Wencke Bencke salio despacio a traves de las puertas de la recepcion del canal publico NRK. Era una noche de marzo fresca. Corria el aire. Al mirar al cielo, vio a Venus relumbrar en un hueco azul marino entre las nubes oscuras a la deriva. Sonrio a los periodistas y dejo que los fotografos le sacaran aun mas fotografias antes de meterse en un taxi y darle una direccion al taxista.

Todo habia cambiado. Mucho mas de lo que se hubiera atrevido a esperar. El viernes pasado ya lo habia notado en Gardermoen, cuando le dio las gracias a la azafata con una amplia sonrisa. Si antes iba encorvada y cabizbaja, ahora llevaba la espalda recta. Habia paseado por los interminables pasillos del aeropuerto con una bolsa de tax-free colgando alegremente de la mano. Habia alzado la mirada. Se habia fijado en los detalles del bello edificio; las enormes vigas de madera laminada y el juego de colores de la obra de arte junto a las escaleras que bajaban a la zona de llegadas. Espero pacientemente su equipaje y charlo con un nino pelirrojo que hurgaba su ordenador con curiosidad. Sonrio al padre del nino y se ajusto el nuevo abrigo de Armani que se habia comprado en la Gallerie Lafayette en Niza, y que la hacia parecer tan nueva como de hecho se sentia.

Era fuerte.

Y tan maravillosamente segura de si misma.

Hacia muchos anos, cuando entrego su primer manuscrito y descubrio que aquello era a lo que se iba a dedicar, tomo al mismo tiempo una decision. Iba a hacerse experta en crimenes. Especialista en asesinatos. La raza de los criticos literarios no era de fiar. La dialectica de los medios de comunicacion era previsible y horrenda: primero te subian a la cima y luego te tiraban abajo. El editor la habia advertido ya en aquella ocasion. La habia mirado con ojos infinitamente tristes, como si Wencke Bencke al debutar como escritora de novelas policiacas estuviera adentrandose voluntariamente en un eterno purgatorio. Y en ese mismo momento lo decidio: nunca iba a leer una resena.

Nunca, nunca cometeria errores.

Iba a crear tramas perfectas. Nunca iba a juzgar mal el efecto de un arma. Queria saberlo todo sobre la anatomia de las personas, sobre los navajazos y las palizas, sobre las heridas de bala y los envenenamientos. Investigacion y tactica. Quimica, biologia y psicologia. Iba a hacerse con informacion de toda la cadena economica criminal, desde las organizaciones mas poderosas hasta el mas humilde de los yonquis que se acurrucaban al final de la escalera de mando, con la mano vuelta hacia arriba: «?Tienes algo de calderilla?».

No fue capaz de mantener la primera promesa.

Leia las resenas tan pronto como aparecian impresas.

Pero nadie diria nunca: «Wencke Bencke no sabe lo que se dice».

Y nadie lo dijo.

Llevaba estudiando y leyendo desde 1985. Habia hecho investigaciones de campo. Habia viajado. Habia observado y habia examinado. Con el tiempo se dio cuenta de que la teoria nunca podia sustituir a la practica. Tenia que concretar. El universo ficticio se le hacia demasiado poco tangible. La vida real estaba llena de detalles y de sucesos imprevistos. Desde el escritorio era dificil representarse la multitud de detalles aparentemente insignificantes, de sucesos triviales que al final podian jugar un papel determinante en un caso de asesinato.

Empezo a estudiar a gente real.

El archivo surgio en 1995. Para el libro que iba a escribir necesitaba un director de orfanato y un policia de mala fama. Le escandalizo lo facil que le resulto encontrarlos. Vigilar a la gente era un aburrimiento, obviamente; horas de espera y de observaciones sin importancia. Las anotaciones eran secas y carentes de pasion.

Pero se le hizo mas facil escribir.

Los resenistas se mostraron positivos. Su octavo libro fue recibido con cierto entusiasmo, como lo habia sido el primero. Un par de criticos senalaron que daba la impresion de que Wencke Bencke estaba mas fresca que en mucho tiempo, casi renovada.

Se equivocaban.

Se aburria mas que nunca. Vivia apartada del mundo. Hacia mapas de la vida de los demas, pero nunca intervenia en esas vidas, y el archivo iba creciendo. Compro un armario de acero, un artefacto a prueba de incendios que coloco en su dormitorio.

A veces, por las noches, se quedaba en la cama leyendo el contenido de una carpeta. A menudo resultaba irritante. La gente llevaba vidas tan parecidas. El trabajo y los ninos, las infidelidades y las borracheras. Los proyectos de obras y los divorcios, los problemas economicos y los mercadillos del equipo de futbol. Ya podia estudiar a politicos o a dentistas, a gente rica o a clientes de la ayuda social, a hombres o a mujeres, eran todos asombrosamente parecidos.

«Soy unica -penso reclinandose sobre el confortable asiento del taxi-. Y ahora me estan viendo. Por fin me ven, como lo que soy. Una experta fuera de lo comun. No alguien que entrega todos los otonos su examen para que lo desprecien con ardor de estomago. Puedo. Se. Y hago.

»El me vio. Se asusto. Lo senti; quito la mano de golpe y miro hacia otro lado. Ahora me estan viendo, pero no como yo los veo a ellos. No como yo la veo a ella. Su carpeta es muy gruesa. Su carpeta es la mas gruesa que tengo. La he seguido mucho tiempo, y la conozco.

»Ahora me estan viendo, y no pueden hacer nada.»

– Mira esto.

Yngvar le enseno el Dagbladet, abierto por la pagina cinco. Seguia palido, pero habia dejado de dar la impresion de estar gravemente enfermo.

– Wencke Bencke -dijo Inger Johanne, daba vueltas por la habitacion con Ragnhild contra el hombro-. ?Y que?

– Mira la marca. En la solapa de la chaqueta.

Ella le paso tiernamente a la nina, cogio el periodico y dio un par de pasos hacia la lampara de pie.

– Todo encaja -dijo el arrullando a la nina-. Encajan demasiadas cosas de tu perfil. Wencke Bencke realmente tiene el crimen como especialidad. ?Una escritora de novela policiaca de renombre internacional! Superior sobre el terreno a la mayoria de los asesinos en serie. Malhumorada y amarga, si nos fiamos de los retratos que se han compuesto de ella, a pesar de que nunca concede entrevistas en Noruega. Hasta ahora, vamos. Algo tiene que haber cambiado. Lleva mucho tiempo siendo una ermitana. Justo como dijiste. Como describia tu perfil. -Ragnhild entreabrio los ojos. Yngvar le paso la mano por la frente y dijo-: Mira el broche que lleva.

La fotografia del Dagbladet no era especialmente buena. Wencke Bencke estaba a punto de decir algo; tenia la boca abierta y los ojos muy redondos bajo las gafas, que se caian sobre la punta de su pequena nariz respingona. Pero los contornos de la fotografia eran claros. El broche sobre la solapa izquierda de la chaqueta se veia bien.

– Sabia quien era yo -dijo Yngvar al aire-. Era yo quien le interesaba.

– Esto es peor de lo que crees -dijo Inger Johanne.

– Peor…

– Si.

– ?Que quieres decir?

Ella se dirigio al dormitorio sin responder la pregunta. La oyo buscar en los cajones de la gran comoda. El portazo de la puerta de un armario. Los pasos continuaron; hacia el armario trastero, penso el.

– Mira esto.

Habia encontrado lo que estaba buscando. Cogio a Ragnhild de sus brazos y la tumbo de espaldas en el suelo, bajo un movil con adornos colgando. La nina se regocijo y alargo los bracitos hacia las figuras coloridas. Inger Johanne le paso la carpeta de anillas que habia traido. Era blanca, con una gran marca circular sobre la tapa.

– El logotipo del FBI -dijo el frunciendo el ceno-. Lo conozco, claro. Tengo una placa en el despacho. A eso me refiero, por eso…

Senalo la foto del Dagbladet.

– Si -dijo ella-. Pero te digo que es peor de lo que piensas. -Se sento junto a el, sobre la punta del sofa-. Los estadounidenses aman sus simbolos -dijo enderezandose las gafas con el dedo indice-. La bandera. Pledge of Allegiance. Los monumentos. Nada es casualidad. Esto azul…

Senalo el fondo oscuro del emblema.

– ?Esto azul?

– …junto con la balanza en la parte alta del escudo, simboliza la justicia. El circulo contiene trece estrellas, que representan los trece estados que tenia Estados Unidos al principio. Estas rayas rojas y blancas de aqui son

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