– ?Vive aqui en.,.?
– Por favor. Vayase.
Su mano buscaba el boton de alarma, que estaba pegado con cinta adhesiva a la cama. El se levanto.
– Siento mucho todo esto -dijo calladamente-. Adios.
– Pero -protesto Sigmund Berli cuando Yngvar lo agarro del brazo y lo condujo hacia el pasillo-. Tenemos que…
– El hombre se llama Mats Bohus y sabemos su fecha de nacimiento -dijo Yngvar mirandose por encima del hombro. A Yvonne Knutsen le costaba respirar y apretaba una y otra vez el boton de la alarma-. No puede ser tan dificil encontrarlo sabiendo todo eso -susurro, y se quedo de pie en la puerta.
Cuando un hombre en bata, en la treintena, llego caminando para atender a las furiosas llamadas, y antes de echarse a andar, Yngvar volvio a agarrar a Sigmund de la manga.
– Dime -susurro este.
– No puede ser tanto trabajo -dijo de nuevo, como si estuviera intentando convencerse a si mismo. Miro brevemente el reloj-. Las doce y cuarto, ya. Vamos mal de tiempo.
El aire de la calle, frio, punzante y con el aroma de los abetos y la lena que ardia en una casa a poca distancia, hizo que Yngvar se quedara de todos modos de pie unos minutos antes de sentarse pesadamente en el asiento del copiloto.
– Conduce tu -le dijo a Sigmund, que se sento al volante, sorprendido, y metio la llave de arranque-. Andamos mal de tiempo.
Ya no le resultaba tan dificil estar solo. Al contrario, hacia lo posible para evitar que la gente fuera a verlo. Hacian cola. Los padres, sobre todo su madre, llamaban varias veces al dia. Aunque no le habia visto el pelo a su hermano desde la inexplicable pelea, los amigos, los companeros de trabajo y los conocidos, fueran mas o menos cercanos o perifericos, parecian todos pensar que Trond Arnesen no cumplia ninguno de los requisitos necesarios para vivir solo. El dia antes, dos antiguas companeras de clase habian llamado a la puerta trayendo una lasana casera. Dio la impresion de que se ofendieron cuando el no las dejo pasar.
Habia leido que debia ser al reves.
En las coloridas revistas femeninas que aun tenia guardadas, ponia que los afectados por lo general eran silenciados despues de que se dieran muertes tragicas en la familia. Habia leido historias de ninos que al morir dejaban tal vacio que el entorno de los padres se alejaba con silencioso pudor.
A el no le pasaba lo mismo. La gente se le pegaba. Su jefe le habia dicho que se lo tomara con calma. «Pasar el luto», fue la expresion que uso cuando le puso el brazo por encima del hombro y se ofrecio a llevarlo a casa en coche. A Trond, al haber aceptado la oferta, le resultaba dificil no invitarlo a entrar. Tenia alrededor de cincuenta anos, con el pelo peinado sobre la calva y una nariz respingona y curiosa en medio de la cara completamente redonda. El jefe habia lanzado miradas furtivas en todas las direcciones, como si estuviera recogiendo trazas con las que construir las historias que contaria al volver al trabajo. Al final se sacio y se fue.
Habian encontrado muerto a otro famoso.
Trond dejo el periodico a un lado y salio a la cocina. Tenia en la nevera todo lo que necesitaba para el fin de semana. Su madre habia insistido en hacerle la compra. Abrio una cerveza. Aun no era la una del mediodia, pero ya habia cerrado la puerta con llave, habia sacado las pilas del telefono fijo y habia apagado el movil. Queria estar solo, hasta el lunes. La idea le infundia animos. Por primera vez desde que mataran a Vibeke sentia una especie de calma.
La hora y media secreta estaba casi olvidada. Se bebio medio bote de un trago antes de sentarse en un sillon con la prensa del dia.
Incluso el periodico Aftenposten habia girado contra el viento. Gran parte de la primera pagina y dos paginas del interior enteras estaban dedicadas a un asesino que, a juzgar por los sordidos comentarios del periodico, era una maquina de matar sin parangon en la historia criminal de Noruega. Lo habian dibujado especulativamente como una oscura silueta que ocupaba seis columnas del periodico. Era evidente que se imaginaban a un hombre con rasgos fuertes y pelo rebelde. Sobre su pecho, habian colocado un montaje de fotografias de Fiona Helle, Vibeke Heinerback y Vegard Krogh. Ya no se hablaba de un misogino rechazado por su madre. Ahora se inclinaban por un hombre laborioso y malogrado. En una gran entrevista a tres psicologos famosos y a un policia retirado de Bergen, se podia leer entre lineas que el asesino probablemente fuera uno de los concursantes descalificados de Robinson, de los cantantes fracasados del concurso
Vegard Krogh era descrito como un brillante talento, un artista inconformista.
Lo encontraron con un boligrafo introducido en el ojo.
Trond se rio hasta que se le desbordo la cerveza.
Vegard Krogh pertenecia a la mierda mas grande del mundo.
El tipo despreciaba a Vibeke y a todo lo que ella representaba. Eso le pasaba a mucha gente, pero Vegard Krogh no se habia conformado con un desacuerdo corriente. Tras una de las diatribas de Vibeke contra la incapacidad del arte para adaptarse al mercado, Vegard se habia acercado a ellos en la Casa del Artista. Era viernes, era tarde y todo el mundo estaba alli. Primero la habia provocado en voz alta en busca de pelea. Cuando Vibeke le dio la espalda, formando con el dedo menique un pequeno organo sexual hacia el resto de los que estaban en la mesa, le habia echado la cerveza sobre la cabeza. Siguio un enorme jaleo. Trond queria denunciar lo ocurrido a la policia.
– Eso solo va a conseguir que se crezca -habia dicho Vibeke en aquella ocasion-. Quiere atencion y yo no pienso tomarme la molestia de darsela.
Desde entonces no habian visto ni sabido nada de Vegard Krogh, aparte de algun que otro venenoso comentario suelto en los articulos que le mandaban a Vibeke del Observen. A ella le daba exactamente lo mismo, pero Trond siempre se ponia furioso con sus infames escritos. Cuando el tipo tuvo una breve, aparicion en Entretenimiento absoluto, Trond dejo de ver TV2.
Un gilipollas de la peor calana, penso.
Lo que mas deseaba en el mundo Vegard Krogh era ser famoso y por fin parecia haberlo conseguido.
Trond se bebio el resto de la cerveza y fue a buscar otra.
Iba a pasarse todo el fin de semana solo y habia decidido beber hasta emborracharse. Quiza se diera un bano y viera una pelicula. Se tragaria un par de pastillas para dormir del armario de medicinas de Vibeke y dormiria medio dia.
La hora y media secreta estaba casi olvidada.
– Un boli -dijo Sigmund Berli docilmente.
– Mont Blanc -dijo el patologo-. El modelo se llama «Boheme». Adecuado, por lo que he leido en los periodicos. No queria extraerlo hasta que lo vierais.
– ?Como esta…? -Yngvar se interrumpio a si mismo y se inclino sobre el cadaver. Entrecerro los ojos al mirar la cara destapada.
La boca estaba medio abierta. Tenia aranazos en la nariz. El ojo intacto miraba fijamente hacia algun punto del techo. Del otro asomaba un boligrafo rechoncho. Al rodear el banco de acero, Yngvar se dio cuenta de que el instrumento para escribir habia sido introducido por el rabillo del ojo. Profundamente, supuso, solo asomaban cinco o seis centimetros del boligrafo negro, estaba colocado de tal modo que formaba, con el pomulo, un angulo perfecto de noventa grados. Una pequena piedra de adorno, colocada en el extremo del enganche, brillaba en un color rojo rubi bajo la desagradable luz de la sala.
– Asi que lo que es el globo ocular no esta perforado -dijo Yngvar a modo de pregunta, y se acerco aun mas.
La pupila derecha del muerto parecia terriblemente viva, en su bizquear hacia el cuerpo extrano en el rabillo del ojo. Daba la impresion de que Vegard Krogh habia tenido tiempo de enterarse de que su boligrafo preferido iba de camino a su cerebro.
– Bueno -dijo el patologo-. Lo mas probable es que el globo ocular este roto, obviamente. Pero el…, el autor de los hechos no le ha taladrado el boli en el propio ojo.