con la mano fria; iba notando lo compacta que era, lo adherida que tenia la carne al cuerpo, firme y encerrada, como si la piel le quedara un poquitin pequena.
Hacia mucho que no se tomaba la molestia de pensar en el pasado. No merecia la pena. Pero durante las ultimas semanas todo habia cambiado.
Nacio una lluviosa noche de domingo en noviembre de 1958. Ya al atender a la cria medio muerta, que se quedo sin madre cuando apenas tenia veinte minutos de vida, Noruega habia dejado mas claro que el agua que en este pais nadie debia creerse que era alguien.
Su padre era extranjero. Abuelos no tenia. Una de las enfermeras quiso llevarsela a casa con los suyos cuando finalmente se despabilo. La enfermera pensaba que la nina necesitaba mas carino y cuidados de los que podian ofrecer los tres turnos del hospital. Pero ese tipo de arreglos especiales no estaban bien vistos en el igualitario pais del que la nina se habia convertido en ciudadana. Acabo acostada en un rincon de la seccion infantil, recibiendo poco mas que comida y limpieza a horas fijas, hasta que finalmente, tres meses mas tarde, su padre fue a recogerla para incorporarla a una vida en la que ya habia colocado a una nueva madre.
– La amargura no va conmigo -dijo en voz alta la mujer al vago reflejo de su cara sobre el cristal-. ?La amargura no va conmigo!
Ella nunca hubiera usado la expresion «enardecida furia». Pero ese fue el cliche que le vino a la mente en el momento en que le dio la espalda al paisaje y, para poder respirar mejor, se tumbo en un sofa excesivamente mullido. Le ardia la entrepierna. Lentamente se llevo las manos a la cara. Grandes manos torpes, de superficies sudorosas y unas cortas. Las giro y descubrio que en el dorso tenia una cicatriz. El pulgar hacia un giro extrano. Intento recordar una historia que sabia que tenia en algun sitio. Animosa y con rapidez se remango las mangas del jersey, se retorcia y palpaba su propia piel. Ahora hacia mucho calor, casi no era capaz de respirar, de pronto se incorporo y se estudio el cuerpo, como si fuera el de una desconocida. Se peino con los dedos sintiendo la grasa del cuero cabelludo contra las yemas de los dedos. Se rasco hasta que la sangre empezo a correr en finas lineas por su craneo.
Se lamio los dedos con deseo. Bajo las unas percibia un vago sabor a hierro: se las mordio, se arranco pedazos de la piel y se los trago. Todo parecia ahora mucho mas claro. Era importante mirar hacia atras, resultaba crucial poder recomponer su propia historia hasta formar una unidad.
Lo habia intentado ya en otra ocasion.
Cuando, a fuerza de mucho pelear, por fin consiguio una copia del Epicrisis, el seco relato en terminos tecnicos de su propio nacimiento, tenia treinta y cinco anos y todavia no tenia fuerzas para enfrentarse a ello. Habia hojeado los amarillentos papeles con olor a archivo polvoriento y habia obtenido la confirmacion que temia, deseaba y esperaba al mismo tiempo. Su madre no la habia parido. La mujer que habia conocido como su mama era una extrana. Una intrusa. Alguien por quien no tenia por que sentir nada.
No le habia ocasionado ni enfado ni anoranza. Al doblar cuidadosamente las hojas manuscritas, no sintio mas que cansancio. O quiza mas bien una irritacion vaga y casi indiferente.
Ni siquiera habia hablado del asunto con la vieja. Le daba pereza.
La madre falsa murio al poco tiempo. Ahora hacia diez anos.
Vibeke Heinerback siempre la habia irritado.
Vibeke Heinerback era racista.
Claro que no lo era abiertamente. Al fin y al cabo la mujer tenia mucho instinto politico y un conocimiento casi perfecto sobre como funcionaban los medios de comunicacion. Sus companeros de partido, en cambio, no dejaban de esparcir a su alrededor las caracteristicas estupidas y sin un apice de inteligencia de los inmigrantes. Para ellos los somalies y los chinos tenian el mismo pellejo. Metian en el mismo saco a los cingaleses perfectamente integrados y a los gandules somalies. Para el partido de Vibeke Heinerback, un diligente pakistani dueno de un colmado suponia la misma carga para la sociedad que un buscador de fortunas marroqui que hubiera venido a Noruega pensando que podia servirse libremente tanto del genero femenino como de los recursos del Estado.
Obviamente Vibeke Heinerback era responsable de todo esto.
La mujer que pasaba el invierno sola en la Riviera se incorporo bruscamente y planto los pies en el suelo. Se tambaleo levemente, una oleada de mareo la obligo a buscar apoyo.
Encajaba tan bien, todo. Todo funcionaba.
Se rio para si misma, sorprendida por la fuerza de los mareos.
Inspeccionar el hogar de una persona dice mas que mil entrevistas, penso cuando se le apaciguo el mareo.
La noche se aproximaba y pensaba servirse otra copa del buen vino del casco viejo. La luz del faro de Cap Ferrat la alcanzaba en ritmicas oleadas cuando se puso de nuevo a contemplar la bahia. Hacia el norte, a lo largo de los caminos que atravesaban los abruptos terrenos, habia luces encendidas.
Era una maestra en su especialidad, y ya nadie mas que ella misma la evaluaria.
Capitulo 5
La visita al piso de Vibeke Heinerback no habia hecho de Yngvar un hombre menos prejuicioso, pero al menos lo habia disuadido de hacerse ideas previas sobre como transcurriria el funeral. Aparco a cierta distancia. Las cunetas estaban abarrotadas de coches que volvian intransitable el camino.
El anterior lider del partido habia puesto, generosamente, su casa a disposicion del evento. La colosal villa estaba situada en primera linea de playa y a pocos cientos de metros de distancia de las antiguas pistas del aeropuerto de Fornebu. Se habia sacudido de encima la polucion y el estruendo de los aviones cuando tuvo lugar la largamente deseada reubicacion del aeropuerto principal. Con sus grandes terrazas y la decena de balcones acristalados, ademas de las dos columnas jonicas de la entrada, la inhabitable y combada casa de troncos de madera habia resurgido, cual ave Fenix, en un jardin que todavia no era sino barro y piedras sueltas, con una ladera gris ceniza y sin nieve que descendia hasta el fiordo.
La afluencia de afligidas gentes vestidas de oscuro era formidable.
Yngvar Stubo saludo a una mujer junto a la puerta y, por si acaso, le dio el pesame entre dientes. No tenia ni idea de quien era. Una vez dentro del hall, estuvo a punto de tropezar con el paraguero. Habia por lo menos quince personas esperando a quitarse el abrigo. De pronto noto como alguien le tiraba de la manga y, antes de que pudiera volverse, un joven de cuello fino y corbata mal anudada le habia quitado el abrigo y lo habia empujado amablemente hacia uno de los varios salones que evidentemente habia a disposicion de los visitantes.
Yngvar se vio de pronto de pie con una copa medio llena en la mano. Como conducia, empezo a buscar un sitio donde dejarla.
– No lleva alcohol -le susurro una voz.
Reconocio a la mujer inmediatamente.
– Gracias -dijo aturdido, y se abrio paso por un costado para no bloquear la entrada-. Asi que tambien usted esta aqui.
Al intentar tragarse la ultima frase se acaloro.
– Si -dijo amablemente la mujer, todavia en baja voz en el zumbido de la congregacion-. Estamos aqui, casi todos. Esto no es politica. Esto es una tragedia que nos afecta a todos.
Llevaba un cenido traje chaqueta negro que al contrastar con el pelo corto y rubio hacia que pareciera mas palida que en la television. Yngvar bajo la vista, sobre todo por turbacion, y se fijo en que el aire de entierro no habia sido obstaculo para que la lider del Partido Socialista de Izquierdas eligiera una falda tan corta como para que, en sentido estricto, hubiera que pensar que le sobraba una decada para poder llevarla. Pero tenia las piernas torneadas y de pronto se dio cuenta de que deberia alzar la vista.
– ?Y usted es amigo de Vibeke? -le pregunto la mujer.
– No.
Carraspeo y le tendio la mano. Ella la cogio.
– Yngvar Stubo -dijo-. Kripos. Central de la Policia Criminal. Encantado.