– Puaj -murmuro, alegrandose de estar sola cuando dejo la taza y abrio la puerta de la nevera.

Tendria que haberse negado. Los dos casos de asesinato ya eran lo suficientemente complicados para un equipo de policias profesionales, con acceso a la tecnologia moderna, a avanzados programas de ordenador y vision de conjunto, ademas de con todas las horas del dia a su disposicion.

Inger Johanne no tenia nada de todo eso. Iba de craneo. Sus dias eran de las ninas. De vez cuando sentia que llevaba puesto el piloto automatico, entre la lavadora y los deberes de Kristiane, entre hacer la comida y lo que intentaban ser ratos de paz amamantando al bebe. Incluso las semanas en las que no estaba la hija mayor rebosaban de quehaceres.

Pero las noches eran largas.

El tiempo que pasaba inclinada sobre las copias de los documentos que Yngvar, saltandose todas las reglas, traia a casa por las tardes pasaba lentamente, como si tambien el reloj considerara que se merecia un descanso tras un dia fatigoso.

Cogio una gaseosa, la abrio y bebio de la botella.

– Rotura perianal -dijo a media voz al sentarse de nuevo ante la barra americana y ojear el informe definitivo de la autopsia del caso de asesinato de Fiona Helle.

Comprendia anal. Rotura significaba algo asi como desgarro o grieta. El prefijo «peri» era peor.

– Periscopio -murmuro mientras mordisqueaba el lapiz-. Periferia. Peri…

Se golpeo levemente la frente. Por suerte no habia tenido que preguntarle a nadie. Para una mujer adulta resultaba embarazoso no entender una palabra inmediatamente. Aunque sus dos hijas habian nacido por cesarea, Inger Johanne tenia bastantes amigas que con vivas palabras le habian descrito el problema.

La pequena Fiorella habia dejado sus huellas. Bien.

Dejo el documento a un lado y se concentro sobre el informe de la reconstruccion. No le decia nada que no supiera de antes. Siguio pasando las hojas con impaciencia. Puesto que el caso habia crecido hasta contar con cientos de documentos, quiza mas de mil, obviamente no habia tenido acceso a todos.

Yngvar agrupaba y seleccionaba. Ella leia.

Sin encontrar nada.

Los papeles eran una serie sin fin de repeticiones, un caminar en circulo alrededor de lo obvio y evidente. No desvelaban ningun secreto. No habia oposicion, nada que llamara la atencion, nada en lo que emplear tiempo de mas con la esperanza de ver algo desde una perspectiva diferente.

Desanimada, cerro la carpeta de golpe.

Tenia que aprender a decir que no con mucha mas frecuencia.

Como cuando habia llamado su madre, ese mismo dia, invitando a toda la familia a comer en su casa el domingo. Con Isak, por supuesto.

Habian pasado casi seis anos desde el divorcio. Aunque a veces se preocupaba y se irritaba por la indulgente educacion que Isak proporcionaba a Kristiane, sin horarios fijos para acostarse, con comidas sencillas y golosinas a diario, sentia una genuina alegria al verlos juntos. Kristiane e Isak eran fisicamente iguales y se compenetraban mentalmente, a pesar de la incomprensible y no diagnosticada discapacidad de la nina. Le costaba mas aceptar que su ex marido todavia cuidara la relacion con los padres de Inger Johanne. Mas de lo que lo hacia ella, para ser completamente sincera.

Le dolia y le reprochaba la verguenza que sentia.

– ?Espabila!

Sin saber en realidad por que, volvio a sacar el informe de la autopsia.

Estrangulamiento, ponia. La causa de la muerte ya la sabia de antes. La lengua era descrita clinicamente. Nada nuevo.

Hematomas en torno a ambas munecas. Ningun indicio de agresion sexual. Tipo de sangre A. Un quiste en la boca, bajo la mejilla izquierda, del tamano de un guisante y benigno. Cicatrices, en varios sitios. Todas antiguas. De una operacion en el hombro, cuatro lunares que le habian quitado y una cesarea. Ademas de una marca de cinco picos en el brazo derecho, relativamente grande pero practicamente invisible. Posiblemente se habia pinchado con algo hacia mucho tiempo. Tenia uno de los lobulos de la oreja hinchados. La una del dedo indice izquierdo estaba azul y a punto de caerse en el momento de la muerte.

El informe, con sus nitidos detalles, no le proporcionaba nada. Solo le quedaba en la conciencia la vaga impresion de que habia algo importante; algo que habia agarrado por un instante, una idea sobre algo que no encajaba del todo.

La concentracion le fallaba. Se irritaba con Isak, con su madre y con la amistad surgida entre ellos.

Energia desperdiciada, por supuesto. Isak era Isak. La madre era tal y como habia sido siempre, rehuia los conflictos, era ambigua y extremadamente leal hacia aquellos a quienes queria.

«Deja de entrometerte», penso Inger Johanne con cansancio, pero no lo conseguia.

– Enfoca -se dijo a media voz-. Tienes que enfoc… Ahi.

Su dedo se detuvo al final de una de las hojas. Esto no encajaba.

Trago saliva. Al alzar la mano para seguir ojeando, buscando febrilmente un dato, algo que acababa de leer de pasada, se dio cuenta de que temblaba. Una ligera aceleracion del pulso le hizo respirar por la boca.

Ahi.

Tenia razon. Esto simplemente no encajaba. Agarro el telefono y sintio que la mano se le habia humedecido.

En la otra punta de Oslo, Yngvar Stubo estaba cuidando a su nieto de casi seis anos. El nino estaba durmiendo sobre su regazo. El abuelo acariciaba la oscura cabeza con la nariz. El olor a jabon infantil era dulce y calido. El crio ya deberia estar en la cama. Su yerno era un tipo majo y flexible, pero insistia firmemente en que el nino tenia que dormirse solo. Pero Yngvar no era capaz de resistirse a esos grandes ojos negros. Se habia traido a escondidas uno de los biberones de Ragnhild. La cara de Amund al comprender que iba a poder ser un nino pequeno, con biberon y mimos en el regazo era impagable.

El nino, curiosamente, nunca habia tenido celos de Kristiane. Al contrario, le fascinaba la peculiar nina que le sacaba cuatro anos. Lo de haber tenido una tia hacia seis meses lo llevaba peor.

Sono el telefono.

Amund siguio durmiendo igual de firmemente. Cuando Yngvar se inclino hacia la mesa para contestar, el nino relajo la presion sobre el biberon.

– Hola -dijo a media voz, con el auricular aplastado entre la barbilla y el hombro, en el momento en que se estiraba para coger el mando a distancia.

– Hola, corazon. ?Estais bien los chicos?

Sonrio. La agudeza de su voz la delataba.

– Si, si. Nos lo hemos pasado bien. Hemos jugado a un juego de cartas estupido y al lego. Pero tu no llamas para que te cuente esto.

– No os voy a molestar mucho si estais…

– El crio esta durmiendo. Tengo tiempo.

– ?Podrias…? Manana, o tan pronto como sea posible, tienes que comprobarme un par de cosas.

– Muy bien.

Se equivoco al pulsar el mando. El presentador del telediario tuvo tiempo de berrear que cuatro estadounidenses habian sido asesinados en Basora antes de que Yngvar encontrara el boton adecuado. Amund se quejo y giro la cara contra el brazo de su abuelo.

– Estoy un poco… Espera.

– Es un segundo, nada mas -insistio Inger Johanne-. Tienes que conseguirme el informe del medico que la atendio al nacer Fiorella. El informe medico de Fiona Helle, vamos. De cuando nacio su hija.

– Esta bien -dijo el-. ?Por que?

– No me gusta hablar de estas cosas por telefono -dijo Inger Johanne, titubeando-. Ya que te vas a quedar a dormir en casa de Bjarne y Randi, tendras que pasarte manana por la manana para que te de los detalles o si no…

– No creo que me de tiempo. Le he prometido a Amund que voy a acompanarlo a la guarderia.

– Confia en mi, anda. Puede ser importante.

– Yo siempre confio en ti -dijo Yngvar con dulzura.

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