Del primer piso subia musica atenuada. La mitad del sonido desaparecia con el aislamiento del suelo. Los golpes del bajo eran lo unico que llegaba hasta arriba, Inger Johanne fruncio la nariz antes de ponerse a llenar el lavavajillas.

– Se oye bastante -constato Sigmund sin hacer ademan de irse-. ?Puedo o que? Senalo la botella de conac.

– Si, si. Por supuesto. Sirvete.

La musica subia cada vez mas.

– Debe de ser Selma -murmuro Inger Johanne-. Una adolescente. Sola en casa, me imagino.

Sigmund sonrio y metio la nariz en la copa. Se estaba relajando, penso con sorpresa. Habia algo en el ambiente de la casa, en el tono, la luz, los muebles. Habia algo en Inger Johanne. En el trabajo se murmuraba que era muy estricta. Se equivocaban, penso Sigmund, mojando su labio dolorido en el alcohol. La quemadura le picaba agradablemente y bebio.

Inger Johanne no era estricta. Era fuerte, penso Sigmund, a pesar de que era evidente que se preocupaba demasiado por el bebe. Quiza no fuera tan extrano, teniendo en cuenta lo rarilla que era la mayor de las ninas, una cria particular y enclenque, que aparentaba tres anos menos de los que tenia en realidad. Yngvar se la habia llevado al trabajo un par de veces, era capaz de matar del susto a cualquiera. Tan pronto se comportaba como una nina de tres anos, como decia algo que podia haber salido de la boca de un estudiante universitario. Al parecer le pasaba algo en el cerebro. Algo que no sabian que era.

A Sigmund siempre le habia gustado Yngvar. Le gustaba pasar el rato con aquel hombre mayor que el. Pero de todos modos, rara vez tenian trato en su tiempo libre. Justo despues del accidente, por supuesto, cuando la hija de Yngvar cayo sobre la madre al intentar limpiar los canalones y ambas murieron, Sigmund habia estado ahi, claro. Recordaba la luz del sol bajo a traves de las copas de los arboles, los dos cadaveres en el jardin, Yngvar que no decia nada, que no lloraba, que no hablaba. Simplemente se quedo de pie, con su nieto llorando en brazos, como si fuera la mismisima vida lo que estaba apretujando y casi aplastando.

– ?Seguis teniendo a Amund los fines de semana? -pregunto Sigmund de pronto.

– En principio lo tenemos fin de semana si, fin de semana no -dijo Inger Johanne, sorprendida por la pregunta-. Pero ahora, con el bebe y todo esto… Al principio supongo que era mas bien un arreglo para aligerar la carga del yerno de Yngvar.

– No -dijo Sigmund.

– ?Como?

Ella se volvio hacia el.

– No era por eso -dijo el llanamente-. Hable mucho con Bjarne en esos momentos, ?sabes? Con el yerno, quiero decir.

– Se como se llama el yerno de Yngvar.

– Claro. En todo caso… Ese arreglo era para ayudar a Yngvar. Para darle algo por lo que vivir. Estabamos preocupados. Muy preocupados, Bjarne y yo. Me alegra ver que… -Se bebio el resto del aguardiente de un trago y echo una alegre mirada a su alrededor-. Este es un buen hogar -dijo con inesperada solemnidad en la voz; tenia los ojos humedos.

Inger Johanne meneo la cabeza y se rio entre dientes. Se puso los brazos en jarras, ladeo la cabeza y le siguio las manos con los ojos. El se sirvio una copa triple, antes de ponerle el corcho a la botella con un dramatico chasquido.

– Ya esta. Suficiente por hoy. A tu salud, Inger Johanne. Eres toda una mujer, hay que decirlo. A mi me encantaria llegar a casa todos los dias con la parienta y saber que le interesa lo que ando haciendo en el trabajo. Que supiera algo de eso. Como tu. Eres una gran chica. Salud otra vez.

– Y tu eres un tipo muy curioso, Sigmund.

– Que va. Solo estoy un poco borracho. ?Anda!

Alzo la copa hacia Yngvar, que triunfalmente levanto los brazos y aplaudio con las manos por encima de su cabeza.

– Un cacho de bebe, un cacho de nina de nueve anos y un mamarracho de bestia perruna duermen como tronquitos. Secos y limpios, todos ellos. -Se dejo caer sobre la banqueta de bar-. ?Estas festejando, Sigmund? ?Un lunes?

– Si, por lo general salgo muy poco -dijo Sigmund, le habia entrado hipo-. Oye, Inger Johanne…

– ?Si?

– Si tuvieras que imaginarte al peor de los asesinos posibles…, al mas dificil de los asesinos en serie…, al mas dificil de cazar, me refiero. Si tuvieras que hacer el perfil del asesino en serie perfecto, ?que pinta tendria?

– ?No teneis vosotros dos bastantes problemas con los criminales que realmente hay? -dijo inclinandose sobre el banco.

– Hazlo -le sonrio Yngvar-. Cuenta. Cuentanos como seria.

La vela del alfeizar de la ventana estaba a punto de consumirse. Bramaba alterada. Motas de hollin flotaban ante los reflejos de la oscura copa. Inger Johanne saco otra vela, la inserto en el candelabro y encendio la mecha. Se quedo algunos segundos estudiando la llama.

– Seria una mujer -dijo lentamente-. Simplemente porque siempre nos imaginamos a un hombre. Tenemos problemas para imaginarnos el mal encarnado en una mujer. Curiosamente. La historia nos ha demostrado expresamente que las mujeres pueden ser malvadas.

– Una mujer -dijo Yngvar asintiendo.

– ?Mas?

Inger Johanne se volvio hacia ellos y conto velozmente con los dedos:

– Rica en conocimientos, por supuesto, y ademas competente, inteligente, retorcida y sin escrupulos. Cosa que son, normalmente, las mujeres. Pero lo peor, lo peor de todo seria que…

De pronto daba la impresion de estar pensando en algo completamente distinto, como si estuviera buscando una idea que solo se hubiera mostrado huidizamente. Los dos hombres le pegaron un sorbo al conac, y se oyeron los berridos de un grupo de muchachos por la calle. Alguien apago una luz en casa del vecino, la oscuridad al otro lado de la ventana de la cocina se hizo mas densa, los reflejos mas fuertes.

– ?Lo peor de todo seria…? -se impaciento Yngvar.

– Es exactamente como si -comenzo ella, y se enderezo las gafas con el dedo indice estirado-. Es como si… Este caso me produce una sensacion de deja vu. Solo que no consigo… -Volvio a enfrascarse en la llama de la vela, que bailaba en la corriente de la ventana que todavia no se habian podido permitir cambiar. Algo fugaz cruzo la cara de Inger Johanne-. Olvidadlo. Seguro que no es mas que una tonteria.

– Sigue -dijo Sigmund-. Por ahora solo has enumerado lo mas evidente. ?Que mas haria falta para que esta tipa tuya fuera imposible de coger? ?No estan siempre mas o menos locos?

– Locos no. -Inger Johanne nego decidida con la cabeza-. Perturbada, por supuesto. Embrutecida. Presumo que sufre de algun tipo de trastorno de personalidad. Pero no esta completamente loca. En el sentido del derecho criminal, los asesinos rara vez estan desequilibrados, la verdad. Pero lo que realmente dificultaria…, lo que haria que fuera practicamente imposible pillarla, a no ser que se la cogiera con las manos en la masa…

– Cosa que esta supermujer evidentemente no dejaria que ocurriera -la interrumpio Yngvar restregandose la nuca.

– Exactamente -dijo Inger Johanne, y guardo silencio.

El grupo de muchachos de alla fuera habia pasado ya. Las luces se iban apagando en las casas a lo largo de la calle Hauge. En el piso de abajo por fin habia silencio. Solo uno de los sempiternos gatos maullo en el jardin, para luego desaparecer. Inger Johanne se pillo sintiendo el silencio, la seguridad que habia en aquella casa; por primera vez desde que se mudaron, se sintio realmente en casa. Paso sorprendida la mano por la superficie del banco. Un tajo le rozo el dedo. Kristiane habia estado jugando con el cuchillo en un momento que no la vigilaban. Inger Johanne recorrio con la mirada la pared que daba al oeste. La pared tenia aranazos de las garras de Jack; el parque, rayones de los patines de la cuna de Ragnhild. Un dibujo a rotulador de un rascacielos rojo palido se alzaba desde el suelo hasta el marco de la ventana.

Olisqueo. Olia a comida y un poco a cerrado, a bebe limpio y a perro sucio. Le llego un leve olor a conac en el momento en que Yngvar pego su ultimo sorbo. Se inclino para recoger un colorido juguete de bebe que estaba

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