contribuian todos a dibujar la imagen del artista Krogh. El tenaz e inconformista defensor de lo autentico y verdadero. Un alma colorida, un imperturbable soldado al importante e insobornable servicio de la cultura.
Empezo a despotricar en voz alta y se apresuro a bajar el camino. El autobus tenia ya el intermitente puesto para salir de la parada junto a la carretera, pero se detuvo al llegar ella corriendo. Pago y se sento pesadamente en un asiento libre.
Pronto volveria a Noruega para siempre.
En todo caso tenia que salir de la casa de Villefranche. Le habian prolongado el contrato hasta el 1 de marzo, no mas. Dentro de menos de una semana se quedaria sin vivienda, a no ser que volviera a Noruega.
Se representaba su piso, arreglado con gusto y demasiado grande para una sola persona. Solo el armario de acero del dormitorio rompia el suave estilo que habia copiado de una revista de decoracion de interiores. Habia comprado la mayoria en IKEA, pero tambien se habia topado con algun que otro objeto mas exclusivo en las rebajas.
Ella no pegaba con la superficie que tenia su casa.
Casi nunca tenia invitados y no necesitaba tanto espacio. Cuando estaba en casa, se pasaba la mayor parte del tiempo en un despacho desordenado, y por eso le sacaba poco partido a que el resto del piso tuviera buena pinta. En realidad alli nunca se habia sentido en su hogar; era como vivir en un hotel. En sus muchos viajes por Europa, con frecuencia se habia alojado en habitaciones de hotel que resultaban mas personales, calidas y confortables que su propio salon.
Era una persona que no pegaba en absoluto en Noruega. Noruega no era para gente como ella. Se ahogaba en la gran idea igualitaria. Se sentia rechazada por la reducida elite excluyente. Noruega no era lo suficientemente grande para un tamano como el suyo, no era vista como lo que era y por eso habia decidido protegerse con una anonima capa de inaccesibilidad. Invisibilidad. Ellos no querian verla. Asi que ella tampoco queria mostrarse ante ellos.
El autobus se bamboleaba hacia el este. La amortiguacion era francesa y demasiado suave. Tenia que cerrar los ojos para evitar el mareo.
Correr el riesgo de morir no era ninguna hazana. El peligro al que se exponian los escaladores de cumbres y los acrobatas del aire, los remeros solitarios de endebles barcos que cruzaban el Atlantico y los motociclistas con sus audaces ejercicios frente a un publico que aguardaba entusiasmado a que algo fuera catastroficamente mal, estaban limitados por el tiempo que duraba la aventura; tres segundos u ocho semanas, un minuto o quizas un ano.
Ella corria el riesgo de la propia vida. Era la emocion de no aterrizar nunca, de no llegar nunca a la meta, lo que la hacia unica. El riesgo aumentaba cada dia, como ella deseaba y queria. Siempre estaba ahi, intenso y vital: el peligro de ser encontrada y capturada.
Inclino la frente contra la ventanilla. La noche estaba en camino. Las luces a lo largo del paseo maritimo alla abajo estaban encendidas. Una leve lluvia oscurecia el asfalto.
Nada indicaba que se estuvieran acercando. A pesar de las pistas que habia dejado, de la clara invitacion implicita en el patron que habia elegido, la policia seguia avanzando a ciegas. La irritaba, al mismo tiempo que le daba confianza para continuar. Desde luego era una contrariedad que la mujer acabara de tener un hijo. El momento no era el optimo, eso ya lo sabia cuando empezo con todo el asunto, pero habia limites para lo que podia controlar.
Quiza fuera a venir bien que volviera a casa. Que estuviera mas cerca.
Correr mayores riesgos.
El autobus se detuvo y ella se apeo. Ahora ya llovia a cantaros y fue corriendo todo el camino hasta casa. Era ya martes por la noche, del 24 de febrero.
Capitulo 13
– Alguien podria estar manipulandonos desde atras -dijo Yngvar Stubo, atiborrandose de pollo en salsa de yogur-. Esa es su ultima teoria. Yo no se.
Sonrio con la boca llena de comida.
– ?Que quieres decir? -inquirio Sigmund Berli-. ?Como si alguien estuviera empujando a otros a cometer los asesinatos? ?Enganandolos?
Cogio un pedazo del pan indio nan, lo sostuvo entre el pulgar y el indice y lo estudio con escepticismo.
– ?Esto es una especie de pan sin levadura o que?
– Nan -dijo Yngvar-. Pruebalo. La teoria no es una chorrada. Quiero decir, evidentemente es logica. En algun sentido. Si tenemos que admitir que Mats Bohus mato a Fiona Helle, pero a ninguno de los otros dos, resulta plausible que haya alguien detras de todo esto. Una mano rectora. Alguien con un movil superior, digamos. Pero al mismo tiempo…
Sigmund masticaba y masticaba. No conseguia tragar.
– Es que este pan…
– Joder -murmuro Yngvar inclinandose sobre la mesa-. ?Espabila! ?Hace treinta anos que hay restaurantes indios en Noruega! Te comportas como si te estuvieras comiendo un trozo de carne de serpiente. Es pan, Sigmund. Solo pan.
– Ese no es indio -murmuro el companero senalando con la cabeza hacia el camarero, un hombre de mediana edad con aseado bigote y calida sonrisa-. Es paqui.
El mango del cuchillo de Yngvar alcanzo la mesa dando un golpe.
– Ya esta bien -le espeto-. Te debo mucho, Sigmund, pero no lo suficiente como para aceptar estas chorradas. Te lo he dicho mil veces, manten tu puto…
– Paquistani, queria decir. Lo siento. Pero es que es paquistani. No indio. Y mi estomago no aguanta especias tan fuertes.
Una mueca, exagerada y amanerada, le cruzo la cara mientras se cogia dramaticamente la tripa.
– Has pedido comida suave -dijo Yngvar sirviendose mas raita-. Si no aguantas eso, es que no aguantas ni la coliflor hervida. Come.
Sigmund cogio un pedazo con el tenedor para probar. Vacilo. Se lo metio lentamente en la boca. Mastico.
– Si, si…, como.
– Pero es que no consigo que encaje del todo -dijo Yngvar-. Es como tan poco… noruego. Tan poco europeo. Que a alguien se le pueda ocurrir usar a personas desgraciadas como piezas de un gran juego de asesinatos.
– Ahora te estas pasando tu -dijo Sigmund, trago y cogio otro trozo-. Ya nada es poco noruego. Desde el punto de vista criminal, quiero decir. La situacion aqui no es una pizca mejor que en otros sitios. Hace una eternidad que no lo es. Son todos estos… -se detuvo, se lo penso y continuo- rusos -completo-. Y los putos bandidos de los Balcanes. Esos tios no tienen verguenza en esta vida, ya lo sabes.
La expresion de la cara de Yngvar le hizo levantar la palma de la mano.
– No creo que describir la realidad sea racismo -protesto enardecidamente Sigmund-. ?Esa gente es igual que nosotros! La misma raza y todo. Pero tu sabes bien como…
– Para. En este caso no hay extranjeros implicados. Las victimas son noruegas de pura cepa. Rubios, de hecho, todos ellos. Lo mismo pasa con el desgraciado al que hemos cogido. Olvida a los rusos. Olvida los Balcanes. Olvida, me cago en… -Pego un violento respingo y se llevo la mano a la mejilla-. Me he mordido la mejilla -murmuro-. Duele.
Sigmund arrimo la silla a la mesa. Se coloco la servilleta en el regazo y agarro el cuchillo y el tenedor, como si quisiera comenzar la comida de nuevo.
– Admite que la conferencia esa de Inger Johanne resulta bastante espeluznante -dijo Sigmund, sin dar importancia a la bronca de Yngvar-. Un poco
– No mucho -admitio Yngvar.
– Pero ?que?