enterado de la verdad hasta ahora? ?Puede el descubrimiento de una antigua traicion ser la base de un odio como este? ?Puede impulsar un crimen como este, un ajusticiamiento tan grotesco y tan simbolico? O…»

Se detuvo, Jack la miro con sorpresa, con la lengua colgando fuera de la boca sonriente. Paso un autobus. El humo del tubo de escape obligo a Inger Johanne a toser y a volverse.

Quiza no hiciera tanto tiempo que lo habia repudiado.

La idea se le habia pasado por la cabeza la noche anterior, cuando Yngvar la advirtio en contra de las especulaciones ligeras. El nino de Fiona Helle podia haberse puesto en contacto con su madre biologica recientemente. Seria una ironia, penso Inger Johanne, que la propia Fiona hubiera sido objeto de las anoranzas cuyo valor habia explotado para construir su carrera.

No especular. Yngvar tiene razon. Esto era demasiado difuso. Y si realmente existiera el nino…

– ?Que puede tener que ver una persona asi con Vibeke Heinerback? -se pregunto a media voz meneando la cabeza.

Tenia que haber dos asesinos.

O quiza no.

Si. Dos. O uno.

«Tengo que rendirme -penso-. Esto es enfermizo. Poco profesional. Un perfilador tiene avanzados programas de ordenador. Trabaja en equipo. Tiene acceso a los archivos y a los ultimos gritos en el conocimiento. Yo no soy una perfiladora. Soy una senora cualquiera de paseo con su bebe y su perrito bastardo. Pero hay algo, hay algo que…»

Entonces se puso a corretear. Ragnhild chillaba en el cochecito que vibraba y pegaba botes y casi vuelca cuando Inger Johanne, en el momento en que giraba la esquina de la calle Hauge, se resbalo sobre una zona con hielo.

Cuando por fin llego a casa, cerro la puerta y echo la cadena de seguridad antes de quitarse el abrigo.

Trond Arnesen no conseguia dormirse. Eran las dos de la manana del miercoles. Se habia levantado varias veces para beber agua, tenia la boca como una lija y no sabia bien por que. No habia nada para ver en la television. Al menos nada que despertara su interes, o que por lo menos pudiera impedir que siguiera cavilando, que lo librara por unos minutos del molino de hierro que giraba y giraba impidiendole dormir.

Se rindio. Se levanto por cuarta vez. Se vistio. Un paseo, penso. Un poco de aire.

La nieve habia caido sobre las ocho. Se habia posado sobre el suelo como un ligero velo limpio, sobre las hojas putrefactas y la basura del invierno, sobre cunetas negruzcas y caminos enfangados. La gravilla crujia bajo sus pies y la cancela chillo cuando la abrio. Arbitrariamente, se puso a subir la cuesta, como si le atrajera la farola que habia alli arriba.

No habia modo de contar la verdad.

Ni siquiera hubiera podido decirlo al principio, cuando todavia tenia la oportunidad de hacerlo, en el cuarto, con el policia que tenia pinta de estar a punto de echarse a reir.

Ese viernes habia sido la ultima vez, y no le habia costado nada olvidarlo.

Entonces vino Bard.

Menudo idiota.

Trond metio las manos en los bolsillos del abrigo. Caminaba rapido. A esa hora no habia nadie mas en la calle y, en la fila de casas sin luz, hacia ya tiempo que la gente se habia retirado. Un gato cruzo la calle, se detuvo un instante y lo miro fijamente con sus ojos amarillos fosforescentes antes de desaparecer entre unos matorrales.

Echaba de menos a Vibeke. Un sumidero se le habia instalado bajo las costillas; una anoranza que no recordaba haber sentido antes, pero que se parecia a la anoranza de su madre, que sentia cuando era pequeno y estaba de campamento.

Vibeke era tan fuerte. Ella lo hubiera arreglado.

Las lagrimas le dejaban huellas heladas sobre las mejillas.

Se sorbio los mocos, se los sono masculinamente con los dedos y se detuvo. En el mismo lugar donde el taxi habia parado para que vomitara. La nieve lo cubria todo ahora, pero estaba bastante seguro. Probo a clavar la punta de la bota en la nieve. Aqui habia mas luz, cada quince metros habia una farola. La nieve fulguraba como diamantes azulados cuando le pegaba patadas.

Aparecio su reloj de pulsera.

Se inclino con sorpresa.

Era su reloj. Soplo, le quito la nieve, se lo puso ante los ojos. Las cuatro menos veinte. El segundero avanzaba fielmente y la pantalla de la fecha mostraba el numero dieciocho.

El plastico helado le escocio en la piel al ponerse el reloj.

Se alegro y sonrio. El reloj le recordaba a Vibeke, coloco la mano en torno a la correa negra y presiono.

Deberia avisar.

Con el jaleo que habia montado con el reloj, tendria que avisar a Yngvar Stubo de que habia aparecido. Trond se habia equivocado, asi de claro. No lo habia dejado en casa, habia ido con el a la fiesta y se le habia caido cuando estaba agachado vomitando la borrachera.

Quizas el policia pensaba remover cielo y tierra para resolver el asunto. Lo ultimo que deseaba Trond es que se removiera cielo y tierra. Queria tener tranquilidad y el menor contacto posible con la policia.

La solucion era un SMS. Stubo le habia dado el telefono de su movil asegurandole que podia llamar cuando quisiera. Un SMS no era nada peligroso. Un mensaje de texto era algo cotidiano y poco dramatico, un metodo moderno de transmision de recados triviales y pequenas nimiedades.

«He encontrado el reloj. Lo habia perdido. ?Disculpas por el jaleo! Trond Arnesen.»

Ya estaba hecho. Se dio la vuelta. No podia pasarse las noches deambulando por las calles. Quiza pudiera encontrar un DVD con el que matar el tiempo. Podia tomarse una de las pastillas para dormir de Vibeke. Nunca las habia probado, asi que era probable que cayera rendido si se tomaba dos. Eso le resultaba tentador.

El libro desaparecido no le importaba nada.

Que Rudolf Fjord se comprara uno nuevo.

– Yngvar.

Inger Johanne le pego un empujon.

– Hummm…

Yngvar se coloco de costado.

– Tengo miedo -dijo ella.

– No tengas miedo. Duerme.

– No lo consigo.

El suspiro elocuentemente y se cubrio la cabeza con la almohada.

– A veces tenemos que dormir un poco. -Su voz sono medio ahogada-. Solo alguna que otra vez. Asomo la cabeza y bostezo.

– ?Y de que tienes miedo ahora?

– Me he despertado cuando ha pitado tu movil y entonces… -aclaro ella.

– ?Me han llamado al movil? Joder, deberia…

Sus manos tantearon la lamparita de la mesilla en busca del interruptor. El vaso de agua se volco.

– Joder -jadeo Yngvar-. ?Donde…?

La luz lo alcanzo en toda la cara. Hizo una mueca y se incorporo en la cama.

– No han llamado -dijo Inger Johanne rapidamente-. Pito. Y despues…

Yngvar manejaba torpemente el movil. La luz verde brillaba.

– Por Dios -murmuro-. Vaya horas para mandar un mensaje. Pobre chico. No podra dormir, supongo. Parece un poco aprensivo, si te soy sincero.

– ?Quien? -ella estaba despejada.

– Trond Arnesen. Olvidalo. No tiene importancia. -Se levanto entumecido y se estiro los calzoncillos-. Esta bien que por fin hayas accedido a que Ragnhild duerma sola, la verdad. Si no andariamos todos por aqui como zombis. Como si no lo estuvieramos ya.

– No te enfades, anda. ?Adonde vas?

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