llamas muy tarde.
– Hola -respondio ella, tambien en voz baja-. ?Como estas?
– Voy tirando. Estoy cansado, claro, pero supongo que asi estamos todos.
– ?Donde estas?
– ?Donde estas tu?
– Yngvar -dijo ella calladamente-. Siento tanto lo de esta manana. Me senti tan dolida y triste y furiosa y…
– No pasa nada. Lo mas importante ahora es que me digas donde estais. Y cuando vuelves a casa. Puedo ir a buscaros dentro de… una hora, o asi. Tal vez dos.
– No puedes venir.
– Quiero…
– Ya son las once, Yngvar. Te das cuenta de la bobada que es despertar a Ragnhild a estas horas de la noche.
Yngvar se puso el pulgar contra un ojo y el indice contra el otro, y apreto. No dijo nada. Circulos y puntos rojos danzaban contra la vacia oscuridad detras de los parpados. Se sentia mas pesado que nunca, era como si toda la grasa sobrante de su cuerpo se hubiera transformado en plomo. El banco le hacia dano en la espalda y la pierna derecha estaba a punto de quedarsele dormida.
– Al menos tienes que decirme donde estais -dijo.
– Francamente, no te lo puedo decir.
– Ragnhild es hija mia, tengo el derecho y el deber de saber donde esta. En todo momento.
– Yngvar…
– ?No! No te puedo obligar a volver a casa, Inger Johanne. Tambien tienes razon en que es una tonteria despertar a Ragnhild en medio de la noche. Pero quiero… ?Quiero saber donde estais!
El pato parpo y se pavoneo ligeramente con las alas. Se despertaron un par de patos mas que empezaron tambien a graznar.
– Ha pasado algo -dijo Inger Johanne-. Algo que…
– ?Estais bien?
– Si -se apresuro a responder en voz alta-. Nosotras dos estamos muy bien, pero es que no te puedo contar donde estamos, por mucho que quiera. ?De acuerdo?
– No.