– Con tu frialdad, Inger Johanne.

– No soy fria.

– Si, estas siendolo.

– No tienes remedio. Quieres que este siempre contenta, calida y cercana. Eso es imposible. Grow up. Somos dos personas adultas, con los problemas de la gente adulta. No tiene por que ser peligroso.

Ella habia dicho «no tiene por que ser peligroso». Yngvar queria oir «no es peligroso». Se cogio las manos y empezo a estudiar sus nudillos, que se estaban poniendo blancos. Dentro de catorce meses cumpliria cincuenta anos. La edad se le notaba cada vez mas; la piel estaba seca y floja sobre el torso de la mano, incluso cuando tensaba los dedos.

– ?Puede haber alguien dirigiendo esto? -dijo ella, vacilante.

– Dejalo ya -intervino el, y abrio la mano derecha.

Inger Johanne miro a Jack, que no dejaba de dar vueltas en torno a su cojin y no conseguia echarse a descansar.

– ?Puede haber alguien que este fuera manipulando a otros para que asesinen? -indico ella, sobre todo para si misma, como si pensara en voz alta-. Alguien que conoce estas viejas historias y que por alguna razon u otra quiere recrear… Me voy a volver loca -murmuro al final.

Por fin el perro se tumbo.

– Nos acostamos -dijo el.

– Si -dijo ella.

– Dijiste cinco -dijo el.

– ?Cinco que?

– Cinco asesinatos. La conferencia trataba de cinco asesinatos. Todos ejemplos de lo que Warren llamaba… ?proportional revenge?

– Retribution.

– ?Como eran los dos ultimos casos? -pregunto el sin levantar la vista de la mano.

Inger Johanne se quito las gafas. El cuarto perdio nitidez, y ella limpio lentamente los cristales con los ojos medio cerrados.

– ?Quienes fueron asesinados? -pregunto el-. ?Y como?

– Un deportista.

– ?Que le paso?

– Le clavaron una jabalina en el corazon.

– Una jabalina… ?Una de esas que se lanzan?

– Si.

– ?Por que?

– El asesino fue un contrincante. Consideraba que lo habian desatendido en el reparto de una serie de becas para deporte en una de las facultades de la Ivy League. Algo asi. No lo recuerdo muy bien. Estoy cansada.

– Asi que ahora nos tenemos que quedar aqui sentados -dijo el-. Completamente impotentes…, esperando a que una estrella del deporte sea despachada brutalmente.

Ella seguia limpiando las gafas con la punta de la camisa, al tuntun y con indecision.

– ?Y el ultimo? -pregunto el, con voz casi inaudible.

Inger Johanne sostenia las gafas contra la lampara de pie y cerro un ojo. Miro hacia la luz a traves de las dos lentes, varias veces. Despues se las volvio a poner lentamente. Y se encogio de hombros.

– ?Sabes?, la verdad es que creo que ahora voy a intentar dormirme. Se ha hecho…

– Inger Johanne -la interrumpio el, y se bebio el resto del cafe de un sorbo.

La taza resono en la mesa.

Una potente luz se reflejo en el techo, el haz de luz paso lentamente desde la cocina hasta la puerta que daba al balcon de la pared del sur. El ruido del motor de un camion hizo vibrar los cristales de la ventana.

– El camion de la basura -profirio Yngvar, alterado-. ?Ahora?

Si no hubiera estado tan cansado, quiza se hubiera dado cuenta de que Inger Johanne contenia la respiracion. Si la hubiera mirado en vez de acercarse a la ventana para comprobar quien se permitia dejar que un camion vagara vacio en medio de la noche por una zona residencial, probablemente se hubiera dado cuenta de que ella tenia la boca medio abierta y los labios palidos. Habria visto que estaba ahi sentada en tension, mirando hacia la entrada; hacia el dormitorio de las ninas.

Pero Yngvar estaba junto a la ventana, y le daba la espalda a Inger Johanne.

– Es un coche de estudiantes del ultimo curso de bachillerato -dijo desazonado cuando por fin el jaleo desaparecio por la calle Hauge-. En febrero. Cada ano empiezan antes las celebraciones. -Titubeo por un momento, antes de sentarse de nuevo en el sofa frente a Inger Johanne-. El ultimo -dijo-. ?Que le paso al ultimo?

– No lo consiguio. Warren incluyo el ejemplo porque…

– ?A quien intento asesinar, Inger Johanne?

Ella cogio las dos tazas y se levanto. El la agarro en el momento que pasaba.

– Da igual -dijo ella-. No lo consiguio.

El movimiento que hizo para desembarazarse de el fue innecesariamente brusco.

– Inger Johanne -dijo sin seguirla, oyo como metia las tazas en el lavavajillas-. Te estas poniendo muy dificil.

– Seguro.

– ?A quien intento asesinar? -repitio Yngvar.

Le sorprendio oir el ruido del lavavajillas. Eran casi las dos. Inger Johanne andaba en los cajones y los armarios.

– ?Que estas haciendo? -murmuro, y salio a buscarla.

– Recojo -dijo ella brevemente.

– Ahora -dijo el hombre senalando el reloj de la pared-. Veo que te estas acostumbrando a vivir en un chale.

– Esto es una casa bifamiliar -dijo ella-. Creo que no pasa por el nombre de chale.

El cajon de la cuberteria cayo al suelo montando un estruendo. Inger Johanne cayo de rodillas e intento reunir los tenedores y los cuchillos, las cucharas y el resto de las cosas.

– Era un padre de familia -sollozo ella- al que estaban investigando en relacion con una estafa al seguro despues del incendio de su casa. Le prendio…, le prendio fuego a la casa del policia. El hogar del investigador. Mientras la familia dormia.

La agarro del brazo, con amabilidad y decision, la cogio en brazos; ella se resistia.

– Ven aqui. Nadie le va a prender fuego a nuestra casa -dijo Yngvar-. Nadie le va a prender nunca fuego a nuestra casa.

Capitulo 12

A lo largo de varios siglos, la gente habia caminado por aquellas calles angostas, entre las casas bajas e inclinadas que se agolpaban las unas contra las otras. Las escaleras se metian sinuosas por estrechos callejones. Los pies habian golpeado contra los escalones de piedra, en el mismo sitio, ano tras ano, dejando un sendero pulido, y ella, en varias ocasiones, se habia sentado en cuclillas para acariciarlo. Los brillantes surcos estaban frios contra sus dedos. Se los llevaba a la boca y sentia una punzada salada en la punta de la lengua.

Se recosto contra el muro que daba al sur. La bruma azul grisacea fundia el mar con el cielo. Ahi fuera no habia horizonte, solo una infinitud sin perspectiva que llegaba a marearla. Ni siquiera aqui, sobre el pico de la loma, corria el viento. Una humedad fria rodeaba el pueblo medieval de Eze. Estaba sola.

En verano el sitio debia de ser insoportable. Incluso con las contraventanas echadas y las puertas de los comercios cerradas por el invierno, las huellas del turismo resultaban evidentes. Los puestos de suvenires estaban apinados; en las diminutas plazas que se abrian en un par de lugares del centro del pueblo, podia ver las cicatrices de la rozadura de las sillas y de las incontables colillas apagadas contra los adoquines. Caminando sola

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