– Si.
La mujer se coloco la chaqueta destrozada. Por primera vez desde que llego, se vio un leve gesto de turbacion en torno a su boca y dijo:
– Evidentemente me encargare de que se arreglen los destrozos. Tanto aqui… -con la mano indico las manchas oscuras del sofa- como en… ?el sotano?
– Si. Estaba usted en el sotano. En un estudio de sonido abandonado.
– Eso explica las paredes. Eran como mullidas. ?Me podria mostrar el bano? Tengo necesidad de asearme un poco.
De nuevo una sonrisa hinchada paso por su cara.
Hanne le devolvio la sonrisa.
Inger Johanne estaba desesperada. No se podia creer el aparente control de si misma de la presidenta. El contraste entre el lastimoso aspecto externo de la mujer y su tono cortes y decidido le resultaba demasiado grande. Lo que mas deseaba hacer era cogerle las manos. Agarrarla con fuerza y limpiarle la sangre de la frente con un trapo caliente. Queria ayudarla, pero no tenia la menor idea de como se consuela a una mujer como Helen Bentley.
– En realidad nadie me ha maltratado -dijo la presidenta, como si pudiera leer lo que sentia Inger Johanne-. Debia de estar anestesiada, o algo asi, y tenia las manos atadas. Me resulta todo un poco confuso. Pero en todo caso me cai de una silla. Con bastante dureza. Y no tengo… -Se interrumpio a si misma-. ?Que dia es hoy?
– 18 de mayo -dijo Hanne-. Y son las diez menos veinte de la noche.
– Pronto hara cuarenta y ocho horas -dijo la presidenta, era como si hablara para si misma-. Tengo unas cuantas cosas que hacer. ?Tienen conexion a Internet?
– Si -dijo Hanne-. Pero como le he dicho antes, tengo que pedirle una explicacion sobre…
– ?Se me da por muerta?
– No. No se asume nada. Se esta mas bien… aturdido. En Estados Unidos creen mas bien que…
– Tiene usted mi palabra -dijo la presidenta tendiendole una mano, que se tambaleo y tuvo que dar un paso al costado para recuperar el equilibrio-. Tiene usted mi palabra de que es de suprema importancia que no se sepa que he sido encontrada. Mi palabra deberia ser mas que suficiente.
Hanne acepto su mano y se la estrecho. Estaba helada.
Se miraron.
La presidenta se tambaleo otro poco. Era como si le fallara una rodilla, intento enderezarse tras una comica reverencia, luego solto la mano de Hanne y susurro.
– No llame a nadie. Por nada del mundo, ?no permita que nadie lo sepa!
Lentamente se dejo caer en el sofa. Cayo de lado, floja como una muneca de trapo abandonada. La cabeza dio con una almohada. Asi tumbada, con una mano sobre la cadera y la otra aprisionada bajo la mejilla, dio la impresion de que de pronto habia decidido descansar un rato.
– Aqui esta la sopa -dijo Marry.
Se paro en seco en medio de la habitacion con un cuenco humeante entre las manos.
– La pobre tiene que estar agotada -dijo, y se dio la vuelta-. Si alguien mas quiere sopa, que venga a la cocina.
– Ahora tenemos que llamar -dijo Inger Johanne, desesperada, y se puso en cuclillas junto a la presidenta desmayada-. ?Al menos tenemos que conseguir un medico!
Capitulo 27
La
Las nubes eran de un gris negruzco y pasaban tan bajo sobre la ciudad que la ultima planta del hotel Plaza desaparecia. Daba la impresion de que el esbelto y severo edificio se disolvia en la nada contra el cielo. El aire era fresco, pero algunas rafagas de aire mas calido proporcionaban la promesa de un manana mejor.
Yngvar Stubo nunca se acababa de llevar bien con la primavera. No le gustaban los contrastes del tiempo: pasar del torrido calor del verano a tres gelidos grados sobre cero, de la lluvia helada hasta las temperaturas para banarse, todo por bruscas oleadas e imprevisibles giros. Era imposible vestirse con sensatez. Por la manana iba al despacho con jersey para protegerse del frio, y a la hora del almuerzo estaba empapado en sudor. La impulsiva propuesta de celebrar una fiesta con barbacoa que por la manana parecia una buena idea, por la tarde podia convertirse en una pesadilla de frio.
La primavera olia mal, le parecia a el. Sobre todo en el centro. El clima calido desvelaba la basura del invierno, la podredumbre del otono anterior y los excrementos de incontables perros que no deberian vivir en la ciudad.
A Yngvar lo que le gustaba era el otono, sobre todo noviembre. Lluvia sin pausa, con una temperatura en homogeneo descenso y que, en el mejor de los casos, traia la nieve a principios del Adviento. Noviembre solo olia a humedad y a frio, y era un mes tristisimo y previsible que le ponia enseguida de buen humor.
Mayo, en cambio, era otra historia.
Se sento en un banco e inspiro hondo. El espejo de agua del Parque Medieval se rizaba delicadamente con el leve viento. No se veia un alma. Incluso los pajaros, que en esta epoca del ano montaban un jaleo tremendo de la manana a la noche, se habian retirado por aquel dia. Un pequeno grupo de patos descansaba junto a la orilla con el pico bajo el ala. Unicamente un rechoncho pato macho deambulaba contento por ahi, haciendo guardia para la familia.
No solo daba la impresion de que los acontecimientos de las ultimas veinticuatro horas habian extenuado a la ciudad, sino tambien al resto del mundo. Yngvar habia conseguido ver un telediario por la tarde. Nadie recordaba haber visto jamas las calles de Nueva York tan desiertas. La ciudad que nunca duerme se habia aletargado, en un adormecido estado de expectacion contenida. En Washington y Lillesand, en las metropolis y en las ciudades de provincias, en todas partes parecia que la desaparicion de la presidenta era el augurio de algo peor, de algo espantoso que estaba por venir y que aconsejaba encerrarse en las casas y echar las cortinas.
Cerro los ojos. El invariable zumbido de la gran ciudad y algun que otro camion sobre el puente, al otro lado del estanque, le recordaban que se encontraba en medio de una capital. Por lo demas, podria haber estado en cualquier otro sitio. Se sentia solo en el mundo.
Llevaba mas de una hora intentando contactar con Warren Scifford. No tenia sentido volver a casa antes de hablar con el. Habia dejado mensajes dos veces, tanto en la embajada como en el contestador del telefono movil. En el hotel afirmaban no haber visto a Warren Scifford desde primera hora de la tarde.
El cadaver de Jeffrey William Hunter, el agente del Secret Service, fue encontrado solo una hora despues de que un alterado taxista acudiera a la comisaria de guardia con una identificacion que habia encontrado en el bolsillo de su difunta madre. Dado que el servicio de ambulancias pudo informar inmediatamente sobre el lugar en que recogio a la mujer, solo hubo que empezar a buscar por ahi.
Encontraron al hombre a doce metros del lugar. Estaba tirado en una zanja justo al lado de la carretera. Tenia el craneo agujereado por una bala de 9 milimetros proveniente de la SIG-Sauer P229 que sostenia en la mano. Quienes investigaron el lugar de los hechos, se sorprendieron en un principio de que tuviera el brazo derecho parcialmente oculto, aprisionado entre dos grandes piedras. A primera vista podria parecer dificil de hacer para un hombre muerto. La reconstruccion rapida e informal de la caida, sin embargo, los convencio de que se trataba de un suicidio. Eso mismo pensaba el forense, con todas las reservas que le provocaba el hecho de que pasarian varios dias antes de que pudieran llegar a una conclusion definitiva.
Eran casi las diez y media, Yngvar bostezo largamente. Estaba cansado y despierto al mismo tiempo. Por un lado estaba deseando irse a la cama, tenia el cuerpo pesado y exhausto. Por el otro, sentia una inquietud que le imposibilitaria dormir.
La Comisaria General se habia convertido en un lugar insoportable. Todo el mundo habia dejado de hablar de horas extra ilegales y de cuando terminarian los eternos turnos. La gente daba vueltas como en un hormiguero. Daba la impresion de que llegaba cada vez mas gente a la gran construccion curva, sin que nadie pareciera abandonarlo. Los pasillos estaban repletos. Todos los despachos estaban ocupados. Incluso se habia empezado a