como hacian los ninos mas traviesos para asustar a los mas pequenos, en la penumbra de las noches de verano, cuando se exaltaban los unos a los otros hasta que echaban a correr aterrorizados, sobre los muertos vivientes.
– Tu -dijo Vegard Krogh, sorprendido, medio irritado; entrecerro los ojos y examino el rostro mas de cerca-. ?Tu? ?Eres…? -Se inclino, ahora furioso-. ?Eres tu? ?Que…? Joder, me has…
Cuando la linterna de dos kilos de peso lo alcanzo en la sien con una tremenda fuerza, no murio. Simplemente se desplomo y cayo de rodillas.
La linterna lo golpeo otra vez, esta vez en la parte de atras de la cabeza, con un crujido carnoso que quiza lo hubiera fascinado en caso de haber tenido la oportunidad de oirlo.
Pero Vegard Krogh estaba sordo. Murio antes de que el cuerpo alcanzara el deslizante suelo helado.
Capitulo 9
La manana del viernes 20 de febrero, Yngvar Stubo caminaba detras de Sigmund Berli y Bernt Helle. Lo primero que percibio al cruzar las puertas acristaladas del hospital color amarillo situado a las afueras de Oslo fue el hedor a institucion. No entendia por que se obligaba a las personas que necesitaban cuidados a vivir entre el olor del pescado hervido hasta la saciedad y el de los penetrantes productos de limpieza. La pobreza publica no carecia de riesgos, pero estaba claro que el aire fresco era gratis. Al entrar por la puerta del cuarto en que Yvonne Knutsen yacia inmovil en su cama, por tercer ano consecutivo, apenas pudo controlar su impulso de abrir las ventanas.
– Yvonne -dijo Bernt Helle-. Soy yo. Hoy vengo con la policia. ?Estas dormida?
– No.
Volvio la cara hacia su yerno. La sonrisa era reservada. Bernt Helle le puso la mano sobre el brazo y le dio un fugaz beso en la mejilla. Despues acerco a la cama la unica silla del cuarto y se sento. Yngvar y Sigmund seguian de pie junto a la puerta.
– Ya se que preferirias no hablar con nadie -dijo Bernt Helle cogiendo con su manaza la fina mano de Yvonne Knutsen, en la que se veia brillar las venas en azul palido bajo la piel-. Aparte de Fiorella y yo, quiero decir. Pero ahora es un poco importante. Que hables. Veras…
Se paso la mano por la coronilla y suspiro ostensiblemente.
– ?Que pasa? -dijo Yvonne.
– Veras, ha pasado…
Volvio a trabarse. Manoseaba un metro de madera que le asomaba de uno de los bolsillos de sus pantalones de carpintero de color caqui.
Yngvar se aproximo.
– Soy Yngvar Stubo -saludo, alzando la mano sin tendersela-. He estado aqui antes. Justo despues de que…
– De eso me acuerdo, hombre -dijo Yvonne Knutsen-. Desgraciadamente aun no tengo demencia senil. Recuerdo lo suficiente como para saber que prometiste que no vendriais a molestarme mas.
– Es cierto -asintio Yngvar-. Pero es que la situacion ha cambiado.
– No para mi -dijo Yvonne.
– Se ha producido otro asesinato -dijo Yngvar.
– Y bien -dijo la invalida.
– Tambien en esta ocasion se trata de una persona famosa.
– ?Quien?
– Vegard Krogh -dijo Yngvar.
– Nunca he oido hablar de el.
– Famoso, famoso… Todo es relativo. La cosa es que… -trato de precisar Yngvar.
– La cosa es que yo estoy aqui tumbada muriendome -dijo Yvonne Knutsen con la voz tranquila, sin atisbo de dramatismo o autocompasion-. Cuanto antes, mejor. Mientras espero, preferiria que no me molestaran. No hablar con nadie. Un deseo modesto, en mi opinion, si tenemos en cuenta mi estado.
Yngvar dejo que los ojos recorrieran la manta. Ni un solo movimiento delataba que hubiera una persona viva debajo, ni siquiera la caja toracica se elevaba perceptiblemente bajo la cubierta. Solo en la cara quedaban rastros de lo que alguna vez fue una hermosa mujer, de frente ancha y grandes ojos con forma de almendra. La boca no era mas que una grieta entre las mejillas hundidas, pero seguia habiendo la suficiente informacion bajo la palida mascara mortuoria como para que pudiera hacerse una idea de Yvonne Knutsen tal y como tuvo que ser: esbelta, segura de si misma y atractiva.
– Entiendo -dijo-. De verdad que si. El problema es que desgraciadamente no puedo cumplir su deseo. La situacion es ya tan grave que tenemos que seguir las pistas que tenemos.
– Ya he dicho que no conozco a ningun Vegard Krag y no puedo…
– Krogh -dijo Sigmund desde su puesto de vigilancia en medio del suelo-. Vegard Krogh.
– Krogh -repitio ella, abatida y sin mirar en direccion a Sigmund-. No conozco a nadie que se llame asi. Y por tanto no se en que os puedo ayudar.
– Tengo unas preguntas vinculadas al hijo de Fiona -dijo Yngvar calladamente.
– Fiorella -dijo la mujer de la cama con sorpresa, pasando la mirada de Yngvar a Bernt y de vuelta-. ?Que pasa con ella?
– Fiorella no -dijo Yngvar-. El primer hijo. Quisiera saber algo del hijo que dio a luz Fiona en la adolescencia.
Yvonne Knutsen se transformo. Se le enrojecio el arco de la nariz. El color se extendio con rapidez, formando una mariposa sobre la piel gris palida. La respiracion era mas rapida, mas profunda, e hizo un vano intento de incorporarse en la cama. Le crecio la boca. Se humedecio los labios que se pusieron mas rojos y carnosos. Los ojos, que hacia escasos segundos parecian haberse tomado la muerte por adelantado, brillaban en profunda desesperacion.
Bernt le puso la mano suavemente sobre el pecho.
– Tranquila -dijo.
– Bernt -jadeo ella.
– No pasa nada -dijo Bernt.
– Pero…
– Tranquilizate.
Yngvar Stubo se acerco mas. Apoyo los muslos contra la alta cama y se inclino sobre la enferma.
– Entiendo que esto tiene que haber sido muy duro…
Bernt Helle lo aparto. Por primera vez en toda la larga e infructuosa investigacion del asesinato de Fiona resultaba agresivo. No se rindio hasta que Yngvar se habia alejado un metro de la cama. Despues le acaricio el pelo a Yvonne.
– La verdad es que para mi es un alivio saberlo -dijo en voz baja, como si los policias ya no le incumbieran-. Fiona era tan…, como si siempre estuviera a la busqueda de algo. Me he preguntado muchas veces por que podia ser. Tampoco veo que fuera algo tan terrible de contar, tantos anos despues, tantos…
– Bernt…
La voz de Bernt habia adquirido un tono de enfado reprimido; se oyo a si mismo y trago saliva. Yngvar vio como agarraba la mano de su suegra con mas firmeza antes de continuar:
– Acepto que no entiendo mucho de lo que pasa aqui. Tenemos que hablar. En serio, quiero decir. Pero ahora mismo tienes que hacer el favor de responder a las preguntas del policia Stubo. Es importante, Yvonne. Por favor.
Ella lloraba en silencio. Las lagrimas eran grandes como gotas de agua, y se rezagaban un segundo o dos en el rabillo del ojo, antes de desprenderse y caer sobre el pelo de las sienes.
– No quiero… Pensamos… Fue…
– Shhh -insinuo Bernt con suavidad-. Ahora, tranquilizate.
– Hubiera destruido su vida -susurro Yvonne-. Acababa de cumplir dieciseis anos. El padre de la criatura… -