y pregunto-: ?Ibas a decir algo?

– ?Como?

Inger Johanne se coloco a Ragnhild sobre el hombro y las arropo a las dos mejor con la manta.

– Cuando he llegado, daba la impresion de que ibas a decir algo -observo Yngvar bostezando largamente-. ?De que se trataba?

Llevaba muchas horas esperandolo, mirando por la ventana a ver si llegaba, mirando el reloj; con impaciencia y aprension habia esperado deseando poder compartir con el la carga de lo que habia visto y recordado. Y luego no era mas que una casualidad, todo el asunto.

No. No podia ser una casualidad.

– Nada -dijo-. No era nada.

– Entonces me acuesto -dijo el, y se fue.

Apenas habia comenzado el domingo 22 de febrero. Las aceras y calzadas de la ciudad estaban inusitadamente tranquilas. Casi no se veian peatones por la calle Karl Johan, a pesar de que los clubes nocturnos y algun que otro pub todavia iban a estar abiertos varias horas. El viento traia nieve pesada y fria del fiordo, y desanimaba a la mayoria de la gente. Ni siquiera habia personas en la parada de taxis junto al Teatro Nacional, donde por lo general a esas horas se producian empujones y peleas. Solo una chica joven, con las faldas demasiado cortas y los zapatos demasiado finos, se inclinaba sobre el viento. Pegaba pisotones y hablaba por un movil con enfado.

– Lo mas facil es que cojas por la calle Droning Maud -dijo uno de los policias metiendose un papel en el bolsillo.

– ?No seria mejor…?

– Droning Maud -repitio el otro, tajante-. ?Llevo yo anos conduciendo por estas calles o no?

El mas joven se rindio. Era su primer turno con el enorme bravucon en el asiento del copiloto. Hacia mucho que los rumores le habian contado que lo mejor era callar y hacer exactamente lo que indicaba. Acabaron el trayecto en silencio.

– Aqui -dijo el mas joven, y condujo el coche hasta una pila de nieve en la calle Huitfeldts-. No encuentro mejor sitio para aparcar.

– Joder -mascullo el otro al salir del estrecho coche-. Como tengamos problemas para sacar el coche, te va a tocar a ti ocuparte de toda la mierda. Y yo me cojo un taxi. Que te quede bien clarito. No pienso…

El resto desaparecio entre murmullos y viento.

El mas joven siguio las huellas de su companero.

– Que suerte -dijo el mayor, le llevo pocos segundos abrir la puerta al amparo de sus amplias espaldas-. ?Anda, la puerta estaba abierta! A mi aqui no me hace falta la bendicion de un puto jurista. Vamos, agente Kalvo.

Petter Kalvo tenia veintinueve anos y aun conservaba una especie de fe infantil. Tenia el pelo tupido y corto, solia ir bien vestido. En comparacion con el desaseado hombre en vaqueros y unas botas Doctor Martens ya casi sin suela, Petter Kalvo parecia un joven recien admitido en West Point. Junto a las escaleras se puso firme, con las manos a la espalda.

– Esto es muy poco reglamentario -dijo, pero la voz se quebro-. No puedo…

– Corta el rollo.

Se abrieron las puertas del ascensor. El companero entro, Petter Kalvo lo siguio vacilante.

– Confia en mi -se rio el mayor-. En este trabajo no se sobrevive si no se coge algun que otro atajo. Tenemos que llegar de improviso, sabes. Si no…

Guino el ojo. La mirada daba miedo; un ojo azul y otro marron, como un gelido perro husky.

Habian llegado a la cuarta planta. El policia con calva aporreo la puerta verde con el puno antes de mirar una vez mas el papel, clavado en la puerta con una chincheta, en el estaba escrito el nombre.

– Ulrik Gjemselund -leyo-. Es aqui, vamos.

De pronto dio dos pasos hacia atras. Y golpeo la puerta con el hombro con una fuerza tremenda. Dentro sonaron gritos. El policia volvio a coger carrerilla y le pego una patada. La puerta cedio, arrancada del marco y de los pernios. Como en pelicula lenta, cayo pausadamente en la entrada.

– Asi lo hacemos -sonrio el policia, y entro-. ?Ulrik! ?Ulrik Gjemselund!

Petter Kalvo se quedo de pie en el pasillo. El sudor corria bajo su gabardina de Berberi. «Esta loco -penso aturrullado-. Este tipo esta como una cabra. Me han dicho que haga lo que me pida. Que lo mejor es obedecer y hacer como si nada. Despues de la suspension nadie quiere trabajar con el. Un perro solitario, dicen que es; alguien que ya no tiene nada que perder. No quiero…»

– Agente Kalvo -berreo el companero desde algun lugar del piso-. ?Ven aqui! ?Entra de una puta vez!

Entro a reganadientes. Vislumbraba un televisor en lo que debia de ser el salon. Se acerco mas.

– Mira a este payaso -dijo su companero.

Un hombre de poco mas de veinte anos estaba de pie en el fondo de un rincon, junto a un aparato de estereo, bajo un estante con libros que recorria todas las paredes bajo el techo. Estaba desnudo y se aferraba a sus propios genitales. Tenia la espalda y los hombros hundidos, y la media melena alborotada.

– Ahi lo tenemos controlado -dijo el companero a Kalvo-. Ahora tu te puedes quedar aqui vigilando a nuestro chico y yo me voy a dar una vuelta por aqui. Se esta cuidando la polla con tanto esmero que da la impresion de que cree que se la vamos a cortar. Pero no lo vamos a hacer. Tranquilizate.

Lo ultimo iba dirigido al habitante de la vivienda, que seguia aplastado contra el rincon.

– Coged lo que querais -balbuceaba-. Coged…, tengo dinero en el monedero. Podeis coger…

– Relajate -dijo Petter Kalvo.

Dio un paso hacia el hombre desnudo, que alzo un brazo para protegerse la cara.

– ?No se lo has dicho? -pregunto Kalvo, sorprendido por su propio enfado-. Joder, ?no le has dicho que somos de la policia?

El chico gimio.

El companero bramo:

– Tranquilo. Claro que se lo he dicho. El tipo tiene que ser duro de oido. No dejes que vaya a ningun lado.

El agente de policia Petter Kalvo se esforzaba en pensar con claridad. Se enderezo cuidadosamente la chaqueta y tiro de la corbata, como si durante este escandaloso e ilegal registro fuera especialmente importante ir bien vestido. Tenia que hacer algo. Parar esto. Dar la alarma. Protestar. Podia, por ejemplo, salir, bajar al coche y llamar a una patrulla.

– No te preocupes -dijo en cambio, intentando forzar una sonrisa-. Hace mucho ruido, pero no es peligroso.

La voz era debil y sin rastro de conviccion. El mismo se dio cuenta. Volvio a dar otro paso hacia el muchacho, que por fin habia bajado el brazo.

– Solo queremos comprobar que…

– Pipiolo -dijo el companero quejumbroso desde la puerta-. ?Ulrik Gjemselund es un verdadero principiante, por lo que entiendo! -En la mano tenia una pequena bolsa de plastico con polvo blanco-. La cisterna -dijo, y chasqueo la lengua-. Es el primer sitio donde buscamos, Ulrik. El primero de todos. Ensename un piso en el que crea que haya drogas y yo voy al bano con los ojos cerrados, destapo la cisterna y miro. Joder, que conazo. -Se acaricio el bigote rojo oxido con vetas grises. La cabeza giraba lentamente de un lado a otro mientras abria la bolsa, metia un menique sucio en lo blanco y lo probaba-. Cocaina -dijo fingiendo sorpresa-. Y yo que estaba seguro de que guardabas la fecula de patata en el vater. O heroina o algo asi. Y en cambio lo que tenemos es una buena cantidad de mierda de pijos. Muy mal, muy mal. ?No te muevas!

El chico del rincon se puso firme, aterrorizado. Habia estado a punto de hundirse hasta sentarse, todavia con las manos sobre la entrepierna. Se habia puesto a llorar abiertamente.

– Tranquilo, pequenin. Quedate ahi. No te vayas.

El policia abria cajones y armarios. Pasaba la mano bajo los estantes y detras de los libros. Pasaba los dedos por los marcos de los cuadros y bajo los asientos de las sillas. Se detuvo ante la mesa del ordenador en el rincon que daba a la cocina. Habia cuatro cajas de IKEA apiladas sobre la impresora. Abrio la primera y vacio el contenido sobre el suelo.

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