– Esto es exactamente igual que en verano -dijo la voz-. La unica diferencia es el tiempo que hace.
Y la ilegalidad, penso Vegard Krogh intentando no mirar hacia atras.
El periodico La lucha de clases habia sido un callejon sin salida. Se habia quedado demasiado tiempo. Quiza porque al fin y al cabo le dejaban escribir lo que quisiera. La lucha de clases era importante. Tomaba partido. Los periodicos debian tomar partido, sobre fundamentos limpios y politicos, y a Vegard Krogh le permitian despotricar cuanto quisiera. Con tal de que la agresion estuviera puesta en la direccion adecuada, como expresaba el director del periodico. Dado que La lucha de clases y Vegard Krogh tenian opiniones casi coincidentes sobre la vida cultural noruega, el escritor contaba con el apoyo incondicional de la redaccion para sus venenosas resenas perfectamente redactadas, sus furibundos analisis y sus burdos e injuriosos comentarios. Siguio durante varios anos, hasta que comprendio abatido que casi nadie leia La lucha de clases.
Nunca se querellaban contra el.
Cuando le dieron el trabajo en TV2, como colaborador cultural, parecio que las cosas iban a mejorar. Durante un ano escaso habia sido una especie de figura de culto para los hombres jovenes, acusadores y vestidos de traje, que sabian donde se encontraba el pais y adonde debia encaminarse Noruega. Vegard Krogh era uno de ellos, un poco mayor, quiza. Pero desde luego uno de ellos. Se dio a conocer como reportero intrepido en Joven y urbano, mas tarde cada jueves a traves de un furibundo rincon propio, de diez minutos de duracion, en Entretenimiento absoluto.
Despues, tras algunas casi demandas de mas, que, gracias a un director del canal demasiado jovial y dispuesto a disculparse, nunca llegaron a la sala del juzgado, lo quitaron del cartel. En TV2 no estaban tan abiertos como en La lucha de clases a lo que, en una reunion interna de ajuste de cuentas, denominaron como payasadas, demostrando asi su ignorancia. En realidad, a Vegard Krogh le dio exactamente lo mismo. TV2 era un canal completamente comercial del peor de los modelos norteamericanos.
Por fin se atrevio a mirar hacia abajo.
– ?Lo ves? -Le grito el companero-. ?Sobre la plancha naranja?
Vegard Krogh miro hacia abajo. El viento le transformo el anorak en un globo; una enorme burbuja que le impedia ver nada.
– Empieza -aullo.
– Tenemos que salir un poco mas sobre el brazo de la grua -le berreo su companero soltandole el brazo-. ?Podras hacerlo?
Finalmente estaba donde tenia que estar. Intento relajarse. Desdeno el frio. Olvido la altura. Fijo la mirada en el libro alla abajo; un rectangulo casi invisible sobre una gran plancha naranja. Se le caian las lagrimas, le echo la culpa al frio e intento sentir su propia fuerza. A la izquierda, sobre una pila de ladrillos de alta resistencia, estaba la camara. El fotografo se habia puesto la capucha. Vegard Krogh alzo el brazo como senal. Una luz muy intensa lo deslumbro, y le llevo varios segundos volver a avistar la diana.
Tenia los tirantes bien ajustados. El companero los comprobo una ultima vez.
– Ya esta -dijo en voz alta-. Ya puedes saltar.
– ?Asi que estas seguro de que la cuerda aguanta? -grito innecesariamente Vegard Krogh una vez mas.
– Hasta el ultimo gramo -le grito su companero-. ?Te pese tres veces antes de elegirla, joder! ?La ultima vez que medi esta grua fue ayer! ?Salta! ?Me estoy congelando!
Vegard Krogh le echo una ultima mirada al fotografo. La capucha con ribete de piel de lobo cubria la mitad de la camara. El objetivo estaba dirigido hacia los dos que estaban en lo alto. A lo lejos se oia una sirena. Se aproximaba.
Vegard Krogh apunto al libro, su ultima coleccion de ensayos, una mancha casi invisible sobre una plancha circular de color naranja.
Salto.
La caida fue demasiado lenta.
Tuvo tiempo de pensar. Tuvo tiempo de pensar demasiado. Penso que pronto cumpliria cuarenta anos. Penso en que su mujer no parecia demasiado fertil; llevaban ya tres anos intentando tener un hijo, sin otro resultado que las decepciones mensuales sobre las que ya no merecia la pena hablar en voz alta. Penso en que seguian viviendo en un piso de dos habitaciones en Granland y que nunca conseguian ahorrar mas que unas minucias.
Cuando estaba a media caida, dejo de pensar.
Iba demasiado rapido.
Demasiado rapido, penso el fotografo; el objetivo seguia el periplo del hombre hacia el suelo.
El libro crecia ante los ojos de Vegard. No era capaz de pestanear, solo veia la cubierta blanca que crecia constantemente; echo los brazos hacia delante y hacia abajo, cayo contra el suelo y al final penso: esto va demasiado rapido.
El viento le habia arrancado el gorro, y su pelo rubio, muy escaso en la frente, rozo levemente la plancha naranja en el momento en que Vegard Krogh comprendio que todo habia pasado. Con delicadeza, como si tuviera todo el tiempo del mundo, agarro su libro y se lo apreto contra el corazon; el hueso de la frente sintio un golpecito de tierra firme, el flequillo beso la madera fosforita.
La cuerda de goma pego un tiron. El movimiento se traslado al cuerpo, una tremenda presion desde la planta de los pies, un pulso oprimente que subia por las piernas desde las pantorrillas; fue como si la columna vertebral se le distendiera del violento empujon.
Se echo a reir.
Pegaba alaridos mientras se bamboleaba de arriba abajo, de lado a lado. Hipaba de risa en el momento en que la policia entro al descampado de la obra maniobrando con el coche y el fotografo procuraba recoger sus cosas al tiempo que corria hacia el agujero en la valla que rodeaba el recinto.
Vegard Krogh nunca se habia sentido tan vivo. Con tal de que la pelicula sirviera, todo seria perfecto. El salto habia sido exactamente como tenia que ser, como era el libro, tal y como Vegard Krogh pensaba que habia sido siempre: audaz, peligroso y desafiante, al limite de todo lo permitido.
No murio este lunes a mediados de febrero; muy al contrario, se sintio inmortal botando bajo la grua amarillo fosforo, sobre una plancha de madera naranja, bajo los potentes focos azules, de espectaculo, del coche de policia que aullaba contra el alla abajo, en el suelo. Vegard Krogh flotaba entre llamativos colores una ventosa tarde gris, y se aferraba al primer ejemplar de su ultimo libro:
La muerte de Vegard Krogh se pospondria una semana y tres dias, pero de eso el, naturalmente, no sabia nada.
Inger Johanne no conseguia que le gustara Sigmund Berli. El hombre no tenia el menor encanto. Se sacaba los mocos sin pudor. Se tiraba constantemente pequenos pedos sin ni siquiera pedir disculpas. Se hurgaba en los oidos, se mordia las unas delante de cualquiera y, en estos precisos momentos, estaba desgarrando en pedazos una servilleta de papel sucia, sin pensar siquiera en que la corriente de aire se llevaba los pedazos haciendolos caer al suelo.
– Es un chico majo -solia decir Yngvar, desanimado por la tibia actitud de Inger Johanne-. Un poco maleducado, nada mas. Ademas Sigmund fue la unica persona que realmente hablo conmigo tras la muerte de Elisabeth y Trine.
El ultimo argumento era irrebatible. Tras la brutal muerte de su primera mujer y su hija, Yngvar habia estado a punto de hundirse. Estaba desvinculandose de la vida laboral y encaminandose a una seria y destructiva depresion, cuando Sigmund, con subita fortaleza y tiernos cuidados, lo arrastro de vuelta hacia una especie de existencia que no acabo de tomar forma hasta que, dos anos mas tarde, conocio a Inger Johanne y empezo desde el principio.
– ?Que importan unos mocos en los pantalones frente la autentica lealtad? -habia preguntado Yngvar, con el resultado de que ahora el hombre estaba sentado sobre una de las banquetas de corcho en casa de Inger Johanne y que acababa de ingerir tres raciones de autentico pollo de corral y ensalada de rucula.
– ?Que comida tan rica haces! -dijo con una gran sonrisa. La mirada iba dirigida a Yngvar.
– Gracias -dijo Inger Johanne.
– Bueno, yo he preparado el alino de la ensalada -bromeo Yngvar-. El alino es lo mas importante. Pero tienes razon. Inger Johanne es la cocinera de la casa. Yo no soy mas que el… feinschmeckeren. Me encargo de los detalles. Todo aquello que eleva una comida ordinaria hasta…
Se echo a reir cuando ella lo ataco con el trapo de cocina.