realmente preocupado. Los ojos se le habian estrechado mas que nunca, y la boca tenia un gesto cansado y de preocupacion.

– ?Que pasa? -pregunto Sigmund. Yngvar pago y se levanto.

– Vamos.

– ?Que cono pasa? -repitio Sigmund con impaciencia cuando salieron a la calle de Arendal; un autobus paso atronando.

– Trond Arnesen ha mentido -dijo Yngvar encaminandose al taller de Myre, el coche estaba aparcado ante las antiguas instalaciones de la fabrica.

– ?Como? -grito Sigmund correteando a su lado.

Un camion estaba detenido ante un semaforo en rojo. El estrepito era ensordecedor.

– Trond Arnesen no es tan inocente como yo creia -bramo Yngvar en respuesta-. Mantenia una relacion paralela.

El semaforo cambio a verde, y el camion se puso en marcha y desaparecio en direccion a Torshov.

– ?Como?

– Con un hombre -dijo Yngvar, y cruzo la calle corriendo-. Un chico joven.

– Es lo que siempre he dicho -dijo Sigmund esforzandose por seguir a su companero-. Nunca se puede confiar en los maricones.

Yngvar no tenia fuerzas para replicarle.

Habia creido a pies juntillas en la inocencia de Trond Arnesen.

Inger Johanne se desperto porque alguien andaba en las escaleras. El miedo se le disparo por los miembros. Ragnhild estaba tumbada sobre ella, aplastada entre el brazo izquierdo y el cuerpo. La pequena dormia profundamente. Fuera seguia habiendo luz. Tenia que ser de dia. Por la tarde. ?Cuanto tiempo habia dormido? Alguien se acercaba.

– ?Estabas dormida? Que bien.

Su madre sonrio y se acerco al sofa.

– Mama -jadeo Inger Johanne-. ?Me has asustado! No puedes…

– Si, si que puedo -dijo la madre con decision, hasta ese momento Inger Johanne no se habia dado cuenta de que no se habia quitado la ropa de abrigo-. Me he tomado la libertad de usar la llave de repuesto que habeis dejado en casa. Para serte franca, me temia que no me fueras a abrir si llamaba a la puerta y mirabas por la ventana de la cocina y veias que era yo.

– Por supuesto que hubiera…

Inger Johanne intentaba levantarse del sofa sin despertar a Ragnhild.

– No, corazon. No me habrias abierto. ?Cuanto tiempo has dormido?

Inger Johanne le echo un ojo al reloj de pulsera.

– Doce minutos -dijo bostezando-. ?Por que estas aqui?

– Relajate -dijo la madre, y desaparecio en la cocina.

Se puso a abrir armarios y cajones. La puerta de la nevera se abrio y se volvio a cerrar. Inger Johanne oyo el entrechocar de botellas y el ruido sordo y de succion de la puerta del congelador. Consiguio ponerse en pie.

– ?Que estas haciendo? -murmuro irritada.

– Estoy empaquetando -dijo la madre.

– ?Empaquetando?

– Que bien que tengas tanta leche materna guardada. Asi…

Con dedos diestros, enrollo los biberones congelados en papel de periodico.

– ?Que estas haciendo, mama?

– ?No podrias portarte bien y sacar algo de ropa? Su pijama. Panales. Ah, no, tu padre ya ha comprado panales. Libero, ?no? Tu haz una pequena maleta, ya esta. Y no se te vayan a olvidar un par de chupetes extra, por favor.

Inger Johanne intento cambiar al bebe de posicion. La nina entreabrio los ojos y gimoteo.

– No voy a dejar que te lleves a Ragnhild, mama.

– Te aseguro que si.

La madre ya estaba metiendo los biberones perfectamente aislados en una bolsa termica con el logotipo de Coca-Cola.

– Ni hablar.

– Ahora me vas a escuchar, Inger Johanne. -Su madre cerro la cremallera con enfado y dejo la bolsa sobre la encimera de la cocina. Despues se paso los dedos por el pelo gris, antes de apresar la mirada de su hija y declarar-: Resulta que esto lo voy a decidir yo.

– No puedes…

– Callate. -La voz era tajante, pero baja. Ragnhild no reacciono-. Tengo claro que por lo general no tienes una gran opinion de mi, Inger Johanne. Nosotras dos no siempre hemos sido las mejores amigas del mundo. Pero soy tu madre, y desde luego no tan tonta como tu te crees. Durante la comida del domingo no solo me di cuenta de que estabas agotada, sino que tambien percibi algo que solo puedo interpretar como… miedo.

Inger Johanne tomo aire para protestar.

– Yo…

– Que te calles -la regano su madre-. No tengo la menor intencion de preguntarte que es lo que te da miedo. De todos modos nunca me cuentas nada. Pero al menos puedo contribuir con sueno. Ahora me voy a llevar a mi nieta conmigo a casa, y tu te vas a ir a acostar. Son las… -los ojos miraron el reloj de pared-, las dos y media. Le he pedido a Isak que vaya a buscar a Kristiane al colegio. Yngvar dice que se va a quedar trabajando hasta tarde. Se va a quedar a dormir en nuestra casa, asi nadie te va a molestar. Tu… -el dedo le vibraba cuando senalo- te vas a ir a la cama. No eres tan boba como para no entender que Ragnhild esta en buenas manos conmigo. Con nosotros. Tu, a dormir. O como si te quieres pasar toda la noche leyendo libros, si eso es lo que hace falta para que te pongas mas contenta. Pero yo creo…, pero, carino…

Inger Johanne escondio la cara en el pequeno bulto. Al sentir el suave aroma de ropa limpia, sollozo. La madre le acaricio el pelo y saco con cuidado a Ragnhild de los brazos de su hija.

– ?Lo ves? -dijo la madre-. Estas completamente exhausta. Acuestate, anda, que ya encontrare yo todo lo que necesito.

– No puedo… No puedes…

– He criado a dos hijas. Me saque el titulo de la Escuela de Amas de Casa. He llevado mi hogar toda la vida. Puedo hacerme cargo de un bebe una noche o dos.

Los decididos pasos de la madre resonaron sobre el parque cuando se dirigio al cuarto de las ninas. Inger Johanne queria salir corriendo detras, pero le faltaban las fuerzas.

Sueno. Muchas, muchas horas de sueno.

Poco le falto para acostarse en el suelo. En su lugar, cogio una botella de agua medio llena y bebio. Despues se metio en su cuarto. Apenas le llegaron las fuerzas para desvestirse. La ropa de cama le producia una buena sensacion de frescor contra la piel. La habitacion estaba fria. El edredon caliente. Durante algunos minutos oyo como la madre le murmuraba cosas a la nieta. Pasos que iban de aca para alla, salian al cuarto de bano, volvian a la cocina, entraban en la habitacion de Ragnhild.

– La pomada -murmuro Inger Johanne-. No se te vaya a olvidar la pomada.

Pero ya estaba dormida y no se desperto hasta dieciseis horas mas tarde.

– No soy asi -dijo Trond Arnesen, desesperado-. ?En realidad, no soy asi!

Sobre la mesa que lo separaba de Yngvar Stubo habia cinco sobres reunidos con una goma de pelo. Todas las cartas estaban dirigidas a Ulrik Gjemselund. Las grandes letras mayusculas eran las mismas que adornaban la primera hoja de un filofax que habia junto a la pila de cartas.

– Trond Arnesen -leyo Yngvar Stubo martilleando el dedo indice contra el papel-. Tienes una letra muy caracteristica. Podemos acordar que no es preciso un analisis grafologico, ?no? ?Zurdo?

– ?De verdad que no soy asi! ?Tiene que creer lo que le digo!

Yngvar se balanceo sobre la silla. Se cogio las manos detras de la nuca. Se paso los pulgares por los pliegues. Ritmicamente dejaba que el respaldo pegara contra la pared. Se quedo mirando al chico, sin decir nada.

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