existian.

– ?Te parece raro que quiera volver a vivir aqui? -pregunto sin mirar a Yngvar.

– Para nada. Completamente natural, si me preguntas a mi. Esta era vuestra casa. Sigue siendo tu hogar, aunque Vibeke haya muerto. ?Me han dicho que tu la ayudaste con la restauracion?

– Si. Tambien en este cuarto.

– ?Lo recuerdas tal y como esta?

– No.

– Tienes que intentarlo. El dormitorio tiene este aspecto. -Yngvar desplego el brazo y vacilo antes de proseguir-: Nuestros hombres no han hecho mas que… fregar. La ropa de cama y los edredones, desgraciadamente, no se podian salvar. Por lo demas, todo esta como antes, por lo que entiendo. Y asi es como lo tienes que recordar tu. Vas a vivir aqui, Trond. Vas a vivir aqui un monton de anos, quiza. Esa noche de la semana pasada, de una manera u otra, vas a tener que aparcarla en algun otro sitio. La verdad es que comprendo como estas. Y te aseguro una cosa: se va. Yo he estado ahi, en el mismo lugar, Trond. Se va.

El joven lo miro, de frente. Tenia los ojos azules con vetas verdes. Hasta ese momento Yngvar no se habia dado cuenta de que habia un brillo rojo en su pelo fuerte y rubio y que una debil red de pecas se dibujaba sobre la base de su nariz, a pesar de la palidez invernal.

– ?Que quieres decir? -murmuro.

– Encontre a mi familia muerta en el jardin -dijo Yngvar lentamente sin evitarle la mirada-. Un accidente. Estaba seguro de que nunca iba a ser capaz de volver a acercarme al sitio. Queria mudarme, pero me faltaban las fuerzas. Un dia, debia de ser un par de meses mas tarde, abri la puerta de la terraza y sali. No me atrevia a abrir los ojos. Pero entonces empece a escuchar.

Trond se habia sentado en la cama. Tenia el cuerpo tieso y tenso, como si no confiara del todo en que el mueble lo fuera a aguantar. Se apoyaba sobre el colchon con las dos manos.

– ?Que oiste? -pregunto.

Yngvar se metio la mano en el bolsillo de la camisa y saco una funda de puro. La deslizaba entre el dedo gordo y el indice, adelante y atras, una y otra vez.

– Tantas cosas -dijo calladamente-. Oia tantas cosas. Los pajaros seguian ahi. Estaban alli desde que nos mudamos de recien casados, hace mucho tiempo. Teniamos veinte anos, ?comprendes? Primero la alquilamos, luego la compramos. Cantaban. -De pronto busco aire-. Cantaban -repitio, mas alto esta vez-. Los pajaros cantaban como siempre. Y entre los cantos, entre todo aquel maldito jolgorio, era… a Trine a quien oia. Mi hija. La oi llamarme cuando solo tenia tres anos, llorando a mares porque se habia caido del columpio. Oi el repiqueteo del hielo cuando mi mujer venia con limonada. La risa de Trine jugando con el perro del vecino se me hizo tan tangible…, tenia la impresion de poder oir el crepitar de la barbacoa de noches largas y… de pronto podia olerlas a las dos. A mi mujer. A mi hija. Abri los ojos. Aquello era nuestro jardin. Era un jardin repleto de los mejores recuerdos que tengo. Era obvio que no me podia mudar.

– ?Sigues viviendo ahi?

Trond se estaba relajando mas. La espalda se le combaba y apoyo el codo sobre una rodilla.

– No. Pero esa es otra historia. -Yngvar se rio brevemente y volvio a meter la funda de los puros en su sitio-. Llegan nuevas historias -dijo-. Siempre llegan nuevas historias, Trond. Asi es la vida. Pero entre tanto tienes que reconquistar este cuarto. La casa. El lugar. Es tuyo. Y esta lleno de buenos recuerdos. Evocalos. Olvida esa terrible noche.

Trond se levanto, estiro el cuerpo, ladeo la cabeza de un lado a otro mientras se hurgaba los pantalones. Despues sonrio debilmente:

– Eres un policia amable.

– La mayor parte de los policias son agradables.

El chico mantuvo la sonrisa. Despues echo una ultima ojeada a su alrededor y se dirigio a la puerta.

Por fin Trond Arnesen estaba listo para irse.

A medio camino vacilo, se detuvo, avanzo otro paso, antes de darse la vuelta y acercarse a la mesilla del lado izquierdo de la cama. Abrio un pequeno cajon, despacio y vacilante, como si esperara encontrar algo aterrador.

– ?Has dicho que no se ha hecho nada mas aqui? -pregunto Trond-. ?Que solo han limpiado? ?Que no se han llevado nada?

– Si. No de aqui dentro. Nos hemos llevado algunos papeles y el ordenador, por supuesto, como te advertimos, y…

– Pero ?nada de aqui dentro?

– No.

– Mi reloj. Estaba sobre la mesilla. Y el libro.

– ?Ah, si?

– Tengo un reloj de submarinista. Un cacharro grande. No puedo dormir con el, claro, asi que lo dejo aqui por las noches.

Sus dedos martillearon contra la superficie de la mesilla. Se puso el dedo sobre el puente de la nariz, concentrado.

– Pero no te habias acostado. Estabas celebrando lo de tu hermano…

– Justo -lo interrumpio-. Me habia arreglado. Teniamos un plan de esos de esmoquin y la verdad es que no pegaba mucho llevar un reloj enorme de plastico negro. Asi que lo deje…

– ?Estas seguro? -pregunto Yngvar, casi cortante.

Trond Arnesen se volvio hacia el, Yngvar pudo percibir irritacion en su voz cuando dijo:

– El libro y mi reloj estaban aqui. Sobre la mesilla. Vibeke era… -Al mencionar su nombre, el filo de su voz desaparecio-. Vibeke era un poco alergica -murmuro-. No queria tener libros en el dormitorio. Solo me dejaba tener aqui el que estuviera leyendo en cada momento. El ultimo de Bencke. Iba por la mitad. Estaba aqui.

– Bien…, pero te lo tengo que preguntar una vez mas: ?estas completamente seguro de esto que me dices?

– ?Si! Mi reloj…, quiero decir, me gustaba ese reloj. Me lo habia regalado Vibeke. Mil detalles. Nunca lo hubiera…

Se interrumpio. Un sonrojo casi imperceptible surgio bajo la raiz del pelo. Se tiro distraidamente del lobulo de la oreja.

– Sigue, por favor.

– Claro que puedo equivocarme -dijo con desanimo-. No estoy del todo seguro, yo…

– Pero te parece recordar…

– Me parece recordar… El libro no puedo haberlo dejado en otro sitio, ?no? Solo leo en la cama, yo…

Se quedo mirando a Yngvar, evidentemente desesperado. Esto tenia poco que ver con el libro, penso Yngvar. Por un momento Trond Arnesen habia llegado a pensar que todo podia volver a ser como antes. Yngvar le habia hecho creer, durante unos cortos minutos, que un dia se borraria y desapareceria la imagen de Vibeke crucificada en la cama.

– No puede ser. El libro no. El reloj, quiza, puede estar en otro sitio, pero yo…

– Ven -dijo Yngvar-. Voy a averiguar lo que ha pasado. Seguro que simplemente lo han dejado en otro sitio. Venga, vamonos.

Trond Arnesen abrio el cajon una vez mas. Estaba vacio. Despues se acerco al otro lado de la cama. Tampoco alli encontro lo que buscaba. Tenia la mirada medio enajenada cuando se precipito hacia el bano. Yngvar se quedo quieto. Oyo el ruido de armarios y cajones que se abrian y cerraban, el chasquido de algo que podia ser la tapa de una papelera, portazos, meneos y sacudidas.

Y de pronto el chico estaba ahi, en el umbral de la puerta, mostrando las palmas de las manos vacias.

– Supongo que me estoy haciendo un lio -dijo, con la voz profunda. Bajo la vista-. Vibeke siempre lo decia, que era un desordenado incorregible.

«La maldad es una ilusion», penso la mujer.

Estaba de pie junto al busto de bronce de Jean Cocteau. Un remiendo con rasgos corrientes, dictamino, como si un nino hubiera estado jugando con cera derretida y a alguien de pronto se le hubiera ocurrido la idea de perpetuar aquel ensayo carente de todo talento. La escultura estaba situada al borde del muelle, a algunos pasos

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