El hombre asintio, y se humedecio los labios con la lengua.

– Tu no estas bajo sospecha en este caso. ?Vale? -El otro asintio de nuevo y se mordio el labio-. Sabemos que estuviste celebrando una despedida de soltero toda la noche del crimen. Sabemos que Vibeke y tu estabais bien juntos. Os ibais a casar en verano, por lo que he oido. De hecho puedo incluso decirte que… -Miro a su alrededor, de modo tangiblemente furtivo-. Este tipo de cosas nunca las desvelamos -susurro sin soltar el brazo del otro-. Pero toda la familia de Vibeke esta libre de toda sospecha. Los padres, el hermano. Tu. De hecho tu fuiste el primero que tachamos de la lista. El primero de todos. ?Me escuchas?

– Si -murmuro Trond Arnesen, y se paso la mano enguantada por los ojos-. Pero voy a heredar… Me va a tocar esta casa y todo. Teniamos un…

El llanto detuvo las palabras, un llanto extrano y suave. Yngvar le paso la mano por la espalda. Lo sujetaba. El chico media una cabeza menos que Yngvar, y se apoyo ligeramente sobre el cuando se echo las manos a la cara.

– Que tuvierais un contrato de convivencia solo significa que erais unos jovenes sensatos -dijo Yngvar en voz baja-. Tienes que dejar de estar tan asustado, Trond. No tienes nada que temer de la policia, nada. ?Lo entiendes?

El prometido de Vibeke Heinerback habia estado tan muerto de miedo bajo los interrogatorios que el agente encargado habia tenido problemas para no reirse, a pesar de lo tragico de las circunstancias. El hombre rubio, con su camiseta Lacoste rosa, apuesto y con el pelo corto, se habia aferrado al borde de la mesa y habia ingerido tanta agua que parecia seguir bajo los efectos de una sonada resaca, tres dias despues de la despedida de soltero. Apenas era capaz de responder a las preguntas sobre su fecha de nacimiento y direccion.

– Relajate -repitio Yngvar-. Ahora vamos a entrar tranquilamente en el dormitorio. Ya lo han ordenado todo. No queda nada de sangre, ?vale? Todo esta mas o menos tal y como estaba antes… ?Estas oyendo lo que digo?

Trond Arnesen se puso firme. Tosio levemente contra el puno cerrado y despues se paso la mano por el pelo. Tras tomar aire profundamente un par de veces, sonrio palidamente y dijo:

– Estoy listo.

La gravilla, mezclada con la nieve y el hielo, crujia bajo sus pies. Junto a la puerta, Trond se detuvo aun otra vez, como si necesitara coger impulso. Por un momento se quedo de pie balanceandose sobre las puntas de los zapatos. Luego volvio a pasarse la mano por la cabeza, un gesto desvalido y desnudo; se ajusto la bufanda y tiro de la chaqueta antes de subir las escaleras de una sola zancada. Un policia uniformado lo condujo al dormitorio. Yngvar lo siguio. Nadie dijo nada.

La cama estaba vacia, aparte de dos almohadas. El cuarto estaba ordenado. Sobre el cabecero de la cama colgaba una reproduccion gigante de La historia, de Munch. En una estanteria junto a la pared habia tres fundas de edredon primorosamente dobladas, algunas toallas y un par de cojines coloridos.

El colchon estaba limpio, sin rastro de sangre. El suelo estaba recien lavado, todavia quedaba un ligero aroma a jabon en el aire. Yngvar saco las fotografias que llevaba en un sobre de papel Manila. Se acaricio el puente de la nariz mientras estudiaba las fotos en silencio durante un par de minutos. Despues se volvio hacia Trond Arnesen, que estaba horriblemente palido bajo la estridente luz cenital, y le pregunto con amabilidad:

– ?Listo, Trond?

Trond trago saliva, asintio y dio un paso al frente.

– ?Que quieres que haga?

Hacia veinticuatro dias que Bernt Helle era viudo. Llevaba la cuenta exacta del tiempo. Cada manana dibujaba una cruz roja sobre el dia anterior en el calendario que Fiona habia colgado en la cocina para que Fiorella entendiera mejor las nociones de dia, semana y mes. Sobre cada fecha colgaba una criatura del valle de los Mummi. Esa manana habia tachado a Sniff, que llevaba un doce en una cadena de plata alrededor del cuello. Bernt Helle no estaba seguro de por que lo hacia. Cada manana una nueva cruz. Cada hora suponia un pasito mas lejos de la herida que le decian que sanaria con el tiempo.

Cada noche una cama de matrimonio vacia.

«Hoy es viernes y trece», penso, y acaricio el pelo de su suegra.

Fiona habia sido tan supersticiosa. Le daban miedo los gatos negros. Daba grandes rodeos para evitar pasar bajo una escalera. Tenia un numero de la suerte y pensaba que el rojo era un color inquietante.

– ?Sigues aqui? -pregunto Yvonne Knutsen entreabriendo los ojos-. Ya te tienes que ir, como comprenderas.

– Que va. Esta noche Fiorella esta en casa de mi madre. Es viernes, ya sabes.

– No -dijo ella, aturdida.

– Si, es vier…

– No lo sabia. Un dia es igual a otro, aqui tumbada. ?Me darias un poco de agua?

Bebio con avidez por medio de la pajita.

– Alguna vez has… pensado que Fiona tuviera…, que era como si… -dijo de pronto Bernt, sin haberselo pensado en realidad.

Yvonne dormia. Los ojos, al menos, se le habian cerrado y la respiracion era constante entre los labios secos.

Bernt nunca habia entendido del todo la inclinacion de Fiona hacia la religiosidad. Si todavia se hubiera tratado de la Iglesia, la Iglesia noruega corriente, en la que lo habian educado a el y que le permitia aun participar honestamente en las bodas, los funerales y alguna que otra misa del gallo. Pero Fiona no tenia Iglesia. Tampoco secta, menos mal. No tenia parroquia ni otra adhesion espiritual mas que si misma, una tendencia a caer fuera, o dentro, de algo que nunca queria compartir con el. Cuando eran muy jovenes, le fascinaba que leyera tanto. Sobre las religiones, sobre la filosofia oriental, sobre pensadores y grandes pensamientos. Durante un tiempo, debio de ser a principios de los noventa, quizas incluso antes, habia coqueteado con la New Age. Por suerte no duro mucho. Pero mas tarde, cuando termino lo que parecia la busqueda de un suelo teologico y que duro mas de diez anos, se volvio aun mas distante. No siempre, y desde luego no en todos los ambitos de la vida. Cuando finalmente llego Fiorella, el sentimiento de comunidad entre ellos era tan fuerte que organizaron una segunda boda, quince anos despues de la primera.

La irreparable soledad del alma, lo habia denominado ironicamente ella en las raras ocasiones en que le habia preguntado. Entonces se cerraba, primero sonreia sin que el calor jamas le llegara a los ojos y despues cerraba el rostro. Se conocian desde siempre, entre las casas de sus padres apenas habia doscientos pasos cortos. En la adolescencia casi no se vieron, eran demasiado distintos. Cuando ambos tenian veinte anos y se encontraron en un bar de Oslo, no se podia creer su propia suerte. Acababa de sacarse el diploma de oficial y habia empezado a trabajar en la empresa de fontaneria de su padre. En la barra del bar se habia hurgado los pantalones; de ninguna manera iba a permitir que ella descubriera que estaban a punto de rompersele. Fiona era una rubia de pelo largo que estudiaba en la Universidad de Blindern. Esa noche se hicieron pareja y desde aquel momento Bernt Helle no habia tenido otra mujer.

Era desasosegada, en cierto sentido, al mismo tiempo que se aferraba a todo lo que fuera eterno y firme.

– No deberia haberlo hecho -dijo de pronto Yvonne abriendo los ojos-. No deberiamos haberlo hecho.

– Yvonne -dijo Bernt, y se inclino sobre la mujer.

– Ah -dijo ella docilmente-. Estaba sonando. Agua, gracias.

«Esta empezando a perder la cabeza», penso el, abatido. Ella se volvio a dormir.

Ya no era posible mantener una conversacion de verdad con Yvonne, penso. No importaba. Compartian una gran pena. Con eso bastaba.

Se levanto y miro el reloj. Era casi medianoche. Se puso el abrigo sin hacer ruido y cubrio bien a Yvonne con el edredon. Era obvio que ya no queria seguir. Cada uno se enfrentaba a la perdida a su manera, ella luchaba por salirse de la vida con las pocas fuerzas que le quedaban.

El, en cambio, esperaba conseguir volver algun dia, a base de luchar.

La reconstruccion habia acabado. La mayoria habia abandonado ya el lugar. Solo quedaban Yngvar Stubo y Trond Arnesen, que seguian en el dormitorio. El joven no conseguia arrancarse de alli. La mirada barria la habitacion, una y otra vez, y el daba vueltas acariciando las cosas, como si tuviera que asegurarse de que aun

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