Cruzo la habitacion con los zapatos llenos de barro. Cogio el cochecito de bomberos, sonrio de oreja a oreja y se lo metio en el bolsillo.
– ?Adios, mama! ?Adios, Yngvar!
La nina se fue bailando detras de su padre. Yngvar e Inger Johanne se quedaron sentados en silencio escuchando como trajinaban por el cuarto de Kristiane. Cuando ella quiso levantarse a ayudar, el la detuvo poniendole la mano sobre el muslo. Cinco minutos mas tarde oyeron como aceleraba el Audi ATT de Isak por la calle Haug.
– Te apuesto lo que quieras a que se ha dejado el pijama y el cepillo de dientes -dijo Inger Johanne, y procuro no oir el suspiro de Yngvar cuando respondio:
– Se puede comprar un cepillo de dientes en cualquier gasolinera, Inger Johanne. Y puede dormir en camiseta. Isak se ha acordado de Sulamit, que es lo mas importante. No te pongas…
De pronto ella se levanto y fue al cuarto de bano.
«Soy aburrida -penso, y quiso meter la ropa sucia en la lavadora-. No soy nada emocionante ni elegante. Lo se. Yo siento responsabilidad y pocas veces soy impulsiva. Soy una persona aburrida. Pero por lo menos nunca me aburro.»
El hombre que estaba sentado en una silla, con una diana enganchada con un imperdible al bolsillo de la camisa, era una estrella muy impopular. Llevaba el pelo largo recogido en una coleta. La raiz del pelo formaba un pico diabolico sobre su frente.
Habia algo de hombre primitivo en la pesada prominencia de la frente sobre los ojos. Las cejas estaban unidas; una gruesa oruga que le cruzaba la frente. La nariz era sofisticada, recta y estrecha. Los labios, gruesos. La perilla emergia en punta alrededor de la boca. La lengua se vislumbraba entre los colmillos, que habia hecho que le afilaran. Las comisuras de los labios le colgaban formando un gesto feo. Sobre su cabeza pendia un cubo de hojalata, clavado a la pared por el fondo.
Havard Stefansen tenia por profesion correr el diatlon, esqui de fondo combinado con tiro al blanco. Hasta ahora, su mayor hazana como senior habia sido ganar dos medallas de plata en los Juegos Olimpicos. La ultima temporada habia ganado tres series de la Copa del Mundo. Puesto que solo tenia veinticuatro anos, era una de las mayores esperanzas de Noruega ante los Juegos Olimpicos de Turin de 2006. «Si se comporta como es debido», le habia advertido oficialmente el seleccionador nacional hacia seis semanas.
A lo largo de sus dos temporadas en la seleccion nacional senior, a Havard Stefansen lo habian mandado a casa en cuatro ocasiones.
Era arrogante como vencedor y muy mal perdedor. Por lo general, echaba sin tapujos la culpa a los otros participantes cuando una carrera salia mal: se dopaban y hacian trampas. Trataba a los extranjeros y a sus propios companeros de equipo con desprecio. Havard Stefansen era descortes, egocentrico, y nadie queria compartir dormitorio con el. A el parecia darle lo mismo.
Al publico tampoco le gustaba y nunca habia tenido patrocinadores personales. La arrogancia y los tatuajes con amenazas no eran propios de la profesion que habia elegido. En las carreras se lo recibia con abucheos o silencios, y en cierto sentido daba la impresion de que le gustaba. Cada vez era mas rapido, disparaba cada vez mejor y no hacia nada por mejorar su depravada imagen publica.
Ahora era demasiado tarde.
Era la noche del viernes 2 de marzo y la diana sobre el corazon del hombre habia sido alcanzada en el centro. La mirada era cristalina. Cuando Yngvar Stubo se inclino sobre el cadaver, le dio la impresion de que tenia moratones sobre los parpados, como si alguien los hubiera levantado por la fuerza.
– No lo mataron aqui dentro -dijo un agente de la policia de Oslo, con pelo muy rojo que le asomaba por debajo de la gorra-. Eso parece bastante claro. Le han clavado un cuchillo en la espalda. Mientras dormia, supongo. No hay senales de lucha, pero la cama esta llena de sangre. Las huellas hasta aqui son claras. Da la impresion de que mas o menos le han echado la ropa encima. Creemos que lo mataron mientras dormia, que lo trajeron aqui.
– El agujero de la bala -murmuro Yngvar, se estaba mareando.
– Es un perdigon de plomo -dijo el otro-. Le han disparado con una escopeta de aire comprimido. Esto es sencillamente una especie de pista de tiro interior. -Senalo el cubo, que tenia la abertura tapada con una diana de papel-. Pero solo para rifles de aire comprimido, claro. Los disparos son absorbidos por el cubo. El rifle solo emite un «pof». Eso explica por que nadie ha oido nada. Si el tipo hubiera estado vivo cuando le dispararon, probablemente le hubiera hecho bastante dano. Pero nada mas. Eso de ahi, en cambio…
El policia que acababa de presentarse como Erik Henriksen senalo la mano derecha de Havard Stefansen. Descansaba, semiabierta y laxa, sobre su entrepierna. Faltaba el dedo indice. Solo quedaba un munon deshilachado.
– El dedo del gatillo -dijo Henriksen-. Y mira esto…
Fue hasta el otro lado del pasillo. El mono de papel crepitaba cuando se movia. Un rifle de aire comprimido estaba enganchado con cinta adhesiva a un caballete. El canon se balanceaba sobre el palo de una escoba puesto en diagonal. Sobre el gatillo del rifle que apuntaba al corazon de Havard Stefansen, estaba el dedo indice de Havard Stefansen. Estaba azulado y tenia la una un poco demasiado larga.
– Necesito salir de aqui -dijo Yngvar-. Lo siento. Solo que tengo que…
– Aunque es asunto nuestro -dijo Erik Henriksen-, pense que seria mejor que la gente de Kripos le echarais un vistazo. La verdad es que recuerda sospechosamente a…
«Un deportista -penso Yngvar, desesperado-. Esto era lo que estabamos esperando. Yo no podia hacer nada. No podia custodiar a todos los deportistas del pais. No podia dar la alarma. Habriamos hecho que cundiera el panico. Y yo no sabia nada. Inger Johanne creia y pensaba y sentia, pero no sabiamos nada seguro. ?Que deberia haber hecho? ?Que voy a hacer ahora?»
– ?Como consiguio entrar el autor de los hechos? -consiguio decir Yngvar, y se decidio a aguantar-. ?Rompio la puerta? ?La ventana?
– Estamos en un quinto piso -senalo Henriksen, medio irritado, este tipo de Kripos no respondia exactamente a los rumores que corrian sobre el-. Pero mira esto.
A pesar de que el piso estaba en un edificio antiguo, la puerta de entrada parecia nueva, con un cerrojo moderno y solido. Henriksen senalo con un boligrafo.
– Un truco viejo, hasta cierto punto. Han metido madera tanto en la cerradura como aqui… -El boligrafo paso sobre el propio cerrojo-. Esta atascado. Cerillas, probablemente.
– Vaya -murmuro Yngvar-. Una travesura trivial.
– Por ahora suponemos que la puerta estaba abierta mientras Havard Stefansen estaba en casa despierto. Alguien ha destrozado el cerrojo. El piso es lo suficientemente grande como para que se pudiera hurgar aqui fuera mientras el comia, por ejemplo. Como es el ultimo piso, hay menor riesgo de que te pillen. No esta claro si Havard Stefansen intento cerrar la puerta o no antes de acostarse. Un bravucon como el, con la casa llena de armas, quiza no tuviera ningun miedo. Pero como intentara cerrar, le hubiera sido dificil.
«Se esta haciendo mas osado -penso Yngvar, tenia una jaqueca atronadora y cerro los ojos-. Cada vez se atreve a mas. Necesita mas. Como los escaladores de cimas, que cada vez tienen que subir mas alto, escalar mas escarpado y vivir mas peligrosamente. Ahora se esta acercando. Esta victima era mas fuerte que el fisicamente. Lo sabia y tomo sus precauciones. Mato a Havard Stefansen mientras dormia. Un simple ataque por la espalda. Sin carga simbolica, sin refinamiento. Eso no le importa nada, somos nosotros quienes tenemos que coger el mensaje. El mundo. No el muerto. Somos nosotros quienes tenemos que escandalizarnos ante esta imagen; el deportista que apunta a su propio corazon endurecido. Es a nosotros a quien provocar. A nosotros. ?A mi?»
– ?Este tipo dormia con coleta? -pregunto Yngvar, sobre todo por decir algo.
– Le quedaba bastante bien, la verdad. -El agente de policia Henriksen se encogio de hombros y anadio-: Quizas el asesino le haya puesto la goma. Para hacer que pareciera… el mismo, o algo asi. Para reforzar la ilusion. Y ha tenido exito, por decirlo asi. Jod…
Contuvo las maldiciones a tiempo. Quiza por respeto hacia el muerto. Uno de sus companeros asomo la cabeza desde las escaleras.
– Hola -susurro-. ?Erik! La senora esta aqui. La que nos aviso. Ella encontro el cadaver.
Erik Henriksen asintio con la cabeza y alzo la mano en senal de que iria en un momento.
– ?Has visto lo suficiente? -pregunto.