– Con razon.

Su risa resono en el telefono.

– Una cosa mas -profirio el-. Querias que hiciera otra cosa mas.

– Tienes que permitirme que… Dice en los papeles que la madre de Fiona esta muy enferma y…

– Si. Yo mismo hice ese interrogatorio. Esclerosis multiple. Completamente lucida en la cabeza, pero por lo demas derrotada -senalo Yngvar.

– ?Asi que esta completamente lucida?

– Por lo que se, la esclerosis multiple no ataca a la cabeza -dijo el.

– No te pongas asi…

Amund se metio el pulgar en la boca y volvio a girarse hacia el cuerpo de Yngvar.

– No me pongo asi -dijo sonriendo-. Te tomo el pelo, nada mas.

– Tengo que hablar con ella. -La voz de Inger Johanne delataba decision…

– ?Tu?

– Estoy haciendo un trabajo para vosotros, Yngvar.

– Muy informalmente y sin ningun tipo de autoridad. Suficiente tenemos con que andes trapicheando con los documentos. A eso el jefe, de alguna manera, le ha dado su consentimiento tacito. Pero no puedo coger y darte…

– Hombre, no creo que nadie me pueda impedir que, en tanto que particular, visite a una anciana senora en un hospital -dijo ella.

– Y entonces, ?por que me preguntas?

– Por Ragnhild. No creo que sea buena idea llevarla conmigo. ?No hay ninguna posibilidad de que pudieras volver a casa pronto manana?

– Pronto -repitio el-. ?Que significa eso?

– ?A la una? ?A las dos?

– Quiza pueda salir de ahi sobre las dos y media. ?Te vale?

– Me tendra que valer, claro. Te lo agradezco.

– ?Estas segura de que no me puedes contar nada? Tengo que admitir que tengo mas que curiosidad por saber de que se trata.

– Y yo muchas ganas de contartelo -dijo Inger Johanne, y le pego un sorbo a algo; su voz casi desaparecio-. Pero has sido tu quien me ha ensenado a ser cautelosa por telefono.

– Pues entonces tendre que aguantarme. Hasta manana.

– Tienes que meter a Amund en la cama -dijo ella.

– Esta en la cama -respondio el, estupefacto.

– No. Esta durmiendo en tu regazo con el biberon de Ragnhild.

– Pamplinas.

– Acuesta al nino, Yngvar. Y duerme bien. Eres el mejor del mundo.

– Tu eres…

– Espera. Si tienes tiempo, ?podrias comprobar otra cosa? ?Podrias averiguar si Fiona falto al colegio durante un periodo largo de tiempo cuando iba al instituto?

– ?Como? -La voz de Yngvar delataba desconcierto.

– Si fue estudiante de intercambio o algo de eso. Un viaje de estudios, alguna larga enfermedad o algun viaje a Australia para visitar a una tia, que se yo. Eso deberia ser facil de averiguar, ?no?

– Siempre puedes preguntarle a la madre -dijo el, desalentado-. Ya que de todos modos la vas a ver, quiero decir. Supongo que es la mas adecuada para responder a algo asi.

– No estoy segura de que quiera responder. Preguntale, al marido. O a una vieja amiga. A alguien. ?Lo haras? -pidio Inger Johanne.

– Que si. Acuestate.

– Buenas noches, amor.

– Lo digo en serio. Acuestate. No sigas mirando los documentos. No se te van a escapar. Buenas noches, querida mia.

Yngvar colgo y se levanto tan cuidadosamente como pudo del sofa, que era un poco demasiado blando. Le costo encontrar el equilibrio, estrujaba demasiado a Amund. El nino gimio, pero seguia acostado en sus brazos como un pequeno puf flojo.

– No entiendo por que todos creen que te mimo demasiado -susurro Yngvar-. Simplemente no lo entiendo.

Llevo al nino al dormitorio de invitados, lo coloco al fondo de la cama, se desvistio sin hacer ruido, se puso el pijama y se acosto dandole la espalda al pequeno.

– Abuelito -susurro el nino entre suenos, una mano paso por la nuca de Yngvar.

Durmieron profundamente durante nueve horas, Yngvar llego casi una hora tarde al trabajo.

Trond Arnesen se habia encargado de que tanto el farol del poste de la cancela como la luz del porche funcionaran antes de que volviera a mudarse a la casita que ahora iba a heredar. A pesar de todo, la oscuridad ahi afuera resultaba peligrosa. Su hermano se habia ofrecido a estar con el los primeros dias. Trond habia rechazado la oferta dandole las gracias. La transicion a una vida en solitario no podia hacerse paulatinamente. Este era su hogar, aunque no hiciera mas de un par de meses desde que se habia mudado. Vibeke era un pelin anticuada y no habia consentido en que vivieran juntos hasta que hubieran decidido la fecha de la boda.

Trond intentaba evitar las ventanas. Habia corrido las cortinas antes de que se hiciera del todo de noche. Las rendijas resultaban amenazadoras, negras grietas de vacio.

La television relumbraba sin sonido. Vibeke le habia regalado una pantalla de plasma de cuarenta y dos pulgadas para su cumpleanos. Demasiado despilfarro, no se lo podian permitir despues de las obras. Para ver el futbol, habia dicho ella abriendo una botella de champan caro y sonriendo. El cumplia treinta ese dia y habian decidido intentar tener un hijo en otono.

No tenia ganas de ver la television. Estaba demasiado inquieto, pero las personas mudas tras la pantalla le proporcionaban una sensacion de amable cercania. Se habia pasado varias horas deambulando de un cuarto a otro, se sentaba, tocaba alguna cosa, se levantaba y seguia, con miedo a lo que pudiera encontrarse tras la siguiente puerta. En el bano se sentia seguro. No tenia ventanas y estaba caliente, y sobre las seis habia cerrado la puerta y se habia quedado alli una hora. Desanimado por si mismo, se habia tomado un bano, como si tuviera que legitimar su propia busqueda de seguridad en una casa en la que en esos momentos, a las diez y media de la noche del lunes 16 de febrero, no concebia como podria seguir viviendo.

Se escucho un ruido fuera.

Venia de la parte trasera de la casa, creia, de la caida hacia el riachuelo del jardin, que estaba a unos cincuenta metros, donde una valla de madera marcaba la frontera con lo que en otro tiempo fue un desguace de coches.

Se quedo petrificado, escuchando.

El silencio era total. Ni siquiera oia el acostumbrado clic del termostato de la estufa bajo la ventana. Imaginaciones suyas, por supuesto.

Un hombre adulto, penso enojado consigo mismo, y cogio un libro cualquiera de una de las estanterias.

Se quedo estudiando la portada. Nunca habia oido hablar del escritor. Debia de ser nuevo. Lo volvio a dejar, en horizontal sobre otros libros. Vibeke se irritaba con estas cosas, penso de pronto, y volvio a agarrar el libro para meterlo entre otros dos.

El sonido habia sido como un chasquido y ahi estaba otra vez.

Su hermano siempre le habia llamado miedica. No era verdad. Trond Arnesen no era cobarde, solo era precavido. Cuando su hermano, quince meses menor que el, lo habia dejado atras trepando a los arboles, era simplemente porque la sensatez le desaconsejaba trepar mas alto. Cuando su hermano, a los siete anos de edad, se tiro desde el tejado de un garaje que estaba a cuatro metros de altura con un paracaidas hecho con una sabana y cuatro trozos de cuerda, Trond estaba en el suelo advirtiendolo en contra del proyecto. El hermano se rompio una pierna.

Trond no era cobarde. Simplemente estaba al tanto de las consecuencias de los actos.

El miedo que lo embargaba en aquel momento no tenia nada que ver con la prevision. Un inusual sabor a

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