La mujer tenia la mirada azul y despierta, Yngvar percibio cierta curiosidad en el modo en que ladeo la cabeza mientras se pasaba la copa de una mano a otra. Luego se recompuso asintiendo levemente con la cabeza.
– Ojala consiguierais llegar al fondo de este asunto -dijo antes de volverse hacia la habitacion en la que Kjell Mundal, el lider recien sustituido del partido, estaba encaramado a una tribuna oratoria que probablemente le hubiera prestado algun hotel del vecindario.
– Queridos amigos -se oyo tras un carraspeo que atrajo la atencion de todos-. Quisiera daros a todos calidamente la bienvenida aqui a nuestra casa, de Kari y mia, con ocasion de esta ceremonia que hemos considerado importante y correcto celebrar.
Volvio a toser, esta vez con mas violencia.
– Disculpad -dijo, y prosiguio-: Solo han pasado dos dias desde que recibimos la horrorosa noticia de que nos habian despojado, asi de brutalmente, de Vibeke Heinerback. Vibeke…
Yngvar hubiera jurado que lo que caian de los ojos del senor, bien entrado en anos, eran lagrimas. Lagrimas autenticas, penso sorprendido. Eran verdaderas gotas saladas lo que, a la vista de todos, humedecia el rostro de corte recto del hombre que durante tres decadas se habia perfilado como el politico mas tenaz, astuto y capaz de sobrevivir de toda Noruega.
– No es ningun secreto que Vibeke era…
El hombre callo. Respiro profundamente, como si estuviera cogiendo carrerilla.
– No quiero decir que era como una hija para mi. Tengo cuatro hijas y Vibeke no era una de ellas. Pero era una persona muy cercana para mi. En lo politico, claro, ya que a pesar de su joven edad llevabamos muchos anos trabajando juntos, pero tambien en lo personal. En la medida en que en politica se puede…
Volvio a quedarse callado. El silencio era compacto. Nadie bebia. Nadie arrastraba la silla o los zapatos sobre el suelo de oscura madera de cerezo. Apenas habia nadie que se atreviera a respirar. Yngvar recorrio la habitacion con la mirada, sin mover la cabeza. En uno de los conjuntos de sofas, aplastado entre un ostentoso sillon orejero y dos hombres a los que Yngvar no conocia, estaba el presidente de la Comision de Asuntos Exteriores, con las manos metidas, profunda e incorrectamente, en los bolsillos del pantalon. Miraba por la ventana con los ojos entrecerrados, con el ceno fruncido en expectacion, como si esperara que Vibeke Heinerback los fuera a sorprender a todos saludandolos desde la cubierta de uno de los barquitos que se aproximaban al muelle a los pies de la casa. Junto a un ramo de lirios blancos en un jarron chino gigante, estaba una de las parlamentarias mas jovenes del Partido de los Trabajadores, que lloraba abiertamente, pero sin hacer ningun ruido. Era miembro de la Comision de Finanzas y, por tanto, conoceria a Vibeke Heinerback mejor que muchos otros, supuso Yngvar. El ministro de Finanzas, de pie junto a la tribuna y con la cabeza gacha, se enderezo distraidamente las gafas. El presidente del Parlamento se agarraba a la mano de una mujer, Yngvar decidio apartar la vista y llego a la conclusion de que la villa de Teitsveien, en estos precisos momentos, tenia que ser el objetivo terrorista menos vigilado de Europa. Se estremecio levemente. Un solitario coche de policia uniformada era lo unico que habia visto al llegar.
– … en la medida en la que la politica es un lugar amigable -concluyo finalmente el anciano-. Y lo puede ser. Me alegra que…
Yngvar saludo con la cabeza a la rubia de las piernas al descubierto, que le devolvio la sonrisa rapida y tristemente. Yngvar empezo a retirarse lentamente mientras el hombre seguia con su discurso ahi delante.
– Disculpe -les susurraba a las caras irritadas a medida que se iba acercando a su objetivo.
Por fin llego al hall, que estaba desierto. Cerro con cuidado las puertas dobles y respiro profundamente.
Quiza no habia sido muy buena idea asistir. Habia tenido sus planes con la visita, la idea de que la ceremoniosidad del luto le proporcionaria una imagen mas completa de Vibeke Heinerback. Era evidente que no habia sido quien se las daba de ser publicamente. En todo caso era algo mas. Aunque no se le pasaba por la cabeza que la imagen de los personajes publicos pudiera ser nunca autentica, verdadera o completa -tal y como era retratada para el publico con trazo grueso y poco detalle-, la inspeccion del lugar de los hechos le habia causado una impresion mucho mas profunda de lo que en realidad queria reconocer. Aquella manana, mientras buscaba una camisa blanca limpia, pensaba que las personas del entorno de Vibeke Heinerback mostrarian mas de si mismas, y quiza tambien mas de ella, durante una impulsiva ceremonia celebrada al poco tiempo de la muerte de la joven. Ya en estos momentos, a los pocos minutos de llegar, se daba cuenta de que deberia haberselo pensado mejor. Este era un dia para la alabanza, para los buenos pensamientos y los recuerdos gratos, para la afliccion y el companerismo entre politicos.
Yngvar, dandole la espalda a las grandes puertas, se preguntaba donde podria encontrar su abrigo. El discurso del antiguo lider del partido, con sus pausas y algun que otro carraspeo, se filtraba sordamente a traves de la madera de la solida puerta.
A la izquierda, donde un vano entreabierto daba a lo que podia ser una cocina, se oia otra voz. Una mujer susurraba tensamente y resoplando, como si en realidad quisiera gritar, pero le pareciera poco adecuado teniendo en cuenta la ocasion. Yngvar estaba a punto de hacerse notar cuando oyo:
– ?Eso a ti te importa una mierda!
La voz de un hombre, profunda y agresiva.
El ruido de una copa estampada contra la mesa fue seguido por un claro sollozo de la mujer. Luego ella dijo algo. Yngvar distinguio solo un par de palabras sueltas que carecian de sentido. Tentativamente dio un par de pasos hacia la franja de luz que salia de la puerta entornada.
– Ten cuidado -oyo que decia la mujer-. ?Ya puedes tener cuidado, Rudolf!
Entro tan repentinamente en el hall que Yngvar se vio obligado a dar un paso hacia atras.
La mujer dejo salir a un hombre, y luego cerro concienzudamente la puerta, estrecho la mano de Yngvar y le devolvio la sonrisa. Era mas pequena de lo que habia creido, casi llamativamente pequena. La cintura era esbeltisima, cosa que subrayaba con una falda negra cenida que le llegaba justo por debajo de la rodilla. La blusa de seda gris tenia volantes en el cuello y el pecho; recordaba un poco a una version en miniatura de Margaret Thatcher. La nariz era grande y curva, la barbilla puntiaguda. Los ojos eran dignos de una dama de hierro: azul glaciar y atentos, aunque la cara por lo demas pareciera relajada y receptiva.
– Kari Mundal -dijo a media voz-. Encantada. Bienvenido, deberia decir. A pesar de las circunstancias. ?Quiza conozca a Rudolf Fjord?
El hombre parecia el doble de alto que ella, y la mitad de viejo. Era obvio que tenia menos costumbre de ocultar sus pensamientos que la mujer. Al saludar, su apreton de manos fue humedo. La mirada volo de aca para alla durante algunos segundos, hasta que por fin se sobrepuso y consiguio sonreir. Al mismo tiempo saludo con la cabeza, practicamente hizo una reverencia, como si se hubiera dado cuenta de que no habia tenido mucho exito al estrecharle la mano.
– ?Puedo ayudarlo con algo? -dijo Kari Mundal-. ?El servicio? Es por ahi. -Senalo-. Cuando acabe la ceremonia -anadio-, sacaremos algo para picar. Obviamente no esperabamos que viniera tanta gente. Pero nada podria ser mas logico y adecuado. Vibeke, claro, era…
Se paso furtivamente la mano por el pelo.
Kari Mundal era lo mas cercano que habia al icono oficial de las amas de casa de los buenos viejos tiempos: nunca habia trabajado fuera del hogar, y tenia cuatro hijas, tres hijos y un marido que no ocultaba en absoluto que su fiel esposa era el principal motivo de su propia resistencia en la arena politica. «Todo el mundo tendria que tener una Kari en casa», decia con frecuencia en las entrevistas, eternamente inmune a las fervientes acusaciones de las mujeres mas jovenes. «?Una Kari en casa es mejor que diez en el trabajo!»
Kari Mundal se habia ocupado de la casa y de los ninos, y llevaba mas de cuarenta anos planchando camisas. Aparecia de buen grado en las revistas y en los programas de entretenimiento de la television los sabados por la noche y, especialmente desde que su marido se habia retirado de la politica, se habia convertido en una especie de mascota de la nacion, una abuelita amable, aguda y politicamente incorrecta.
– ?Era el servicio lo que estaba buscando? -pregunto volviendo a senalar.
– Si -dijo Yngvar-. Una bobada perderme el discurso de su marido cuando…
– Cuando la necesidad aprieta… -lo interrumpio Kari Mundal-. Rudolf, ?entramos?
Rudolf Fjord volvio a hacer una reverencia, rigido y abiertamente incomodo. Siguio a la mujer mayor cuando esta abrio la puerta del salon, que se cerro detras de ellos sin siquiera emitir un ruido.
Yngvar estaba solo.
La voz ahi dentro sonaba ahora a sermon. Yngvar se pregunto si la congregacion empezaria de pronto a cantar. El cadaver de Vibeke Heinerback no seria entregado para su entierro hasta pasado un buen tiempo. En ese