– Mas que suficiente -asintio Yngvar, y lo siguio afuera del piso.

En el descansillo habia una mujer. Era grande. Tenia el pelo oscuro, con grandes rizos desordenados. El color de la piel podia indicar que habia pasado mucho tiempo al aire libre. La edad era dificil de determinar. Llevaba vaqueros y un gran jersey verde. La luz del techo se reflejaba en sus estrechas gafas, lo que hacia dificil verle los ojos. A Yngvar le daba la impresion de que la conocia de algo.

– Esta es Wencke Bencke -dijo el policia que acababa de presentarse-. Vive en el piso de abajo. Iba al desvan a dejar unas maletas. La puerta estaba abierta, asi que…

– Llame al timbre -lo interrumpio ella-. Como no respondio nadie, me tome la libertad de echar un vistazo. Supongo que ya saben lo que me encontre. Llame inmediatamente a la policia.

– Wencke Bencke -dijo Erik Henriksen-. ?La escritora de novelas policiacas?

Ella sonrio insondablemente y asintio con la cabeza.

No en direccion a Henriksen, que le habia planteado la pregunta. Tampoco la sonrisa iba dirigida al policia de uniforme que daba la impresion de querer sacar un pedazo de papel en cualquier momento y pedir un autografo.

Era a Yngvar a quien miraba. Se dirigio a el cuando saco la mano y dijo:

– Yngvar Stubo, ?no? Un placer saludarte por fin.

Su apreton de manos era firme, casi duro. La mano era grande y ancha. La piel anormalmente caliente. El la solto rapidamente, como si se hubiera quemado.

Capitulo 16

El asesino de los famosos se habia convertido en un monstruo.

De todos modos la prensa se habia calmado ligeramente despues de que se supiera que el asesino de Fiona Helle era paciente de una institucion psiquiatrica, con un movil que la mayoria al menos podia comprender. Durante un breve periodo de tiempo habia dado la impresion de que tambien los periodistas contemplaban la posibilidad de que se enfrentaban a un efecto de contagio. Posiblemente no se trataba de un asesino en serie, admitian los comentadores, sino mas bien de la amenazadora coincidencia de varios grotescos asesinatos singulares. Cuando Rudolf Fjord eligio quitarse su propia vida, los medios de comunicacion estuvieron sorprendentemente moderados, fueron casi sobrios a la hora de cubrir la tragica noticia.

Cuando encontraron a Havard Stefansen muerto y colocado como diana de su propia pequena pista de tiro cubierta, Noruega volvio a salirse de sus casillas.

Los psicologos regresaron a la arena. Los acompanaron detectives privados y altos cargos de policia extranjera, investigadores y analistas criminales. Los expertos dibujaban y explicaban, a lo largo de muchas columnas y en todos los canales. Al cabo de una jornada, el asesino en serie volvia a estar en la conciencia de todos. Era un monstruo. Un psicopata sin sensibilidad. En un par de dias, el asesino de los famosos paso a ser una figura mitica con rasgos de caracter que, por lo general, solo se encontraban en la literatura sombria y gotica.

La familia real marcho al extranjero y Palacio no podia precisar para cuando se esperaba su regreso. Los rumores sostenian que en el Parlamento se habia doblado la plantilla de guardas, a pesar de que el jefe de seguridad, tenso y serio, se nego a comentar el caso. Se cancelaron estrenos de teatro. Se suspendieron conciertos previstos. Una boda muy comentada, entre un politico y una ejecutiva, fue suspendida tres dias antes de la ceremonia. Pospuesta hasta el otono, dijo un novio parco en palabras que aseguro que el amor seguia floreciendo.

Tambien la gente corriente, la gran mayoria cuyo nombre nunca ha salido en los periodicos ni ha visto su cara impresa en una revista a todo color, tiro las entradas del cine a la papelera y decidio no salir el fin de semana. Un ambiente de conmocion y curiosidad, miedo y emocion, placer en el sufrimiento ajeno y sincera desesperacion hacia que la gente se quedara con los suyos.

Era lo mas seguro.

Inger Johanne Vik e Yngvar Stubo tambien estaban en casa. Era ya jueves 4 de marzo y eran casi las ocho y media de la noche. Ragnhild dormia. El televisor estaba encendido. El volumen era bajo, ninguno de los dos estaba prestando atencion.

En los dos ultimos dias apenas habian hablado. Los dos cargaban con un miedo demasiado grande como para compartirlo con el otro. Esta vez el asesino habia elegido a un deportista. Solo quedaba un caso de la conferencia de Warren Scifford sobre proportional retribution, e Inger Johanne e Yngvar se merodeaban con tensa y fingida amabilidad. La vida del chale adosado de Tasen transcurria ajetreada. En la cotidianidad el miedo podia camuflarse.

Un rato, al menos.

Yngvar estaba montando unos estantes en el bano. Llevaban medio ano con el armario. Inger Johanne esperaba oir el llanto de Ragnhild de un momento a otro, aquellos martillazos podian despertar a un muerto. Pero no tenia fuerzas para hablar con el. Estaba sentada en el sofa hojeando un libro. Leer era imposible.

– Esta noche, Redaccion EN sera ampliado a una hora -dijo una voz apenas audible.

Inger Johanne cogio el mando a distancia. La voz subio de volumen. Sono la sintonia.

El presentador iba vestido de negro, como si fuera a asistir a un entierro. No sonreia, como solia hacer al principio de la emision. Inger Johanne no recordaba haber visto nunca con corbata al experimentado presentador del programa.

Tambien la jefa de la policia se habia engalanado para la ocasion. El uniforme le quedaba suelto; las ultimas semanas, la normalmente delgada mujer se habia quedado en los huesos. Estaba sentada rigida y tensa en su silla, como si estuviera en guardia. Por una vez tuvo problemas para responder con claridad a las preguntas que le formulaban.

– Yngvar -dijo Inger Johanne-. Deberias venir. -Fuertes martillazos en el bano-. ?Yngvar!

Fue a buscarlo. Estaba a cuatro patas intentando separar dos estantes.

– Joder, mierda -dijo el para si-. Este manual de instrucciones esta fatal.

– Hay una emision especial sobre tu caso -dijo ella.

– No es mi caso. No es de mi propiedad.

– No digas tonterias. Anda, ven. Los estantes no se van a ir a ningun sitio.

Yngvar dejo el martillo.

– Mira -dijo cabizbajo senalando el suelo-. He roto una baldosa. Lo siento. No me di cuenta de que…

– Ven -repitio ella brevemente, y volvio al salon.

– … y obviamente tenemos una serie de pistas en el caso -decia la jefa de policia en la television-. En los casos, supongo que deberia decir. Pero no son pistas univocas. Nos va a llevar tiempo arreglar esto. Estamos hablando de un enorme conjunto de casos.

– Pistas -murmuro Yngvar, que habia seguido a Inger Johanne y se habia dejado caer en el otro sofa-. Que me las ensene, anda. ?Que me ensene las pistas!

Se paso la punta de la camisa por la cara y cogio una lata de cerveza tibia de la mesa del salon.

– ?Puede usted entender… -dijo el presentador, inclinandose hacia delante y abriendo los brazos en senal de desanimo- que la gente tenga miedo? ?Que este aterrorizada? ?Tras cuatro grotescos asesinatos? ?Y ahora que la investigacion parece estar completamente estancada?

– Permitame que lo corrija -dijo la jefa de policia, que carraspeo contra el puno cerrado-. Estamos hablando de tres casos. Tres. El caso de Fiona Helle esta resuelto, en opinion de la policia y de la fiscalia. Todavia queda algo de investigacion por hacer tambien en eso, pero los cargos seran aclarados a lo largo de…

– Tres casos -la interrumpio el presentador-. Muy bien. ?Y que tienen en esos casos?

– Ruego que se comprenda que no puedo profundizar en las precipitadas evaluaciones que se hacen de la investigacion. Lo unico que puedo decir esta noche es que estamos valiendonos de grandes recursos…

– Comprender -la interrumpio el presentador-. ?Pide que comprendamos que no tengan nada? Que la gente se vea obligada a parapetarse en sus casas y…

– Tiene miedo -dijo Yngvar, que se bebio el ultimo trago perezoso de cerveza-. No suele enfadarse nunca. ?No es mas propio de el engatusar y tentar? ?Sonreir y dejar que la gente meta la pata ella solita?

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