– ?A la Policia la llamo yo o la llamas tu? -susurro Inger Johanne, con el telefono en la mano.
– Ninguna de las dos -dijo Hanne Wilhelmsen en voz baja-. Por ahora.
La presidenta de los Estados Unidos estaba sentada en un sofa rojo chillon con un vaso de agua en la mano. El hedor a excrementos, orina y sudor del miedo era tan fuerte que Marry sin demasiada discrecion, abrio de par en par una de las ventanas del salon.
– La mujer necesita un bano -les regano-. No entiendo por que la teneis que tener ahi sentada floreciendo en ese olor a mierda. Presidenta y to', y luego la humillamos asi.
– Ahora te vas a calmar -dijo Hanne con decision-. Por supuesto que la mujer se va a poder dar un bano. Y dentro de un rato seguro que tambien tiene hambre. Ve a hacer algo de comer, por favor. Una sopa. ?No crees que es lo mejor? ?Una buena sopa?
Marry salio de salon con sus zapatillas de andar por casa y no dejo de farfullar hasta que llego a la cocina. Incluso despues de que cerrara la puerta detras de si, seguian oyendo sus pequenas maldiciones entre los ruidos de las ollas y las cacerolas que golpeaban secamente la encimera de acero.
– Pero tenemos que llamar -repitio Inger Johanne-. Por Dios… Todo el mundo esta esperando…
– Diez minutos mas o menos carecen de importancia -dijo Hanne, y empezo a maniobrar la silla hacia el sofa-. Lleva mas de dia y medio desaparecida. La verdad es que me parece que una presidenta tiene derecho a participar en la decision. Quiza no quieran que la vean en este estado. Los demas, aparte de nosotras, quiero decir.
– ?Hanne!
Inger Johanne coloco la mano sobre el respaldo de la silla de ruedas para detenerla.
– Tu eres la que has trabajado en la Policia -dijo indignada, al mismo tiempo que intentaba contener el volumen de la voz-. ?No puede lavarse ni cambiarse de ropa antes de que la investiguen! ?Es una montana andante de pruebas! No tenemos ni idea, podria…
– Me importa una mierda la Policia -la interrumpio Hanne-. Pero lo cierto es que ella no me importa una mierda. Y no pienso desperdiciar ni una mota de las pruebas.
Alzo la vista. Tenia los ojos mas azules de lo que Inger Johanne recordaba haber visto antes. El circulo negro en torno al iris hacia que parecieran demasiado grandes para su estrecho rostro. Su resolucion borraba las arrugas en torno a la boca y hacia que pareciera mas joven. No aparto la mirada y, con un pequeno movimiento de la ceja derecha, consiguio que Inger Johanne soltara la silla de ruedas, como si se hubiera quemado. Por primera vez desde que se conocieron apenas medio ano antes, Inger Johanne vislumbro a la Hanne sobre la que habia oido hablar, pero a la que nunca habia visto: la detective brillante, analiticamente cinica y porfiada de cabo a rabo.
– Gracias -dijo Hanne en voz baja, y continuo camino al sofa.
La presidenta seguia en silencio. El vaso de agua, del que apenas habia bebido, estaba sobre la mesa ante ella. Mantenia la espalda erguida, las manos reposaban sobre su regazo y miraba un enorme cuadro de la pared.
–
Era lo primero que decia desde que Marry la habia metido a rastras en el piso.
– I'm Hanne Wilhelmsen, Madame President. I'm a retired police officer. Y esta es Inger Johanne Vik. Puede confiar en ella. La mujer que la encontro en el sotano es Marry Olsen, mi asistenta. Queremos lo mejor para usted,
Inger Johanne no sabia si le sorprendia mas que la presidenta pudiera hablar en el estado en que se encontraba, que Hanne hablara de ella como alguien en quien se podia confiar o que el lenguaje que usaba sonara tan inusualmente solemne. Era como si incluso Hanne Wilhelmsen sintiera sumision al encontrarse ante la presidenta de Estados Unidos, por muy desvalida que pareciera Helen Bentley.
Inger Johanne tampoco sabia bien donde meterse. No le parecia correcto sentarse, al mismo tiempo que se sentia completamente ridicula, ahi de pie en medio de la habitacion, como publico no deseado de una conversacion intima. La situacion le parecia tan absurda que le costaba aclarar su cabeza.
– Evidentemente vamos a llamar a las autoridades correspondientes -dijo Hanne en voz baja-. Pero he pensado que tal vez quisiera usted asearse antes. En caso de que sea su deseo, por supuesto. Si prefiere…
– No lo haga -la interrumpio Helen Bentley, aun sin moverse, con la mirada todavia fija en el cuadro abstracto de la pared opuesta-. No llame a nadie. ?Como esta mi familia? Mi hija… ?Como…?
– Su hija esta bien -respondio Hanne con calma-. Segun dicen los medios de comunicacion, los han puesto bajo proteccion especial en un lugar secreto, pero dadas las circunstancias estan bien.
Inger Johanne estaba como petrificada.
La mujer del sofa tenia la ropa sucia, un ojo destrozado y olia mal. El grotesco chichon del ojo y la sangre seca que le apelmazaba el pelo hacian que se pareciera a las mujeres destrozadas que tanto Inger Johanne como Hanne habian visto con demasiada frecuencia. La presidenta le recordaba algo en lo que Inger Johanne no pensaba nunca, en lo que nunca queria pensar, y por un momento se sintio mareada.
Tras mas de diez anos investigando sobre violaciones, casi habia conseguido olvidar por que habia empezado con eso. El motor que la impulsaba siempre habia sido un inmenso deseo de comprender, el profundo sentimiento de necesitar entender lo que en el fondo le resultaba completamente inexplicable. Ni siquiera en aquel momento, despues de una tesis doctoral, dos libros y mas de una docena de articulos cientificos, se sentia mucho mas cerca de la verdad acerca del motivo por el que algunos hombres emplean su superioridad fisica contra las mujeres y los ninos. Y cuando escogio ampliar el permiso de maternidad, disfrazo la decision con una mentira inconsciente: la consideracion hacia la familia.
Por consideracion hacia las ninas se iba a quedar otro ano en casa.
La verdad era que habia llegado al final del camino. Estaba atrapada en una calle cortada y no sabia que hacer. Habia empleado su vida adulta en intentar comprender a los criminales porque no era capaz de asumir las consecuencias de ser una victima. No soportaba la verguenza, el fiel escudero de la violencia; ni su propia verguenza ni la de los demas.
Helen Bentley no parecia avergonzada y a Inger Johanne le resultaba inconcebible. Nunca habia visto a una mujer que hubiera recibido una paliza como esa mantenerse tan orgullosa y erguida. Tenia la barbilla alzada, no era una mujer que agachara la cabeza, y los hombros rectos como si los hubieran trazado con una regla. No parecia en absoluto humillada. Al contrario.
Cuando su ojo sano de pronto se traslado hacia Inger Johanne, esta sintio un pinchazo. La mirada era poderosa y directa, y era como si la presidenta, de algun modo inexplicable, hubiera entendido que la que queria llamar para pedir ayuda era Inger Johanne.
– Insisto -dijo la presidenta-. Tengo razones para no querer que me encuentren. Aun no. Apreciaria poder banarme… -Su intento de sonreir cortesmente le revento su henchido labio inferior cuando se giro hacia Hanne-. Y le agradeceria mucho que me dieran algo de ropa.
Hanne asintio.
– Me encargare de eso inmediatamente, Madame President. Sin embargo, espero que comprenda que necesito una razon para no avisar de que esta usted aqui. En sentido estricto, estoy cometiendo una falta al no llamar a la Policia…
Inger Johanne fruncio el ceno. Asi sobre la marcha no recordaba ni una sola disposicion penal que impidiera dejar en paz a una mujer magullada. No dijo nada.
– Por eso debo insistir en que me proporcione una explicacion. -Hanne sonrio antes de anadir-: O al menos una pequena parte de ella.
La presidenta intento levantarse. Se tambaleo e Inger Johanne acudio corriendo en su ayuda para impedir que se cayera. A medio camino del suelo se detuvo en seco.
–
Helen Bentley se mantuvo sorprendentemente estable cuando se llevo la mano a la sien e intento soltarse un sanguinolento mechon de pelo que tenia pegado a la piel. Una mueca de dolor desaparecio con la misma velocidad que habia surgido. Carraspeo y traslado la vista desde Hanne a Inger Johanne, y de vuelta.
– ?Estoy segura aqui?
– Completamente. -Hanne asintio con la cabeza-. No podrias haber llegado a un lugar mas aislado en el centro de Oslo.
– ?Asi que es ahi donde estoy? -pregunto la presidenta-. ?En Oslo?