Tenia que dormir.

Los dedos corrieron por el teclado: www.fbi.gov.

Fue pulsando hasta llegar a una pagina con una retrospectiva sobre la institucion. Sobre todo porque no sabia exactamente que buscaba. Bajo una foto de una Star Spangled Banner ondeando, aparecia John Edgar Hoover retratado como un jefe eficaz, democratico y, en lo politico, modelicamente neutral, y que ejercio como tal a lo largo de casi medio siglo. Incluso ahora, bien adentrado un nuevo milenio, mas de treinta anos despues de que el pervertido director por fin exhalara el ultimo suspiro, se lo aclamaba patrioticamente como el creador, responsable y visionario del FBI moderno, la organizacion policial mas poderosa del mundo.

Sonrio. Se pillo a si misma riendo.

El entusiasmo. La confianza en si mismo. La indoblegable soberania estadounidense que se contagiaba tan rapidamente. Ella era joven, estaba enamorada y casi se convirtio en uno de ellos.

El cuaderno seguia cerrado.

Pulso el vinculo con «The Academy». La fotografia del inmueble, encerrado en un hermoso parque con arboles amarilleados por el otono, hizo que se le tensara la tripa. Inger Johanne no queria recordar Quantico, Virginia. Se negaba a imaginarse a Warren caminando agilmente por el aula, no queria recordar como le caia sobre los ojos el prominente flequillo gris cuando se inclinaba sobre los estudiantes, sobre ella con mas frecuencia, mientras citaba a Longfellow y guinaba el ojo derecho con el ultimo verso. Inger Johanne lo oia reirse, burda, violenta y contagiosamente; incluso la risa era norteamericana.

El cuaderno seguia sin abrir.

Abrir el cuaderno con las peligrosas direcciones seria como echar hacia atras el tiempo. Llevaba trece anos encapsulando los meses que habia pasado en Washington, las semanas en Quantico, las noches con Warren, los picnics con vino y banos desnudos en las pozas del rio y el catastrofico e innombrable suceso que finalmente lo destruyo todo y que casi acaba con ella. No queria hacer esto.

Levanto el cuaderno amarillo. No olia a nada. Rozo la espiral con la punta de la lengua. Metal frio y dulce.

La fotografia de The Academy cubria media pantalla.

El auditorio. La capilla. Hagans Alley. Dias agotadores, noches de cerveza. Cenas con amigos. Warren, siempre retrasado, desconcentrado mientras se tragaba una pinta. No se retiraban al mismo tiempo, dejaban pasar varios minutos entre uno y otro, para que nadie comprendiera nada.

El cuaderno seguiria sin abrir. Era innecesario.

Porque recordaba.

Ahora ya sabia que era lo que habia estado buscando desde que Yngvar llego a casa la noche del 21 de enero, hacia exactamente un mes, y le hablo del cadaver sin lengua de Lorenskog. La historia la habia rozado, solo leve y difusamente, como las telaranas de un oscuro desvan. La habia incordiado al morir Vibeke Heinerback y se le habia aproximado amenazadoramente cuando encontraron a Vegard Krogh hacia dia y medio, muerto con un boligrafo de diseno profundamente clavado en la cuenca del ojo.

Ahora ya estaba aqui.

Habia bastado con una ojeada al cuarto secreto y olvidado.

Ragnhild se puso a llorar. Inger Johanne se metio el cuaderno en el bolso, salio raudamente de las paginas que habia visitado en Internet, borro el logg y se puso el abrigo, ya saliendo.

– Vaya -dijo Line, ahora vestida-. ?Ya te vas a ir?

– Mil gracias por la ayuda -dijo Inger Johanne, y le dio un beso en la mejilla-. Tengo que irme ya. ?Ragnhild esta llorando!

– Pero podrias…

La puerta se cerro.

– Por Dios -murmuro Line Skytter, que se encamino de vuelta al salon.

Nunca habia visto a su amiga tan alterada.

La tranquila, bondadosa y previsible Inger Johanne.

La aburrida Inger Johanne.

Mats Bohus llevaba ya un mes en el hospital. Exactamente. Le gustaban los numeros. Los numeros nunca se peleaban. Las fechas se sucedian, fina y ordenadamente, sin que hubiera nada que discutir. Habian transcurrido cuatro semanas y tres dias desde que llego. Eran las siete menos cinco de la manana cuando por fin llego a la entrada. Se habia pasado toda la noche deambulando por Oslo. Un gato lo habia seguido durante el ultimo trecho, desde Bislett, donde habia pasado un rato de pie mirando hacia su propia ventana. No habia nadie alli arriba. Oscuridad total. Por supuesto que no habia nadie, el piso era suyo y vivia solo. Estaba completamente solo y el gato era gris. Maullaba. Mats Bohus odiaba a los gatos.

Era obvio que acabarian viniendo.

El no leia los periodicos.

No tal y como se habia puesto todo. Era como si la nieve no quisiera dejar de caer. Por la noche, mientras los demas dormian, podia sentarse a mirar como bailaban los copos en la luz nocturna. En realidad no eran blancos. Mas bien grises, o azul fosforescente. De vez en cuando venia alguien a echarle un ojo. Decian que no nevaba. Cosas que decian ellos.

– Mats Bohus -le dijo el hombre corpulento-. Este es tu abogado: Kristoffer Nilsen. Al doctor Bonheur ya lo conoces. Mi companero se llama Sigmund Berli. ?Necesitas alguna cosa?

– Si -respondio el-. Necesito mucho.

– Me refiero a si quieres un cafe o algo asi. ?Un te?

– No, gracias.

– ?Agua, quiza?

– Si, por favor.

Stubo le sirvio agua de una garrafa. El vaso era grande y Mats Bohus lo vacio de un solo trago.

– Esto no es un interrogatorio corriente -dijo el policia-. ?Vale? Todavia no estas acusado de nada.

– Esta bien.

– Si mas tarde se quisiera presentar una acusacion contra ti, se tendrian en cuenta todas las consideraciones concernientes a… tu enfermedad. Se las cuidaria. Ahora mismo lo unico que quiero es hablar contigo. Conseguir unas respuestas.

– Comprendo.

– Por eso esta aqui tu medico y, por si acaso, hemos convocado al abogado Nilsen. En caso de que no te gustara… -Yngvar Stubo sonrio-. En caso de que no te gustara podrias cambiarlo. Mas tarde. Si fuera necesario.

– Si.

– Tengo entendido que descubriste bastante tarde que habias sido adoptado.

Mats Bohus volvio a asentir. El hombre que se llamaba Stubo se sento frente a el, en el sitio del medico. Tras el escritorio del medico. Resultaba irreverente. Era una mesa privada, con las fotografias de su mujer y sus tres hijos en un marco de plata. Alex Bonheur estaba sentado en el marco de la ventana. Tenia pinta de estar incomodo. Detras de el, a traves del cristal, Mats Bohus veia como el dia llegaba a hurtadillas, con una claridad gris y mate.

– ?Podrias, hablar un poco de eso?

– ?Por que lo pregunta?

– Me interesa.

– En realidad creo que no.

Mats Bohus habia cogido la torre al entrar. La escondia en la mano derecha.

– Que si. La verdad es que si me interesa -admitio el policia.

– Esta bien. Soy adoptado. No supe nada hasta los dieciocho anos. Cuando murio mi padre. Ese mismo dia. El cumpleanos. No hay mucho mas que contar…

– ?Te… choco? ?Sorprendio? ?Dolio?

– No estoy seguro -dijo Mats Bohus.

– Intentalo.

– ?Intentar que?

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